Volvi de la muerte, solo para vengarme de los que me lastimaron, tuve que cambiar y volverme fuerte para no sucumbir ante el amor, ese amor que nunca fue y nunca será, mi único objetivo es recuperar lo que un día fue mío.
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Capitulo I Regalo de graduación
— Hora de levantarse mi amor, tenemos que irnos de una vez Ernesto nos espera. — dijo Aída la mamá de Ana Lucía.
— Voy mamá solo me falta mi mochila. — contesto Ana agarrando sus cosas.
— Es increíble que al fin te vayas a graduar de médico, pero ni así cambias tú manera de vestir. — dijo Aída poniendo los ojos en blanco.
— Sabes que no me importa verme a la moda, así me siento cómoda, además la toga cubre mi atuendo!. — asegura Ana sonriendo.
— Nunca vas a cambiar mi amor, ojalá y algún día consigas un buen hombre que te ame como te lo mereces. — comento Aída con nostalgia.
Aida sabía que para su hija no sería fácil conseguir pareja, Ana era muy introvertida, además tenía una manera particular de vestir, siempre usaba ropa ancha, su cabello lo llevaba desordenado, no le importaba un pepino como se viera, eso decepcionada un poco a Aída, pues ella sabía que su hija era hermosa, pero Ana nunca le daba importancia a la apariencia, para ella lo más importante era el corazón de las personas.
Por otro lado, Aida era una mujer adinerada y muy atractiva, quedó viuda cuando Ana tenía nueve años, después de unos cinco años se volvió a casar con Ernesto Figueroa un hombre muy atractivo, pero sin escrúpulos, Ernesto tenía un hijo un poco mayor que Ana, este joven de diecinueve años era un joven atractivo alto de buen cuerpo sus ojos eran negros al igual que su cabello tenía un cuerpo muy bien trabajado, a él le llovían las mujeres y siempre se sentía un rey, ya que nunca le faltó nada en la vida, Emir era su nombre.
— Ana apúrate que Emir nos espera — apuro Aída a su hija.
— Voy mamá!. — dijo Ana viendo su reflejo en el espejo.
Ana estaba enamorada de Emir, pero sabia que el nunca se iba a fijar en ella, pues Emir siempre estaba rodeado de hermosas mujeres, la tristeza se apoderó de la joven, ya que al verse en el espejo sentía que le faltaba mucho para parecerse a esas modelos con las que su hermanastro estaba acostumbrado a salir. A pesar de su edad Ana era muy insegura y no se valoraba como persona.
— Está niña siempre haciéndonos llegar tarde a todos lados. — dijo Aída regañando a Ana.
— Lo siento mamá es solo que no encontraba algunas de mis cosas. — respondió Ana apenada.
— Ya Aída no la regañes, mira que hoy es un día muy especial para ella. — intervino Emir.
— No la defiendas, Ana siempre anda como en las nubes. — volvió a decir Aída.
Ernesto quien estaba escuchando la conversación puso los ojos en blanco, a él nunca le cayó bien Ana, siempre le pareció tan poca cosa, una muchacha insignificante que solo le estorbaba.
— Bueno, ya dejen de hablar y salgamos, saben que me molesta esperar. — Ernesto no ocultaba su descontento por la presencia de Ana, él siempre la negó como hija, pero delante de Aída se portaba como un verdadero padre.
Los cuatro salieron a la graduación, la muchacha iba muy emocionada, a sus apenas veintidós años ya se estaba recibiendo de médico, además tenía un puesto seguro en una de las mejores clínicas del país y no por su apellido sino por su excelente desempeño durante la carrera.
El momento de recibir su título llegó.
— Ahora invitamos a pasar a la destacada alumna Ana Durán quien demostró con su increíble desempeño que todo se puede lograr. — el anunciante llamo a Ana de la manera más elocuente, el lugar quedó en silencio pues Ana no era la más popular, es más ella solo tenía enemigos por su manera de ser.
Entre los enemigos de Ana se encontraba Mariana la novia de Emir, una mujer hermosa, pero sin nada de cerebro, bueno así pensaba Ana.
La ceremonia terminó cerrando con el discurso de Ana, quien se llevó algunos aplausos, al menos de los profesionales en otras carreras y de sus profesores.
— Estoy muy orgullosa de ti mi amor. — dijo Aída abrazando a su hija.
— Gracias mamá, eres la mejor mamá del mundo. — dijo Ana casi llorando.
— Bueno, pecosa es hora de irnos a celebrar. — comento Emir emocionado.
— Antes de cualquier cosa, quiero darte tu regalo de graduación. — indico Aída con una sonrisa.
— No tienes que hacerlo mamá, ya bastante me has dado. — respondió Ana humildemente.
Emir miró a Ana con admiración y esa mirada fue notada por Ernesto quien no podía permitir que su hijo se fijara en una muchacha tan insignificante.
— Realmente es un regalo de tu padre, antes de morir el dejo algunas cláusulas en su testamento, como siempre te lo he dicho tu padre era el dueño de nuestras empresas y al morir él me dejó como tu albacea, pero al momento de graduarte y ser una profesional todo ese dinero pasaría a tus manos, no te lo había dicho antes, ya que no quería que te sintieras presionada.
Las palabras de Aída fueron como una bomba para los oídos de Ernesto, él se había calado a esa mujer y a su horrible hija por nada, no eso no podía estar pasando, Ernesto contaba con que al momento de la muerte de Aída todo pasaria a sus manos, pero ahora se daba cuenta de que esa mujer no tenía nada.
Ernesto junto a su amante había decidido acabar con la vida de Aída y así quedarse con todo su dinero, pero ahora él no tenía nada y sus empresas estaban en la ruina total.
Ernesto estaba perdido en sus pensamientos cuando escucho la voz de Aida diciéndole a su hija lo afortunada que era al tenerla, el hombre puso los ojos en blanco y mostró una mueca de desagrado.
— Mamá eso es mucho dinero!, no sabría qué hacer con él. — comento Ana consternada.
— Puedes hacer lo que tú quieras, yo puedo vivir con lo que gano en mi trabajo y de mis ahorros. — explico Aída.
— Sabes mamá, me gustaría montar un hospital para las personas pobres. — acotó Ana soñando despierta.
— Felicitaciones hermanita, ahora eres multimillonaria y podrás hacer lo que quieras. — dijo Emir con una gran sonrisa.
El único que no se veía feliz era Ernesto quien tenía cara de querer matar a alguien, al hombre se le ocurrió un plan para deshacerse de Aída y de Ana, él no podía permitirse perder todo lo que le había costado tanto tener y mucho menos iba a permitir que su hijo se enredara con la poca cosa de Ana.