Maximiliano quedó mirando fijamente a Emma, era muy parecida a la chica de sus sueños, pero ella era mayor, y esta pequeña Emma era solo una niña. Lanzó un largo suspiro, ¿porqué se sentía tan decepcionado? De pronto, la niña se estiró y se paro de puntillas, poniendo su pequeña mano en su frente.
- Ya no tienes fiebre, es un alivio. Dime, ¿te sientes mejor?, ¿tienes hambre? O ¿quieres que llame al médico?
Maximiliano estaba asombrado por la rapidez con la que hablaba esa niña. Sólo pudo poner una expresión de desconcierto.
- Oh, no. ¿Acaso la fiebre te frió el cerebro? Una vez leí que si tenías mucha fiebre tu cerebro se dañaría -Emma tomó los hombros del chico y los sacudió con gran fuerza para una niña de su edad-, ¿es que te quedaste tonto? Oh no, tu eres mi salvación. Sin ti, es posible que muera en este mundo cruel, eres mi única oportunidad para encontrar a Jack. ¿Ahora que haré?
Maximiliano solo podía ver como la pequeña inflaba las mejillas por la frustración, fruncia el ceño y decía cosas completamente incoherentes. ¿Quien era ese tal Jack? Su nombre le era familiar. Luego la niña se acercó rapidamenge a su cama y tomó su mano entre las suyas, sintió un calor recorrer su cuerpo, las pequeñas manos de Emma se sentían suaves y confortables.
- No te preocupes Máx, yo te cuidaré, no importa que tengas frito el cerebro, mandaré traer a los mejores médicos y magos del continente para que te traten. Yo te protegeré y me aseguraré que seas un gran general. Te lo juro desde el fondo de mi corazón.
Máx enrojecio un momento ante la preocupación de la niña, nunca antes nadie se había preocupado tanto por el. Definitivamente era una niña peculiar. Al darse cuenta que seguían tomados de la mano, el joven sacó la suya rapidamente y habló con la mayor autoridad que un chico de 13 años puede tener:
- Yo estoy bien, pero acaso ¿no te enseñaron a tocar la puerta antes de entrar a una habitación? Además mi cerebro está perfectamente sano, la que tiene el cerebro frito eres tú, hablas tan rápido y dices cosas tan raras que apenas puedo entender la mitad de lo hablas. Además, no me digas Máx, me llamo Maximiliano.
- Oh, gracias a todo lo sagrado que estás bien. Es un alivio que estés completamente sano. Máx es un nombre corto, es lindo y tiene más estilo. Te llamaré Máx de ahora en adelante. Ahora vuelvo, le diré a la abuela que despertaste y te traeré un poco de comida. No te vayas a mover, quedate ahí.
Sin esperar respuesta de Máx, Emma se fue corriendo tan rápido como el viento. Cuando regresó llevaba a la abuela y a su padre, tambien había mandado llamar a un médico y estaba supervisando que prepararan una rica comida para Máx. El médico dijo que Máx debía estar en reposo una semana, sin entrenamiento y que tampoco podía leer por mucho tiempo. Joanna y Otto de verdad tenían aprecio por Máx, y decidieron seguir sus indicaciones al pie de la letra. Emma regresó a la habitación de Máx cuando el médico iba saliendo y escuchó las indicaciones de este. Todos habían salido para despedir al médico, dejando a un mensajero para los recados en lo que encontraban alguien adecuado para atender a Máx. Una tambaleante Emma caminaba con una bandeja con tanto cuidado como podía.
- Máx, aquí esta tu comida, hay avena con leche, pan, queso, miel y té. El médico dijo que primero tienes que comer esto. Más tarde puedes comer pescado o pollo, pero no carnes pesadas -Emma sonreía brillantemente, estaba contenta que Máx estuviera a salvo. Poniendo suavemente la bandeja en las piernas del chico, continuó hablando--. Anda, come, no quiero que se enfríe. Es mejor comer cuando la comida está caliente. Una vez que te recuperes te prepararé unos ricos postres.
Máx no era alguien hablador, por lo que la charla incesante lo mareaba un poco. Desde que sus padres adoptivos habían muerto, el había estado sólo y nunca nadie más que ellos había expresado ese grado de preocupación por el. Sintió como un calor inundaba su interior cuando esa niña le sonreía y hablaba animadamente, pero aún era receloso de su comportamiento.
- ¿Acaso no puedes dejar de hablar? Me mareas, no puedo comer así.
- Está bien, me callaré, solo come. -Emma animó a Máx a que la ignorara. Ella estaría bien siempre y cuando Max comiera y se recuperara.
Emma caminó un momento por la habitación, y vio un librero alto, en realidad media como metro y medio, pero para la altura de su cuerpo todo era enorme. No veía la hora en que sería tan alta como lo había sido, antes consideraba su 1.58 metros como una maldición, pero ahora lo valoraba más. Se dio cuenta del valor de la vida, y de disfrutar cada día como si fuera el último, porque algún día lo sería. Planeaba estudiar más y aprender todo lo que pudiera, por su puesto que tenía que atenerse las normas de su sociedad, pero aún así quería llevar una vida lo más plena posible y ser lo suficientemente autosuficiente como para no molestar a los demás y que no se metieran con ella. Estiró el brazo y tomó un libro de Historia, si tenía que esperar a que Máx terminará de comer, tenía que matar el tiempo con algo.
Máx podía ver como la niña caminó, tomó el libro y volvió a su lugar. Se veía bastante seria mientras leía, fruncia las cejas e inflaba las mejillas, señal de su concentración, parecía decidida a aprender todo lo que ese libro le podía enseñar. Sonrió de lado y siguió comiendo, pero de vez en cuando le dirigía una mirada a la pequeña niña. Emma lo tenía intrigado, él tenía entendido que las niñas de su edad son volubles y caprichosas, y que harían berrinches por cualquier cosa, pero ese no parecía ser su caso, así que decidió probarla.
- Ya he terminado -dijo en el tono más lugubre posible
- Perfecto -dijo bajando su libro y poniéndolo a un lado-. Lo llevare de vuelta a la cocina. Si no te gusta algo, solo dímelo, yo pasaré el recado.
- Todo bien.
La pequeña Emma tomó la bandeja y regresó a la cocina, sólo pidió que a la hora de la comida llevarán dos bandejas, pues ella y Máx comerian juntos en su habitación. Nadie puso objeción, pues consideraban a Emma una niña bondadosa, que cuidaba a la persona que salvó su vida. Incluso su abuela y padre veían con buenos ojos que la niña fuera tan agradecida y noble. Durante ese y los siguientes dos días que Máx no salía de su habitación, Emma se pasaba prácticamente todo el día con él, en casi completo silencio. Comían juntos, leían juntos y tomaban el té, se habían acostumbrado rápidamente a su compañía silenciosa que con un movimiento determinado, uno sabía lo que necesitaba o haría el otro. Aunque ocasionalmente hablaban entre ellos, el silencio reynaba la habitación.
Emma sabía que el joven Máx sería un gran general con mucha fama, y aunque la gente diría rumores horribles de él como que era sanguinario, hacía matanzas por diversión, que era gay y mataba a las mujeres que trataban de coquetearle, sabía que esos serían rumores inventados por sus enemigos. Máx no se casó nunca, porque amaba a una mujer pero ella murió. En el libro no dijeron quien era el amor imposible del general, sólo lo sabía el emperador William, pero este tampoco dijo el nombre, solo le decía al general que ya era tiempo de que olvidara a esa joven y que se casara, él general decía que su amor no tuvo la dicha de una vida feliz, por lo que él tampoco lo merecía. Emma se había propuesto encontrar al amor del general y que el tuviera su propia felicidad. Aunque Máx era duro y de pocas palabras, sabía que podían llegar a ser amigos, "la gota perfora la roca, no por su fuerza sino por su constancia", ella sería la gota, pequeña pero incesante hasta lograr su objetivo.
Máx, por su lado, no se había dado cuenta que su corazón ya estaba siendo invadido poco a poco por esa niña de negros rizos, o que su risa y sus lágrimas serían determinantes para su propio estado ánimo, ni que algún día sería capaz de dar su vida por ella. Tampoco sabía que algún día se tendría que separar de ella por largos años, y que los recuerdos que estaba forjando junto a ella, lo acompañarían en sus noches de insomnio durante la guerra, dándole fuerza para poder volver a verla.
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