Bajo Las Luces De Navidad

La primera noche después de su unión fue un momento que Abby y Jasón recordarían siempre como el punto culminante de todo lo que habían construido juntos. Después de la boda, llena de risas, abrazos y promesas, se instalaron en una habitación que Amelia había mandado a preparar para ellos, la cual estaba lejos del bullicio de los invitados, y les daba la privacidad que toda pareja de recién casados necesita.

Cuando entraron al dormitorio el corazón de Abby dio un vuelco al ver la enorme cama cubierta con sábanas de seda, ya sobre ella pétalos de rosas, la luz suave de las lámparas creaban un halo dorado que iluminaba la habitación. Jasón la observó desde la puerta, sus ojos brillaban con la intensidad de alguien que acababa de descubrir un tesoro. Ella se volvió hacia él y, en un gesto lleno de ternura, le sonrió.

—No puedo creer que estemos aquí, amor— su voz temblaba ligeramente, cargada de emoción.

Él se acercó, envolviéndola en un abrazo que parecía eterno. El calor de su cuerpo la envolvía, y por un momento, el mundo desapareció alrededor de ellos— Pareciera que toda mi vida te he esperado, mi amor— dijo con voz suave, casi como un susurro.

Los dedos de la muchacha se entrelazaron con los de él, sintiendo la promesa que había en ese gesto tan simple. Ella levantó la vista y lo miró a los ojos, y en ese instante no necesito nada más para sentirse absolutamente completa. Jasón la besó, él beso que comenzó suave se transformó en uno lleno de pasión y agradecimiento, un beso que les recordaba que a partir de ese momento, eran uno solo.

Abby se dejó llevar, sintiendo la delicadeza de cada caricia y el amor en cada mirada. Jasón, con una ternura que solo él podría demostrar, la sostuvo, cuidando de ella como si fuera la cosa más preciosa del mundo. No era solo la pasión lo que compartían, sino una conexión profunda, que los unía en un lazo que ni el tiempo podría romper.

Lentamente y bajo la tenue luz de la lámpara, él se acercó, la hizo girarse y cuando la tuvo abrazada por la cintura comenzó a dejar suaves besos sobre la curva de su cuello, ella cerró los ojos dejándose llevar por las sensaciones que él le hacía sentir. Con mucho cuidado Jasón le bajó el cierre del vestido y fue deslizándolo lentamente, y mientras la prenda iba cayendo, él comenzó a besar cada parte del cuerpo de su esposa que iba quedando descubierto.

Abby, sentía que se quemaba, con cada beso, con cada caricia, con cada palabra que él susurraba en su oído, con voz ronca y sensual. Y cuando ya no pudo más, se dio vuelta para quedar frente a él y tomó el control, lo besó con ansias demostrándole que compartían el mismo deseo. La muchacha fue desabrochando los botones de la camisa de su esposo, mientras sus manos acariciaban la piel del cuerpo masculino, Abby se puso en puntas de pie para alcanzar su boca, y luego bajó por su cuello, su pecho, sus abdominales, sintiéndose pérdida en el placer de solo oírlo jadear por causa de la expectación, y antes de que él pudiera siquiera reaccionar, ella ya estaba de rodillas mirando hacia arriba con una sonrisa llena de picardía.

Él no tuvo más opción que cerrar los ojos y dejar que la mujer que amaba tomara el control e hiciera con él lo que le diera la gana. Y exactamente eso fue lo que ella hizo, le dio placer y disfrutó de eso, para luego fundirse en una sola piel con el hombre que amaba, su esposo.

La noche transcurrió entre susurros apasionados, risas suaves, miradas cómplices. Cada palabra que se decían era una promesa, cada sonrisa una reafirmación de su amor. El mundo parecía quedarse en pausa cuando se encontraban en ese refugio, donde cada beso, cada caricia, era un voto de amor eterno.

Cuando al fin la luna alta los iluminó, exhaustos en la cama, Abby apoyó la cabeza en el pecho de Jasón, y él la rodeó con un brazo, ambos sintiendo el latir de sus corazones en perfecta armonía.

—Gracias por elegirme, amor— susurró ella, con los ojos cerrados, completamente serena.

—No hay nada en este mundo que me haga más feliz que haberte elegido a ti, Abby. Y cada día, cada momento, me recordará por qué lo hice— respondió él, besando su frente con una devoción que trascendía las palabras.

Y así, en esa noche que marcó el inicio de su vida juntos, la promesa de amor que compartían se selló en cuerpo y alma, bajo la luz de la luna que los acompañaba en su primer paso como esposos.

El día siguiente a la boda, el sol se alzaba con una luz dorada, iluminando el mundo como si quisiera celebrar la unión de Abby y Jasón. La casa se llenaba de los ecos de las risas y conversaciones de los invitados que aún permanecían, disfrutando del desayuno y los últimos momentos juntos antes de regresar a sus hogares.

Jasón y Abby estaban en la habitación que había sido preparada especialmente para ellos la noche anterior. La luz suave entraba por la ventana, revelando el rostro de la muchacha, aún dormida, con una sonrisa tranquila en su rostro. Jasón la miró en silencio, agradecido por cada momento compartido, por cada desafío superado que los había llevado a este punto.

—Buenos día, amor— le dijo ella cuando despertó y le sonrió, estirando los brazos.

—Buenos día, mi vida— replicó él acercándose y la besó suavemente en los labios— Hoy es el primer día de todo lo que hemos soñado.

El desayuno fue una mezcla de alegría y calma. Emma, emocionada, le mostró a Abby un dibujo que había hecho para ella y su papá, era un retrato de los tres juntos en el jardín de la casa. Era simple, pero en él se notaban las risas, los abrazos y la felicidad que compartían.

—Quiero que lo pongan en la sala, —dijo Emma, con una seriedad que solo los niños logran al pedir algo importante.

Jasón sonrió y asintió, dándole un beso en la cabeza

—Claro que sí, cariño— le dijo, luego miró a Sofía, quien lo observaba con ternura— este dibujo representa todo lo que somos ahora.

La mañana avanzó, y con ella, los invitados comenzaban a marcharse. Y aunque aun quedaba gente dando vueltas en la casa, Abby y Jasón encontraron un momento a solas en el jardín, donde todo había comenzado.

—No puedo creer que estemos aquí, en este lugar, tan felices, tan completos —dijo ella, mirando el cielo que se extendía en un azul claro.

—Este solamente es el comienzo, preciosa. Y lo mejor de todo es que no tenemos que hacerlo solos. —dijo él y la abrazó, rodeándola con sus brazos y sintiendo el latido de su corazón.

De repente, el sonido de las risas de Emma los hizo girar. Ella corría hacia ellos con la cesta de flores que había llevado durante la ceremonia, la cual ahora estaba llena de pétalos marchitos. —Miren, papá, mami, —dijo, mostrando la cesta como si fuera un tesoro. —Estos son los recuerdos de ayer.

Ellos se rieron, y en ese momento, reafirmaron que la felicidad no solo estaba en un gran día como la boda, sino en cada uno de los días que compartían, en las miradas, las risas y en cada paso que daban juntos. Era un nuevo comienzo, y aunque el futuro era incierto, sabían que lo enfrentarían como un equipo, unidos por un amor que había nacido de la pérdida y florecido en la esperanza.

El viento soplaba suavemente, y los pétalos caían al suelo como si el mundo entero quisiera recordarles que todo era posible, y que su historia apenas comenzaba.