Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 18: Confesiones bajo las estrellas
La noche era tranquila, pero Ariadna apenas podía calmar los latidos de su corazón. Después de todo lo ocurrido en el almacén, sentía que su vida había cambiado para siempre. Eryx, sentado a su lado en el banco del jardín, no había pronunciado palabra desde que regresaron. Su mirada estaba fija en las estrellas, y Ariadna no sabía si debía interrumpir sus pensamientos.
El aroma del jazmín impregnaba el aire, y aunque la situación parecía calmada, la tensión aún se palpaba. Ariadna miró de reojo a Eryx, estudiando las líneas de preocupación en su rostro. Quería decir algo, cualquier cosa que pudiera aliviar su carga, pero las palabras se sentían insuficientes.
—¿Por qué no te quedaste afuera? —preguntó Eryx de repente, rompiendo el silencio.
Su tono no era acusador, pero había una mezcla de frustración y miedo en su voz.
—Porque no podía dejarte solo —respondió ella suavemente—. Ya te lo dije.
Él negó con la cabeza, soltando un suspiro.
—Ariadna, no entiendes lo peligrosa que puede ser mi familia. Mi padre… él no es alguien que se detenga solo porque lo atraparon una vez.
—Entonces, ¿qué querías que hiciera? ¿Huir y dejarte enfrentarlo tú solo? No puedo hacer eso, Eryx. No cuando me importas tanto.
Éryx la miró, sus ojos oscuros brillando bajo la tenue luz de la luna. Había algo crudo en su expresión, algo que hizo que Ariadna sintiera que estaba viendo una parte de él que nadie más había visto antes.
—¿Por qué? —preguntó en voz baja—. ¿Por qué arriesgarías tanto por mí?
Ariadna sintió un nudo en la garganta. No era una pregunta fácil de responder, no porque no supiera la respuesta, sino porque admitirlo en voz alta lo hacía más real.
—Porque… porque tú significas mucho para mí.
Eryx parpadeó, claramente sorprendido por su honestidad.
—Ariadna…
—No, déjame terminar —dijo ella, respirando hondo para reunir el valor necesario—. No sé en qué momento pasó, pero me di cuenta de que cuando estoy contigo, todo lo demás parece más fácil. Incluso con toda la locura que te rodea, contigo me siento… segura.
Eryx bajó la mirada, sus manos entrelazadas mientras procesaba sus palabras.
—Nunca quise que te involucraras en mi mundo. No es justo para ti.
—Tal vez no lo sea, pero esa es mi decisión. Nadie puede decidir por mí lo que siento o lo que estoy dispuesta a enfrentar.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Ariadna podía escuchar el suave canto de los grillos y el murmullo del viento en los árboles. Finalmente, Eryx levantó la mirada y le ofreció una sonrisa que, aunque tenue, era sincera.
—Eres increíble, ¿lo sabías?
Ariadna se sonrojó, mirando hacia el suelo para evitar su mirada intensa.
—No exageres.
Él rió entre dientes, un sonido cálido que alivió parte de la tensión que los rodeaba.
—Lo digo en serio. Nadie nunca ha hablado así de mí. Y, honestamente, no sé si merezco lo que estás diciendo.
—Claro que lo mereces, Eryx. Solo necesitas darte cuenta de eso.
Más tarde, cuando todos en la casa ya estaban dormidos, Eryx llamó a Ariadna para que lo acompañara al balcón de su habitación. La vista desde allí era impresionante: un vasto cielo estrellado y las luces de la ciudad brillando a lo lejos.
—Es mi lugar favorito para pensar —dijo él, apoyándose en la barandilla.
Ariadna lo observó, sintiéndose agradecida de que hubiera decidido compartir ese espacio con ella.
—Es hermoso. Entiendo por qué te gusta tanto.
—Ven aquí —le indicó, extendiendo una mano hacia ella.
Ariadna la tomó sin dudar, y Eryx la guió hasta la barandilla. Durante un rato, ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la tranquilidad del momento.
—¿Puedo contarte algo? —preguntó él de repente.
—Claro.
Eryx suspiró profundamente, como si estuviera reuniendo valor para decir lo que venía.
—Cuando era niño, solía soñar con escapar de la sombra de mi padre. Quería ser alguien diferente, alguien que pudiera tomar sus propias decisiones sin miedo a las consecuencias. Pero mientras crecía, me di cuenta de que eso era casi imposible.
—Nada es imposible —respondió Ariadna, con firmeza.
—Tal vez no. Pero nunca fue fácil. Hasta que te conocí.
Ella lo miró, sorprendida por sus palabras.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que tú… tú me das esperanza, Ariadna. Me haces sentir que tal vez puedo ser alguien mejor, alguien que no esté atrapado en este ciclo de odio y venganza.
El corazón de Ariadna latía con fuerza. Nunca había escuchado a Eryx hablar con tanta vulnerabilidad, y eso hacía que su conexión se sintiera aún más profunda.
—Eryx… siempre has sido alguien bueno. Solo necesitas darte una oportunidad para demostrarlo.
Él asintió lentamente, sus ojos encontrándose con los de ella.
—¿Cómo puedes tener tanta fe en mí?
Ariadna sonrió.
—Porque creo en lo que veo. Y lo que veo en ti es alguien que merece ser feliz.
Eryx no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó hacia ella, sus ojos fijos en los suyos. Ariadna sintió que el aire a su alrededor se volvía más pesado, lleno de algo indescriptible.
—Ariadna, hay algo que necesito hacer.
—¿Qué cosa?
Antes de que pudiera responder, Eryx cerró la distancia entre ellos, sus labios rozando los de ella en un beso suave pero lleno de emociones. Ariadna sintió que su corazón se detenía por un segundo antes de acelerarse.
El beso no duró mucho, pero fue suficiente para que todo a su alrededor pareciera desvanecerse. Cuando se separaron, ambos se miraron, sus respiraciones entrecortadas.
—Lo siento —dijo Eryx, aunque no parecía arrepentido—. No podía evitarlo.
Ariadna sonrió, aún sintiendo el calor de su beso.
—No hay nada que lamentar.
Eryx la miró con una intensidad que le hizo olvidar todo lo demás.
—Prometo que haré lo que sea necesario para protegerte, Ariadna. Incluso si eso significa enfrentar a mi padre de nuevo.
—No tienes que hacerlo solo —respondió ella—. Estoy contigo, Eryx. Siempre.
Y mientras el cielo nocturno los envolvía, ambos supieron que, sin importar lo que les deparara el futuro, enfrentarían cada desafío juntos.