En un mundo devastado por el apocalipsis zombi, la supervivencia es una guerra constante. Ayanokouji Kiyotaka, un joven calculador y frío, escapa de la opresiva Sala Blanca solo para encontrar un mundo aún más brutal. Ahora, atrapado en el instituto Fujimi, debe usar su inteligencia y habilidades estratégicas para liderar a un grupo de estudiantes en medio del caos.
A medida que las hordas de muertos vivientes se acercan, Ayanokouji se enfrenta a una amenaza aún mayor: la traición y la desconfianza dentro de su propio grupo.
Mientras los aliados se vuelven enemigos y la violencia alcanza su punto álgido, Ayanokouji debe tomar decisiones drásticas para proteger a a los suyos. Entre la lucha por los suministros y la constante amenaza de los zombis, cada día se convierte en una prueba de ingenio y fuerza.
¿Podrá Ayanokouji mantener la unidad y liderar a su grupo hacia un futuro incierto, o caerá ante las fuerzas que buscan destruirlo?
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Capítulo 10: El Descubrimiento
El amanecer teñía el cielo con tonos rosados y dorados sobre la ciudad silenciosa y devastada. Dentro de la casa fortificada, Ayanokouji Kiyotaka y su grupo se preparaban para otro día de exploración y supervivencia. Los nuevos integrantes del grupo, Yuji, la mujer mayor y el niño, se habían adaptado rápidamente a la rutina del refugio, agradecidos por la seguridad y la solidaridad que encontraron entre los sobrevivientes.
—Hoy, nuestro objetivo principal será explorar el área industrial cercana. Podríamos encontrar suministros valiosos y quizás otros sobrevivientes que necesiten ayuda —propuso Ayanokouji durante la reunión matutina en la sala de estar.
Takashi y Rei asintieron, listos para liderar la exploración junto con Saeko y Alice. Saya se quedó en la casa para coordinar la distribución de suministros y garantizar que todo estuviera en orden para la posible llegada de nuevos sobrevivientes.
—Será mejor que nos movamos rápidamente. No sabemos qué podemos encontrar ahí fuera —advirtió Takashi, ajustando su mochila con suministros esenciales.
El grupo partió con cautela, avanzando por las calles desiertas pero siempre alerta ante cualquier signo de peligro. La ciudad parecía congelada en el tiempo, con escombros y vehículos abandonados que recordaban una vida que alguna vez fue normal.
Al llegar al área industrial, el grupo procedió con aún más precaución. Los edificios altos y abandonados ofrecían numerosos escondites para los zombies y potenciales trampas para los incautos.
—Dividámonos en equipos. Takashi y Saeko explorarán el almacén principal. Rei y Alice revisarán las oficinas en busca de documentos útiles. Mantengan el contacto por radio y avísenme si encuentran algo —ordenó Ayanokouji, su voz resonando con autoridad.
Takashi y Saeko avanzaron con sigilo hacia el enorme almacén, sus ojos escudriñando las sombras en busca de movimiento. Dentro, encontraron estantes llenos de cajas, contenedores metálicos oxidados y unos cuantos zombies tirados en el suelo.
Mientras tanto, Rei y Alice exploraban las oficinas adyacentes, revisando armarios y escritorios en busca de suministros y cualquier información útil que pudieran encontrar. En una oficina ejecutiva, encontraron un archivo de documentos que detallaban los intentos de evacuación y las rutas seguras fuera de la ciudad, información que podría resultar invaluable para el grupo.
De regreso en la casa fortificada, el grupo se reunió para compartir sus descubrimientos. Ayanokouji revisó los documentos con interés, evaluando las rutas propuestas y calculando los riesgos y beneficios de cada una.
—Esto podría ser crucial para nuestra estrategia a largo plazo. Necesitamos discutir cómo podemos usar esta información para nuestra ventaja —dijo, su mente ya trabajando en posibles escenarios y contingencias.
El grupo se preparó para pasar otra noche en relativa seguridad, fortalecidos por el conocimiento de que habían ayudado a otros y encontrado recursos valiosos. Ayanokouji, sintió una mezcla de satisfacción por haber cumplido con su deber y preocupación por los desafíos que aún enfrentaban en un mundo infestado de zombies.
—Mañana discutiremos nuestras próximas acciones. Tenemos mucho que considerar con respecto a las rutas de evacuación y la expansión de nuestras exploraciones —declaró Ayanokouji, su voz firme pero serena mientras todos asienten.
Más tarde, Saya Takagi se sentó en el borde de una pared derrumbada, mirando al horizonte mientras el sol comenzaba a ponerse. El cálido resplandor del atardecer no lograba disipar la sensación de frío en su corazón. No podía dejar de pensar en su familia, especialmente en su madre y su padre. La incertidumbre sobre su paradero la consumía. ¿Estaban vivos? ¿Habían logrado encontrar algún refugio seguro? La última vez que los vio, el mundo aún no se había sumido en el caos absoluto. Su madre la había abrazado con fuerza, prometiéndole que todo estaría bien, mientras su padre, siempre tan serio y protector, había hecho todo lo posible para prepararlos para lo peor.
Saya se esforzaba por mantener la esperanza, pero cada día que pasaba sin noticias de ellos erosionaba un poco más esa esperanza. "¿Y si no lo lograron?" La idea le atormentaba, llevándola a un ciclo de preocupación y tristeza que parecía no tener fin. Recordó las noches en las que su madre le leía cuentos para dormir y los días en que su padre la llevaba al parque. Momentos felices que ahora parecían pertenecer a otra vida.
Sumida en sus pensamientos, Saya no notó a Kohta Hirano acercándose. Él la observó por un momento, notando la expresión sombría en su rostro. Finalmente, se atrevió a interrumpir su introspección.
—Saya —dijo suavemente, tomando asiento a su lado—. ¿Estás bien?
Saya parpadeó, regresando a la realidad. Se volvió hacia Kohta y trató de sonreír, pero el esfuerzo resultó inútil.
—Solo... pensando —respondió, con un suspiro.
Kohta asintió, comprendiendo más de lo que dejaba ver. Había visto a Saya luchar por mantener su fachada de dureza y valentía, pero sabía que ella también tenía sus momentos de vulnerabilidad.
—¿Sobre tu familia? —preguntó, con cuidado.
Saya asintió lentamente.
—Sí. No puedo dejar de pensar en ellos. No sé si están vivos o muertos. Y la incertidumbre me está matando por dentro.
Kohta se quedó en silencio por un momento, considerando sus palabras. Luego, habló con una voz firme pero comprensiva.
—Es difícil, Saya. Todos hemos perdido a alguien o estamos preocupados por alguien. Pero tenemos que seguir adelante. Es lo que ellos querrían para nosotros.
Saya miró a Kohta, notando la seriedad en sus ojos. Había algo reconfortante en su presencia, una calma que ella apreciaba más de lo que admitiría.
—Tienes razón —dijo finalmente—. Pero a veces, no puedo evitar sentirme desesperada. No saber es lo peor.
—Lo sé —dijo Kohta—. Pero mientras sigamos vivos, hay esperanza. Tal vez encontremos a nuestras familias algún día. No podemos rendirnos.
Saya sonrió, agradecida por las palabras de Kohta. Él siempre sabía cómo levantarle el ánimo, incluso en los momentos más oscuros.
—Gracias, Kohta. Realmente necesito escuchar eso.
Kohta se sonrojó un poco, rascándose la nuca.
—De nada, Saya. Estoy aquí para ti, siempre.
Saya miró a Kohta, apreciando su amistad y lealtad. En medio de todo el caos y la desesperación, tener a alguien en quien confiar era un consuelo invaluable. Ella respiró hondo, sintiendo un poco de alivio en su pecho.
—Gracias, de verdad. No sé qué haría sin ti y sin el grupo.
Kohta sonrió, su expresión suave y reconfortante.
—Somos una familia ahora, Saya. Nos tenemos el uno al otro.
Saya asintió, sintiendo una renovada determinación. Aunque la incertidumbre sobre el destino de su familia seguía pesando en su corazón, saber que no estaba sola le daba fuerzas para seguir adelante. Mientras tuviera a Kohta y al resto del grupo a su lado, podía enfrentar cualquier desafío que el mundo les arrojara.
Con la luna brillando sobre la ciudad en ruinas, el grupo se retiró a sus lugares asignados para descansar, conscientes de que cada nuevo día traía consigo tanto peligros como oportunidades en su lucha por la supervivencia.