El Parapléjico y la Buena Chica

Al día siguiente, Helena se despertó temprano, hizo su higiene y se fue al salón.

William fue al salón y la encontró allí, desayunaron en silencio, William actuaba con normalidad como antes pero Helena estaba angustiada.

William: ¿Empezamos?

Helena: Sí.

William: Hoy quiero salir de esta silla.

Helena: ¿En serio? Qué maravilla, eso es muy bueno.

William: Pues date prisa entonces.

Helena se prepara, coloca algunas cosas en el salón y se acerca a él.

Helena: Escucha, vas a sentir una molestia pero no te detengas, si no es soportable vuelves a la silla, mantente firme, agárrate a mí y confía, sobre todo confía.

William: Vamos ya.

Helena lo sujeta por los brazos y le ayuda a ponerse de pie, él se agarra a sus brazos haciendo una mueca, Helena lo apoya en una barra, mientras él se agarra ella le mueve las piernas, William sólo movía el pie así que Helena le ayudó.

William: Me duele la rodilla.

Helena: ¿Es soportable?

William: Un poco.

Helena: Sigue así, mantén la postura y deja que tu cuerpo se alargue, se estire, intenta mover el pie en círculos.

Él lo mueve.

Helena: Muy bien, ahora intenta mover la pierna desde donde está, como un paso.

Él hace fuerza, la pierna se mueve pero poco, hace lo mismo con la otra y se queda igual, cuando Helena se da cuenta de que se va a caer lo sujeta en sus brazos dándole apoyo.

Helena: No te vas a caer, mírame, confía en mí y más que nada en ti, dale confianza a tus piernas.

Se quedan mirándose, William se aferra a los brazos de Helena, no tenían otra reacción que esa, sus ojos se encontraban con la mirada del otro, sus respiraciones jadeantes, los corazones acelerados...

Los padres de William entran y ellos salen del trance, William pierde la concentración, Helena tira de la silla con una mano y él cae sentado.

Otávio: ¡Dios mío!

Juliana: ¡Ay Dios mío, hijo mío estabas de pie! ¡Ay Dios mío!

Otávio: ¡Qué maravilla, qué cosa tan maravillosa, hijo mío estás evolucionando mucho!

Juliana: Gracias doctora, usted es increíble, mi amor qué bueno que estás mejorando.

William: Tengo que salir ya de esta silla para irme de aquí, no soporto estar en este país, no con ciertas circunstancias.

Juliana: ¿Cómo así?

William: Hacer una vida nueva mamá, o disfrutar de la vida como hay que disfrutarla, ¿no era eso lo que queríais?

Juliana: Claro hijo, eso era, sólo quiero verte feliz.

Otávio: Quién sabe, a lo mejor encuentras a alguien, ¿verdad?

William: No papá, los amores son débiles, las personas son engañosas, una cara bonita no significa nada, a veces no vemos la verdad y las intenciones que hay detrás.

Pero si es un amor de verano quién sabe, ya no estaré en esta silla así que ahora las chicas pueden quererme, ¿verdad?

Helena: Te has esforzado mucho hoy, lo dejamos aquí.

Helena empieza a recoger sus cosas, se queda en silencio, William sale del salón inmediatamente, Helena se sentía muy mal, sabía que todo lo que él estaba diciendo era para ella.

Los padres de William se quedan hablando con Helena pero ella no escucha, termina y sonríe, no sabía qué decir, sale y se va.

William estaba en su habitación, su padre va a verle.

Otávio: Con permiso.

William: Hola papá.

Otávio: ¿Puedo preguntar cómo has pasado la noche?

William: Bien.

Otávio: ¿Fuiste amable con la doctora?

William: Sí papá, incluso demasiado... recuerda el beso... durmió en la habitación de invitados, le pedí a Lilian que la preparara.

Otávio: Qué bien, me alegro de que te hayas tomado en serio la fisioterapia, pronto estarás bien hijo mío.

William: Papá, ¿todavía tenemos la casa de Italia?

Otávio: Sí, ¿por qué?

William: Quiero ir allí cuando salga de esta silla.

Otávio: Viajar te sentará bien.

William: Sí, sí que lo hará.

Otávio le da una palmadita en el hombro y se va, William se queda pensativo pero una pequeña rabia se forma dentro de él.