Ava Becker nunca imaginó que cumplir su sueño de ser modelo la llevaría a un mundo de luces y sombras. Dulce, hermosa y con una figura curvy que desafía los cánones de la moda, logró convertirse en la musa de Aurora Lobo, la diseñadora más influyente de Italia. Sin embargo, detrás de las pasarelas y los reflectores, Ava sigue luchando contra sus inseguridades y el eco de las voces que siempre le dijeron que no era suficiente.
Massimo Di Matteo, miembro de la mafia italiana, jamás creyó en el amor a primera vista. Rodeado de mujeres perfectamente delgadas y dispuestas a todo por tenerlo, su vida parecía marcada por el poder, el control y el deseo superficial. Hasta que la ve a ella. Una mirada basta para romper todos sus estándares y derrumbar cada una de sus certezas: Ava no es como las demás… y justamente por eso, la quiere para sí.
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Será un placer.
Massimo Di Matteo ❤️🔥
—Tres putos días… —mi voz retumba en la oficina de la naviera, los cristales tiemblan, mis hombres bajan la mirada—. Tres jodidos días y aún no han dado con ese miserable cabrón.
Camino de un lado a otro, con el corazón bombeando furia. La paciencia no es uno de mis dones, y menos cuando alguien me toca los cojones metiéndose en mis negocios.
—Me jode tanto —gruño, golpeando con el puño el escritorio— que sean valientes para actuar a mis espaldas, pero tan cobardes para enfrentarme.
El nombre de ese bastardo, Niklas Weiss, arde en mi mente como fuego.
Me giro hacia mi asistente.
—Prepara el avión privado. Voy a Alemania. Hablaré con los Becker. Ellos deben saber algo de ese tipo.
—Sí, señor. —El hombre sale disparado.
Agarro el teléfono y marco el número de mi padre. Responde con esa voz grave que siempre impone respeto.
—Massimo.
—Tenemos un problema. Un tal Niklas Weiss se ha metido en el cargamento. Encontré pruebas. Voy a Alemania.
Silencio breve. Luego escucho su risa seca.
—Haz lo que debas. Pero no vuelvas sin respuestas.
Corto y llamo a mis tíos, Maximiliano y Phillips Lobo. Expongo la situación. Me respaldan de inmediato. En esta familia, cuando un Lobo va a la guerra, los Lobo lo cubren.
Esa misma noche estoy en el aire, bebiendo whisky mientras la ciudad de Florencia queda atrás. No cierro los ojos ni un segundo: pienso en Weiss, en la traición, y en algo peor… pienso en Ava Becker. La preciosa gordita que me está quemando la cabeza.
...
El hotel en Berlín es discreto, lujo envuelto en silencio. No pierdo tiempo: al día siguiente, la limusina me lleva directo a la mansión de los Becker.
El portón negro se abre con un chirrido, revelando esa bestia arquitectónica: columnas blancas, jardines perfectamente recortados, seguridad en cada esquina. El poder se respira aquí, igual que en casa.
Bastian Becker me recibe en la entrada. Alto, con esa mirada bicolor que intimida a cualquiera, siempre impecable. A su lado, Cedric, más relajado pero igual de letal. Nos estrechamos las manos.
—Massimo —dice Bastian, en tono cordial, aunque firme—. Bienvenido.
—Gracias por recibirme tan pronto. Tenemos que hablar.
Nos dirigimos a la oficina, un espacio amplio, con ventanales que dejan entrar la luz alemana, fría y sobria. Las paredes están llenas de libros, fotos de familia y armas. Tomamos asiento.
—Niklas Weiss —digo directo, apoyando los codos en el escritorio—. El cabrón tocó mercancía Italiana. Lo tengo confirmado.
Bastian frunce el ceño, Cedric se inclina hacia adelante.
—Conocemos a Niklas —admite Bastian—. Ha hecho trabajos… menores, en la parte lícita. Jamás imaginamos que fuera un traidor.
—Lo es —escupo—. Y yo no perdono a los traidores.
Cedric asiente.
—Aquí tampoco se toleran. Si jugó sucio contigo, lo hizo con todos. Te ayudaremos a dar con él.
Un silencio denso nos envuelve. Mi rabia baja un poco al ver que están de mi lado.
—Bien —digo—. Entonces el bastardo ya está muerto. Solo es cuestión de tiempo.
Cerramos ese tema con la promesa de cazarlo, y la conversación deriva hacia otros negocios en común. Exportaciones, rutas seguras, inversiones conjuntas. La alianza entre nosotros es sólida, pero lo que me late en el pecho no es el poder ni el dinero. Es el presentimiento de que ella está aquí.
—¿Nos acompañas a almorzar? —pregunta Cedric.
—Será un placer —respondo, aunque en realidad lo que quiero es ver a la menor de los Becker.
El comedor de la mansión es inmenso, con techos altos, lámparas de cristal y una mesa que podría albergar a un ejército.
Y ahí está.
Lo primero que captan mis ojos no es la comida, ni los candelabros. Es un trasero redondo, delicioso, cubierto por un vestido ajustado, inclinado hacia adelante mientras ata las agujetas de sus zapatos.
Ava.
Trago saliva, maldiciendo por dentro. Intento disimular, enderezándome, controlando mis ojos que la devoran. Pero es imposible. La quiero. Cada curva, cada centímetro, cada lunar escondido. Imagino mis manos apretando esas caderas, mi boca recorriendo su piel mientras ella gime mi nombre, miró sus muslos gruesos e inmediatamente los imagino apretando mi cabeza mientras yo...
Se endereza de golpe, se gira y nuestros ojos se cruzan. El ceño fruncido, la hostilidad intacta.
—Hola —digo, con una media sonrisa, disfrutando del veneno en su mirada.
—Hola —responde, seca, girando la cara.
Bastian y Cedric no notan nada, ocupados con los detalles de la mesa. Yo, en cambio, no puedo dejar de mirarla. Ni aunque me maten.
Entra Sabine, la matriarca, en su silla de ruedas, acompañada de una enfermera. La saludo con respeto, inclinando la cabeza.
—Señora Becker —digo—, un honor verla.
—Massimo, querido, gracias por venir. —Su sonrisa es cálida, maternal. No sé cómo alguien tan dulce crió a hijos tan feroces.
Nos sentamos. Por designio del destino, Ava queda justo frente a mí. Una tortura deliciosa.
Los meseros sirven la comida: cortes de carne, ensaladas frescas, vino alemán. Yo no pruebo nada de inmediato. Mi apetito está en otra parte.
La observo mientras habla con su madre, la manera en que sus labios se curvan, la risa breve que escapa cuando Cedric suelta una broma. Y mi mente me traiciona: imagino esos labios envolviendo los míos, o bajando lentamente hasta arrancarme un gemido.
Ava me atrapa mirándola, y me clava una mirada fulminante.
—¿Qué miras? —murmura, lo suficientemente bajo para que solo yo la escuche.
Sonrío, ladeando la cabeza.
—Lo que quiero.
Se le encienden las mejillas, entre furia y… ¿algo más? Se revuelve en la silla, incómoda, preciosa.
—Eres un engreído.
—Y tú lo sabes.
Ella aprieta la servilleta entre los dedos, y yo disfruto de cada segundo de su resistencia. Porque detrás de esa rabia hay fuego, y yo estoy decidido a prenderlo.
Bastian levanta su copa.
—Por la familia —dice.
Chocamos las copas, brindamos, pero mis ojos no se apartan de Ava. Ella es el verdadero brindis de esta mesa. Y aunque me odie, aunque intente escapar, sé que el destino nos está empujando uno contra el otro.
La comida avanza entre charlas sobre negocios y risas tensas. Yo no escucho nada. Solo pienso en cómo hacer para quedarme a solas con ella.
Yo pienso que Bastian necesita un empujoncito, para que se decida por Aurora 🤔
Me encantó 💕