Esther era la hija ilegítima de una familia acaudalada, cuya hermana decidió irse por "amor" con el hombre que ella tanto amaba. Él contra de Arthur, un vaquero muy apuesto, era su pobreza y cuando su hermana sintió en carne propia lo que era el hambre, decidió abandonarlo junto a su hija recién nacida, para irse con su amante.
Pese a que su cuñado intentó por todos los medios salir adelante, no tuvo de otra más que recurrir a ser un bandido, encontrando así su muerte y la de su hija. Por eso, usando su habilidad secreta, Esther hará un trato con el mismo diablo y si logra traer de regreso las almas de ellos, que han reencarnado en otro mundo, dentro de la historia de "La amante del embajador" este haría que por fin ellos tuvieran un final feliz.
¿Logrará darle una nueva vida a su cuñado?
¿Podrá su sobrina al fin tener una existencia tranquila?
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CAPÍTULO 2
No obstante, lo que tenía de pobre, lo tenía de cobarde. Al principio, pensó que Arthur era un simple campesino, por lo que sabía que, aunque ella se fuera, su “nobleza" no haría que su orgullo de hombre hiciera nada. Cuál sería su sorpresa al ver que su aún esposo había sacado una pistola de su pantalón y estaba apuntándola. Aquel no era el hombre cobarde que recordaba.
—Dame todo el dinero que tengas—le dijo Arthur—incluyendo las joyas que tu amante te dio.
—¿Qué?—preguntó estupefacta y con miedo.
—Lárgate si quieres—le volvió a decir—pero antes harás al menos una cosa buena por tu hija y me darás todo lo que tengas de valor.
Anonadada ante lo que estaba viendo, le terminó por dejar su maleta con todo lo de ella, incluyendo su ropa. Con rapidez, salió de la casa y aun mojándose por la tormenta, subió de inmediato al carruaje. Sabía muy bien que su amante le daría el triple de lo que perdió, así que le daba igual dejarlo todo.
—No me dejes solo—le dijo a su hija.
Tomando un collar de oro bastante valioso y una capa, Arthur salió rumbo hacia un pequeño pueblo a cinco minutos de su casa, donde pudo llegar cómo pudo hasta la casa del médico. Allí, el anciano hombre, veterano de guerra, lo recibió sorprendido.
—¡EMILIA!—el médico gritó a su esposa.
—Salva a mi hija—le habló pasándole el collar—por favor...
El anciano de inmediato vio a la pequeña recién nacida, la cual estaba morada y casi sin respiración, mientras su cuerpo seguía ardiendo en fiebre. Si no hubiera sido por la capa de Arthur, la niña se hubiera ahogado bajo la lluvia torrencial que aumentaba con cada segundo.
—Lo lamento, señor Arthur—respondió el médico—su hija no lo logró.
—¿Cómo?—preguntó pálido.
Arthur se encontraba en la humilde sala de la casa del doctor, tomando un poco de café que su esposa le había dado. Mientras tanto, el hombre se había llevado a su niña recién nacida a una habitación para atenderla. No obstante, el anciano seguía demorándose hasta que después de una hora por fin salió.
—Su cuerpo estaba muy enfermo, intenté reanimarla, pero en el último segundo ella sufrió un paro respiratorio—aclaró con dolor.
La pareja de esposos observaban destrozados, como Arthur, que parecía muerto en vida, caminaba tambaleándose hasta que llegó a la cama donde el cuerpo muerto de su hija descansaba. Tomándola en brazos, salió de la casa y sin importarle que seguía lloviendo, se fue dejando a los dos preocupados.
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En ese momento, en la mansión del alcalde, el hombre de gran riqueza estaba estresado, insultando a su esposa por no haber criado bien a su hija. No solo no pudieron evitar que se casara con aquel muerto de hambre, sino que también se había filtrado a todos el escándalo de esta, huyendo con su amante, mientras estaba aún casada, y dejando a su hija enferma, para provocarle la muerte.
Esther, quien era la bastarda del alcalde, escuchaba con dolor escondida detrás de la puerta. Ni las humillaciones que recibió, ni el trabajar como sirvienta para su propio padre, le generaba tanto dolor como saber todo lo que estaba sufriendo el hombre que amaba.
Cabizbaja, caminó con cuidado hasta su cuarto, ubicado en el ático de la mansión, donde observó, en un trozo de espejo viejo, su reflejo maltrecho. Suspirando, agarró un peine casi destruido y concentrándose en este, logró que poco a poco el peine se volviera de oro.
—Yo te daré un futuro mejor—susurró.
No sabía cómo, pero cuando tuvo su primera menstruación, hacía dos años, había adquirido aquella extraña habilidad. Aunque no la podía controlar, por lo que solo podía convertir en oro ciertas cosas pequeñas. Pero, ya que pudo pulir un poco más su talento, ya nada la ataba al maldito de su padre.
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Pasado un año, después de eso, había logra amasar una gran fortuna, solo faltaba buscar al hombre que amaba; sin embargo, no pudo llegar hasta él y cuando lo encontró, solo pudo estar frente a frente con su cadáver. Pero ya que dentro de poco estaba por cumplirse aquel hecho, intentaría darle un nuevo rumbo.
Así, mientras ella estaba aún en su habitación, cuando el reloj marcaba las doce de la noche, un hombre vestido de negro se acercaba al hotel ubicado en el desierto. Entrando por la puerta trasera, ubicada en el balcón, guiándose por la tenue luz de las lámparas de aceite, intentó guiarse y encontrar algún objeto de valor.
—¡Alto allí!—gritó un segundo hombre—¡Levanta las manos o disparo!
"¿Cómo no lo vi?"
Fue lo que se preguntó el vaquero ladrón, mientras hacía lo que el guardaespaldas de Esther le pedía. Así, una vez lo ató y dejó en frente de la chimenea, la puerta de la habitación principal se abría, dejando ver una hermosa mujer.
Respirando con pesadez, estaba pensando en la manera de poder escapar; sin embargo, se sorprendió aún más al ver que, tras escuchar como la puerta se abría, el guardaespaldas se iba para dejarlo sola con aquella dama.
—Eres alguien muy bueno, para entrar sin ser visto—dijo una mujer.
De inmediato, el aroma de lirios blancos hizo que el hombre, con una pañoleta y un sombrero, alzara la mirada, encontrándose frente a una mujer de pálida piel, ojos y cabello violetas.
La mujer, que no tenía vergüenza que su piel desnuda se pudiera observar bajo su bata blanca, casi traslúcida, lo observó mientras le quitaba el sombrero.
—Sigues siendo hermoso, aun cuando pasen los años—habló mientras acariciaba las primeras arrugas alrededor de sus ojos—Arthur.
—¿Quién eres?—preguntó con el corazón acelerado.
No sabía por qué no podía moverse, pero el tacto de aquella mujer y el aroma que desprendía hacía que su cuerpo se quedara extrañamente extasiado, como si no quisiera irse de aquella habitación en el hotel más caro de la ciudad.
—Alguien que quiere ayudarte—respondió con una sonrisa llena de lástima—alguien que desea que tú y tu hija tengan un final feliz.
Arthur, extrañado, intentó girar su mirada para observarla y pedir respuestas, pero Esther golpeó su nuca con el libro bañado en oro, provocando que perdiera la consciencia de manera inmediata.
i puedan ser felices cuando todo termine😮💨😮💨