"El lío de Carlos" es una novela inspirada en una historieta escolar que narra las aventuras de Carlos, un joven carismático, despreocupado y amante de la diversión. Con su espíritu libre, disfruta explorando sus relaciones, coqueteando sin límites tanto con las chicas, pero tal parece que el destino cambiara el rumbo de su vida.
Por otro lado, se encuentra Janeth una joven trabajadora y determinada que enfrenta una lucha personal por encontrar una cura para su abuelo. En medio de los enredos y dramas que rodean la vida de Carlos y Janeth, sus caminos se cruzarán de formas inesperadas. ¿Logrará el amor triunfar entre tantas dificultades? Acompaña a estos personajes en una historia llena de emociones, retos y descubrimientos.
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Capítulo 11: Un refugio en la tormenta
Carlos llegó como un torbellino a la casa de Sebastián. Tocó la puerta con fuerza, y al abrirle la mucama, apenas pudo contener la agitación en su voz.
—¿El señor Sebastián está en casa? —preguntó Carlos, entrando rápidamente.
—Sí, señor, permítame llamarlo.
La mucama se retiró para buscar a Sebastián mientras Carlos se desplomaba en el sillón de la sala, con las manos entrelazadas y los codos apoyados en las rodillas. La furia era evidente en su mirada.
Pocos minutos después, Sebastián bajó las escaleras en pijama, con el cabello algo revuelto. Al verlo, no pudo evitar fruncir el ceño.
—¿Carlos? ¿Qué haces aquí a estas horas? —preguntó Sebastián, visiblemente extrañado.
Carlos soltó un suspiro pesado.
—No podía irme a mi casa, estaba furioso. Y no sabía a dónde más ir. Pensé que aquí sería mi mejor opción.
Sebastián alzó una ceja, aunque sin comentar nada. Caminó hacia el pequeño bar en su sala y comenzó a preparar dos whiskies. Regresó con ambos vasos y le extendió uno a Carlos.
—Toma. Ahora, cuéntame, ¿qué te tiene tan alterado? —dijo Sebastián, tomando asiento frente a él.
Carlos tomó un sorbo del whisky y exhaló profundamente.
—Hoy tenía una reunión con unos inversionistas en un restaurante. Todo iba normal, pero cuando llegué, me encontré con algo que me sacó de quicio.
—¿La reunión fue un desastre? ¿Eso te molestó tanto? —preguntó Sebastián, tratando de aligerar el ambiente.
Carlos le lanzó una mirada fulminante.
—¿Puedes ponerte serio, por favor?
—Perdón, tienes razón. Continúa.
Carlos apoyó el vaso en la mesa frente a él y apretó los puños.
—Vi a mi padre... con una mujer. Estaba tomándola de la mano, sonriendo como nunca lo había visto.
Sebastián parpadeó, sorprendido.
—¿Qué? ¿Estás seguro de lo que viste?
—Completamente. Estaban juntos en un restaurante al que siempre iba con mi madre. ¿Sabes lo que eso significa para mí? —Carlos apretó los dientes. Su furia contenida vibraba en cada palabra.
Sebastián negó con la cabeza, intentando procesar lo que Carlos acababa de contarle.
—Esto... esto no tiene sentido. ¿Qué estaba haciendo tu padre? ¿Y quién era esa mujer?
Carlos se reclinó en el sofá, mirando al techo.
—Eso mismo quiero descubrir. Pero sea lo que sea, no lo voy a dejar pasar.
La conversación quedó suspendida en un silencio pesado. Ambos amigos sabían que el panorama que se avecinaba no sería nada fácil.
El silencio se alargó por unos momentos, roto únicamente por el tintineo del hielo en los vasos de whisky. Finalmente, Carlos exhaló con fuerza, rompiendo la tensión en el ambiente.
—Siempre pensé que lo que mi padre escondía tenía que ver conmigo —dijo, pasándose una mano por el cabello—. Con eso de su obsesión por mi casamiento y la maldita herencia familiar. Pero jamás, jamás imaginé que se tratara de algo tan... despreciable.
Sebastián lo miraba fijamente, incapaz de pronunciar palabra. Carlos apretó los labios, luchando contra la rabia que aún bullía dentro de él.
—Otra infidelidad, Sebastián. Otra vez traicionando a mi madre. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? —Carlos levantó la mirada hacia su amigo, buscando apoyo en medio de su tormenta emocional.
Sebastián tragó saliva, todavía atónito por lo que acababa de escuchar.
—Carlos, yo... no sé qué decirte. Es algo terrible. Pero tienes razón en algo esto no tiene nada que ver contigo. Es... su decisión, por horrible que sea.
Carlos asintió lentamente, aunque la tensión en su rostro no disminuyó. Sebastián, intentando aliviar un poco la carga de su amigo, se inclinó hacia él.
—Mira, quédate aquí. Puedes dormir en el cuarto de invitados el tiempo que necesites. No tienes que volver a casa hasta que estés listo para enfrentar a tu padre.
Carlos lo miró, con un atisbo de alivio en su expresión.
—Gracias, Sebastián. De verdad, gracias por todo.
—Sabes que cuentas conmigo. Si necesitas algo, lo que sea, no dudes en pedírmelo.
Carlos asintió, terminando su whisky de un solo trago.
—Lo sé, amigo. Y te lo agradezco.
Ambos se levantaron, y Sebastián le indicó el camino al cuarto de invitados. Carlos se dirigió hacia allí con paso pesado, mientras Sebastián observaba a su amigo con preocupación. Sabía que lo que acababa de descubrir Carlos era solo la punta del iceberg, y lo que vendría después sería mucho más complicado.
Ambos amigos se retiraron a descansar, aunque el sueño no llegó fácilmente esa noche.
POV Janeth
Después de firmar el documento y estrechar la mano del señor Miller, él pronunció unas palabras que aún resonaban en mi mente: "Mi hijo no puede enterarse de esto, ni del trato ni del dinero que te ofrecí". Solo asentí, incapaz de decir algo más. Me despedí rápidamente y salí del restaurante en busca de un taxi.
De camino a casa, mi cabeza era un torbellino. ¿Había tomado la decisión correcta? Intentaba justificarme pensando en la operación de mi abuelo, pero algo dentro de mí no dejaba de sentir que me estaba metiendo en algo más complicado de lo que podía manejar.
Cuando llegué, fui directo a la habitación de mi abuelo. Lo encontré dormido, su respiración tranquila, y eso me dio algo de consuelo. Cerré la puerta con cuidado y me dirigí a mi habitación. Tomé una ducha rápida y me puse la pijama, pero sabía que esa noche no iba a poder dormir.
La mañana siguiente, el domingo, mi despertador sonó a las 7. Me levanté agotada, con los ojos pesados por la falta de sueño. Después de una ducha y un desayuno ligero con mi abuelo, decidí salir a comprar lo que faltaba en la despensa y algunas medicinas. Cuando terminé, faltaba un cuarto para las 10, y me dirigí a la farmacia más cercana.
POV Carlos
La noche anterior no había sido fácil. La imagen de mi padre con esa mujer desconocida seguía grabada en mi mente. No había podido dormir bien, y aunque Sebastián fue un gran apoyo, mis pensamientos eran un caos.
A las 7, me levanté, me duché y bajé a desayunar. Sebastián ya estaba ahí, con una taza de café en mano.
—¿Cómo dormiste? —me preguntó, mirándome con curiosidad.
—No muy bien, para ser honesto —le respondí, sin ganas de entrar en detalles.
Sebastián mencionó que pasaría el día con su familia, y yo decidí salir a despejar mi mente. Caminé sin rumbo fijo, perdido en mis pensamientos, hasta que, distraído, no vi a un ciclista que venía de frente. Chocamos, y aunque no fue nada grave, terminé con un raspón en la mano.
Después del incidente, vi una farmacia y decidí entrar para comprar algo que me ayudara a limpiar la herida. Mientras revisaba los estantes, algo me sacó de mis pensamientos, una figura conocida se movía hacia la caja.
Allí estaba Janeth, la secretaría de Sebastián. Aunque la había visto solo un par de veces, su rostro me resultaba inconfundible. Sentí una extraña mezcla de sorpresa y curiosidad al verla ahí. Por un momento dudé si acercarme o no, pero nuestros ojos se encontraron antes de que pudiera decidirlo.
—Tú... eres la secretaría de Sebastián, ¿verdad? Janeth, ¿cierto? —dije, tratando de sonar casual.
Ella parpadeó, claramente sorprendida, pero asintió.
—Sí, y tú eres Carlos, su amigo. Qué coincidencia encontrarte aquí.
Intenté sonreír, aunque mi mente seguía enredada en los eventos recientes.
—Sí, una coincidencia bastante curiosa. ¿Vives por aquí?
—Más o menos. Solo estoy comprando algunas cosas para mi abuelo. ¿Y tú? —respondió con un tono cortés, aunque algo distante.
Levanté la mano para mostrarle el raspón.
—Un pequeño accidente. Nada grave, solo vine por algo para esto.
Nos miramos por unos segundos, y pude sentir cómo algo inexplicable pasaba entre nosotros, pero ella apartó la mirada rápidamente. Compramos lo que necesitábamos y salimos de la farmacia, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, la invité a un café. Algo en mi interior me empujó a hacerlo, algo que no había sentido antes, como si la necesidad de conocerla mejor fuera más fuerte que cualquier otra cosa. Para mi sorpresa, aceptó.
En el café, estaba a punto de limpiar mi herida cuando ella, con una suavidad que no esperaba, me dijo que lo haría ella. Algo en su voz me hizo callar y asentir, dejándola tomar el control. Mientras curaba mi herida, nuestras miradas se encontraron por un instante y, aunque fugaz, ese breve momento hizo que todo lo demás desapareciera. El bullicio del café, las personas a nuestro alrededor… todo se desvaneció, y por un segundo, solo existíamos ella y yo.
Justo cuando estaba comenzando a perderme en esa conexión, el mesero interrumpió, tomando nuestra orden. Nos reímos un poco, rompiendo la tensión que había flotado en el aire, pero algo había cambiado en mí. Platicamos por un largo rato, y me di cuenta de que, a pesar de las preguntas sin respuestas, sentía una paz que nunca había experimentado antes. Algo en ella me tranquilizaba, como si la conociera desde siempre, aunque sabía que no era así.
Finalmente, ella dijo que tenía que irse. Un peso extraño se apoderó de mí, como si el aire se volviera más denso al saber que ese momento se acababa. Nos despedimos, pero, al verla alejarse, no pude dejar de pensar que algo en mí había cambiado. Mis pensamientos seguían atrapados en ella, en su mirada, en la suavidad con la que me trató… Me preguntaba qué significaba todo esto, y por qué, a pesar de todo, me sentía tan conectado con ella en tan poco tiempo.