PATRITHA

**Capítulo 11: La estatua caída**

Después de un largo descanso en la posada, Patrick y Samantha finalmente decidieron salir para investigar el origen de las lluvias interminables y la maldición que azotaba Turner. La lluvia, aunque ya no era tan intensa, seguía cayendo incesantemente, cubriendo las calles empedradas del pueblo con un velo gris. Caminaban en silencio, sus ropas empapadas por el clima, pero ambos centrados en la tarea que tenían entre manos.

A medida que avanzaban, comenzaron a preguntar a los habitantes del pueblo sobre la bruja, pero nadie parecía saber mucho. Algunos mencionaban que la lluvia había comenzado justo después del derrumbe de una estatua en el centro del pueblo. Una estatua antigua que, según decían, había estado allí mucho antes de que el pueblo mismo fuera fundado. El misterio en torno a esa estatua despertó el interés de Patrick y Samantha.

Decidieron ir al lugar del derrumbe. El centro de la ciudad, aunque desolado por las lluvias constantes, mantenía un aura de grandeza perdida. Caminaban por las calles empedradas, observando cómo las gotas de lluvia caían pesadamente sobre los techos de las casas. Los pocos habitantes que quedaban se refugiaban en sus hogares, cerrando ventanas y puertas ante el paso de los dos viajeros.

Cuando llegaron al lugar donde se encontraba la antigua estatua, notaron un montículo de escombros que alguna vez había sido la imponente figura. La estructura estaba destruida, cubierta por una capa de musgo y barro. Fragmentos de piedra yacían dispersos por el suelo, como si algo más que el simple paso del tiempo la hubiera destrozado.

Mientras Patrick observaba los restos de la estatua, algo llamó la atención de Samantha. Una figura pequeña y solitaria se encontraba sentada en lo alto de los escombros. Era una niña, de cabello anaranjado que se enredaba con la lluvia, con una bata oscura que contrastaba con su piel pálida. Estaba descalza, sus pies llenos de barro, pero su expresión era fría, completamente indiferente a la presencia de Patrick y Samantha.

—¿Quién es esa niña? —murmuró Samantha, frunciendo el ceño.

Patrick dio un paso hacia adelante, pero la niña ni siquiera reaccionó. Solo los miraba, con sus ojos oscuros y vacíos, como si fueran insignificantes. La indiferencia de la niña era palpable, y el ambiente se volvió tenso.

—Hola... —saludó Patrick con cautela—. ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí sola?

La niña no respondió. Se quedó inmóvil, sus ojos aún fijos en ellos. Patrick intercambió una mirada con Samantha, quien se acercó un poco más, observando con atención cada movimiento de la niña. Algo en ella no parecía normal.

—No creo que sea una niña común —susurró Samantha—. Debemos tener cuidado.

Patrick asintió, sus manos rozando el mango de su espada, Dama, aunque no la desenfundó. Aún no estaban seguros de qué enfrentaban. La lluvia continuaba cayendo, como si el cielo mismo estuviera llorando sobre aquel lugar maldito.

—¿Sabes algo sobre la estatua? —preguntó Patrick, intentando obtener alguna respuesta. Pero nuevamente, la niña no dijo nada.

—Nos está ignorando —gruñó Samantha, visiblemente molesta.

Patrick entrecerró los ojos, estudiando a la extraña niña con más atención. Había algo en ella que no encajaba, algo que no pertenecía a ese mundo. Y aunque no decían nada, ambos sabían que esa niña, de alguna manera, estaba conectada con la maldición del pueblo.