En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Una voz silenciosa.
La mañana había pasado rápidamente en la mansión, llena de risas infantiles y susurros cálidos que nacían en el desayuno en la terraza del exterior. Sin embargo, el aire cambió cuando la figura de una mujer apareció en la entrada principal. La tía Fabiola, prima de Dylan, había llegado sin previo aviso, como siempre. En su rostro, se dibuja una expresión arrogante, y su postura desafiante deja claro que su presencia no era una coincidencia.
Fabiola nunca había sido un visitante bienvenido por la mayoría de las personas de la mansión. Si bien su parentesco con Dylan le otorga una cierta legitimidad para entrar en la mansión, su comportamiento nunca había sido del gusto de las gemelas. Siempre había mostrado una actitud fría y calculadora, como si tratara de usarlas a ellas y a la mansión para algún propósito propio que nunca llegaban a comprender completamente.
A su llegada, la señora Collin, quien siempre había mantenido un comportamiento impecable, la recibió con cortesía, pero su mirada no podía ocultar la desaprobación. Aunque Fabiola nunca lo admitiera, todos en la mansión sabían que su relación con Dylan era distante, pero ella siempre aprovechaba cualquier oportunidad para intentar acercarse a él, como si estuviera buscando algo más que una simple conexión familiar.
Las gemelas, por su parte, ya sabían que su tía Fabiola no era una visita casual. Aunque no podían comprender del todo sus intenciones por su corta edad, la forma en que la mujer las miraba, con una mezcla de desdén y desprecio, las hacía sentir incómodas. Y lo que menos querían en ese momento era que su secreto sobre Bellerose se viera amenazado.
Fabiola, como siempre, no se molestó en darles un saludo cálido a las gemelas. Solo les dirigió una mirada fría y algo burlona antes de apartarse. Pero pronto se acercó a ellas con su tono autoritario y su sonrisa calculadora.
—Vaya, ¿siguen jugando en el jardín? —pregunta con voz cargada de una falsa dulzura. —Lo que pasa con ustedes, niñas traviesas, es que siempre están metidas en todo, ¿no es así? Seguramente su papá ni se da cuenta de lo que hacen. Deberían estar en la escuela.
Meredith y Marina intercambiaron una mirada rápida y se encogieron de hombros, ignorando el tono sarcástico de su prima segunda.
—Nos gusta pasar tiempo al aire libre y más un día como hoy, Fabiola, es fin de semana y no hay escuela —responde Meredith con calma, sin perder su compostura.
—¿Al aire libre? Deberían estar en un internado de tiempo completo— les dice Fabiola, como si no estuviera segura de si las gemelas realmente entendían lo que decía. Su mirada se desvió hacia ellas con desdén—. Qué gracioso. Mientras su padre está ocupado con otras cosas, ustedes deberían preocuparse por ser un poco más... útiles.
Fabiola se acerca aún más a las gemelas, poniendo énfasis en cada palabra, como si quisiera que lo escucharan, lo comprendieran, y se sintieran pequeñas.
—Y no se engañen, ¿eh? Pronto, las cosas en esta casa van a cambiar. Mi primo Dylan... bueno, él me ama. Y es solo cuestión de tiempo antes de que me convierta en su esposa. Entonces, ya no tendrán que esconderse en el jardín jugando. Podrán aprender a comportarse como niñas bien educadas. Las mandaré a una escuela de monjas y saldrán unas señoritas hechas y derechas.
Meredith sintió cómo el aire se volvía denso y frío. El tono de Fabiola no era el de una prima cariñosa, sino el de alguien que ya se veía a sí misma ocupando el lugar que, según ella, le pertenecía por derecho.
Marina, la más impulsiva de las dos, apretó los labios y frunció el ceño, pero Meredith la detuvo con un sutil movimiento de la mano. Sabían que no podían dejar que esa mujer las provocara. No en ese momento.
—Papá no dijo nada sobre eso —responde Meredith con firmeza, buscando mantener la calma. No quería que la mentira de Fabiola se sembrara en su mente.
Fabiola soltó una risa que no tenía ni pizca de amabilidad.
—¿De veras? ¿No se lo ha dicho? Qué raro... —La mujer dio un paso más cerca de las gemelas y las miró con una sonrisa que no era nada cálida—. Es obvio que su padre está cansado de estar solo. Es solo cuestión de tiempo antes de que todo cambie. Y cuando eso pase... no sé si les gustará tanto la nueva situación. Además si no se lo ha dicho será porque no confía en ustedes.
Meredith se mantuvo quieta, pero Marina, incapaz de morderse la lengua, levanta la cabeza y se enfrenta a Fabiola.
— Eres una mentirosa y la abuela dice que los mentirosos se ponen viejos y feos ¿Por qué no te vas a molestar en otro lado? —dice con la voz firme que la niña había ido desarrollando. Había algo en Fabiola que la pone nerviosa, algo que la hace sentir que hay un peligro latente en su presencia.
Fabiola arquea una ceja, sorprendida por la actitud de la niña, pero no pierde el control.
—Tienes suerte de que sea una visita de familia —dice, mirando a las gemelas como si fueran simples insectos. —No quiero que estén pensando que sus juegos de niños son importantes ahora. Recuerden, lo que realmente importa es lo que yo voy a aportar a esta familia. Un cambio que ustedes no van a poder evitar. Me encargaré de enviarlas bien lejos a estudiar.
Las palabras de Fabiola flotaban en el aire como una amenaza, algo que solo las gemelas podían entender. Fabiola no estaba ahí solo por una visita casual, está enamorada de su padre. Ella quería algo más, y no solo se trata de una posible relación con ellas. Su mirada calculadora refleja algo más profundo, algo que las gemelas no estaban dispuestas a "dejarla ser su madrastra" Fabiola no tenía idea de la existencia de Bellerose, pero el deseo de las gemelas de mantenerla oculta, a salvo, seguía siendo su prioridad contra esa víbora.
Fabiola comenzó a caminar hacia el interior de la mansión con el regalo de los abuelos en una mano, dejando atrás a las gemelas en el jardín. Meredith y Marina se quedaron un momento en silencio, absorbiendo la amenaza que acababan de recibir. Había dicho que su padre pronto se casaría con ella, pero las gemelas sabían que eso era una mentira. Aunque su padre nunca mencionara nada, sabían que la relación entre él y Fabiola nunca había sido más que una fachada. No podían permitir que una persona como ella entrara en su vida, mucho menos en la vida de Bellerose.
—Tenemos que hacer algo —susurra Marina, mirando a su hermana con determinación. —No puedo soportar que Fabiola nos trate como si fuéramos invisibles.
—No sé como los abuelos la soportan.
—Eso es porque les hace creer que es buena.
—¿Buena? Un demonio es un santo frente a ella.
Meredith asintió, con el ceño fruncido mientras pensaba en cómo manejar la situación. Fabiola podía ser una amenaza, pero las gemelas tenían algo que ella no podía ni imaginar: el poder de su vínculo con Bellerose, la magia de su amistad y el deseo de mantener a su familia unida, sin importar las mentiras que Fabiola intentara sembrar.
—No te preocupes, Marina —dijo Meredith con una voz llena de resolución—. Vamos a asegurarnos de que Bellerose se quede con nosotros a partir de hoy, y si tenemos que enfrentarnos a Fabiola, lo haremos. No dejaré que nos arruine. Vamos a preparar a Bellerose la pondremos muy bella con el vestido de mamá.
—Yo quiero peinar su pelo.
—Le pediré una revista de moda a la señora Collins.
—Buena idea.
Las gemelas no sabían cómo, pero estaban dispuestas a luchar por lo que más amaban: su padre, su hogar, y sobre todo, la magia que Bellerose había traído a sus vidas. Fabiola, con su mirada de desprecio, podría decir lo que quisiera, pero las gemelas no iban a dejar que la verdad se desmoronara frente a ellas. No permitirían que nadie destruyera lo que ya habían construido en secreto.
Mientras Fabiola se adentraba en la mansión, Meredith y Marina intercambiaron una mirada firme. Sabían que la batalla por la verdad apenas comenzaba, y que cada movimiento debía ser calculado. Pero también sabían algo más: nada podría separarlas de Bellerose, su padre o sus abuelos, ni siquiera las mentiras de una mujer como Fabiola.
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