Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Entre el Orden y el Caos
Capítulo 11
Gabriel observaba su agenda de la semana mientras terminaba su café de la mañana. Cada día estaba lleno de reuniones estratégicas, llamadas internacionales y decisiones cruciales para mantener a flote su imperio empresarial. Todo estaba planeado al minuto, como a él le gustaba.
Sin embargo, desde que Elena había entrado en su vida, sus días tenían un nuevo elemento impredecible que lo sacaba de su equilibrio. Aún así, no podía negar que había algo refrescante en la forma en que ella lo desafiaba a reconsiderar su perspectiva.
Elena apareció en la cocina, todavía en pijama, con una expresión soñolienta. A diferencia de Gabriel, no era una persona madrugadora.
“¿Cómo puedes estar tan despierto tan temprano?” murmuró mientras se servía una taza de café.
“Disciplina,” respondió él sin levantar la vista de su agenda.
Ella lo observó por un momento antes de sentarse frente a él. “Tienes una vida fascinante, Gabriel. Pero me pregunto… ¿dónde encaja la diversión en todo esto?”
Gabriel frunció el ceño, desconcertado. “Mi trabajo es mi pasión. No necesito más diversión.”
Elena se rió suavemente. “Eso suena increíblemente aburrido. Tal vez deberíamos añadir algo de emoción a tu semana.”
“Por favor, no empieces con tus ideas espontáneas,” dijo él, casi con una súplica.
Ella sonrió con picardía. “Demasiado tarde.”
Más tarde ese día, Elena apareció en la oficina de Gabriel sin previo aviso, algo que claramente no estaba en su agenda. Llevaba un paquete en las manos y una sonrisa traviesa en el rostro.
“¿Qué estás haciendo aquí?” preguntó Gabriel, levantándose de su silla.
“Traje algo para ti,” respondió, dejando el paquete sobre su escritorio.
Gabriel lo abrió con cautela y encontró una serie de juegos de mesa dentro.
“¿Qué se supone que haga con esto?”
“Jugar, por supuesto. Pensé que podrías usar un descanso.”
Gabriel la miró, claramente incrédulo. “¿De verdad crees que tengo tiempo para esto?”
“Por eso estoy aquí. Para asegurarme de que lo hagas.”
Antes de que pudiera protestar, Elena ya estaba desempacando uno de los juegos.
Después de mucho debate, Gabriel finalmente cedió. Elena eligió un juego sencillo para empezar, algo que no requería demasiada estrategia pero que aún era competitivo.
“No entiendo cómo esto es productivo,” comentó Gabriel mientras avanzaba torpemente en el juego.
“No todo tiene que ser productivo,” respondió Elena con una sonrisa. “A veces, solo se trata de disfrutar el momento.”
Gabriel se sorprendió al darse cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, estaba realmente desconectado de sus preocupaciones laborales. La risa de Elena llenaba la sala, y aunque él no lo admitiría, comenzó a disfrutar la experiencia.
Para cuando terminaron el juego, Gabriel había perdido, algo que claramente no le gustó.
“Esto no cuenta,” dijo, cruzando los brazos. “No estoy acostumbrado a estas cosas.”
“¿Eso es lo que dices cada vez que pierdes?” bromeó Elena, guardando las piezas del juego.
Gabriel la miró con una mezcla de frustración y diversión. “Solo significa que necesito practicar.”
Elena rió. “Eso suena como una promesa de revancha.”
“Lo es,” respondió Gabriel, para sorpresa de ambos.
Esa noche, mientras Elena cocinaba algo simple en la cocina, Gabriel se unió a ella, algo poco habitual. Se apoyó en la encimera, observándola con curiosidad.
“¿Qué es lo que disfrutas tanto de estas pequeñas cosas?” preguntó finalmente.
“¿Cocinar? ¿O hacer que pierdas en un juego?” respondió ella, divertida.
“Ambas,” admitió.
Elena se detuvo por un momento, reflexionando. “Supongo que me gusta la sensación de conexión. Cocinar me recuerda a mi familia, a los momentos en los que todo parecía más simple. Y los juegos… bueno, son una forma de romper el hielo con personas que tienden a tomarse la vida demasiado en serio.”
Gabriel entendió lo que ella decía, aunque no estaba acostumbrado a ese tipo de pensamiento. Para él, la vida siempre había sido un asunto de metas y logros, no de conexiones emocionales.
“Tal vez debería intentar disfrutar más esas pequeñas cosas,” dijo finalmente, sorprendiéndose a sí mismo con sus palabras.
Elena lo miró, con una sonrisa suave. “Tal vez deberías.”
Cuando finalmente se retiraron a sus respectivas habitaciones, Gabriel se dio cuenta de que algo estaba cambiando. Elena no solo estaba rompiendo sus rutinas, sino que también comenzaba a colarse en sus pensamientos.
Por su parte, Elena se acostó con una sensación de logro. Había logrado que Gabriel se relajara, aunque fuera por un breve momento. Sabía que aún quedaba mucho camino por recorrer, pero estaba decidida a seguir desafiándolo a vivir más allá de su rígido control.
La rigidez de Gabriel parecía estar cediendo, y con cada momento compartido, el abismo entre ellos comenzaba a reducirse.