Pamela:
Nasy y yo comenzamos a saltar y aplaudir al momento de cantarle “feliz cumpleaños” a Samu, era 10 de marzo y cumplía 20 años, según él ya no quería ningún pastel, pero era imposible que su cumpleaños pasara desapercibido, así que Nasy y yo casi lo obligamos a sentarse en la mesa frente al pastel de selva negra.
Mi hermanita le puso un gorrito azul marino con el número 20 pintado de blanco, Clara sonrió con los ojos brillantes al ver que Samu soltaba una risita mientras nosotras seguíamos saltando y aplaudiendo a su alrededor.
Encendí las velas.
—Tienes que pedir un deseo. —le recordó Nasy.
—Sí señora. —asintió inclinándose hacía el pastel para después soplar las velitas, volvimos a aplaudir.
—Ahora muérdelo.
—No me vas a empujar, ¿o sí? —entrecerró los ojos.
—Te prometo que no. —retrocedió un par de pasos hacía papá, quien estaba sentado y envolvió los brazos a su alrededor haciéndola quejarse.
—No te preocupes, yo la sujeto. —le dijo sentándola en sus piernas.
—De acuerdo. —suspiró, quité las velitas, se inclinó un poco y no pude evitar las ganas de empujar su nuca suavemente, Clara rió, Samu se levantó con la nariz y boca cubiertas de chocolate, me miró indignado—. Pam. —me reclamó.
—Lo siento, no quise hacerlo. —reí retrocediendo al ver que se levantaba, quise correr, pero me sujetó el brazo y pegó los labios a mi mejilla, llenándome de chocolate, robándole risas a Clara, Nasy y papá, mi abuela sonrió con diversión.
Nasy dijo algo que no entendí, pero cuando la miré vi que Samu le embarraba chocolate en la nariz.
Nos tomamos una foto los 3 haciendo muecas y después nos limpiamos, sirvieron el pastel y nos sentamos a comerlo mientras Samu abría sus regalos.
Nasy y yo nos pusimos de acuerdo para regalarle un par de corbatas y camisas para sus presentaciones en la universidad, papá le regaló una mochila estilo cartero de cuero negro, se veía muy elegante y era lo que más usaban en aquella universidad, por insistencia de papá, cambiaron a Samu a L.M.U. Lo cual me emocionaba porque en septiembre entraría a clases y lo vería ahí.
Mi abuela le regaló una agenda y un bolígrafo grabado con su nombre, su madre le compró varias cosas, como unos audífonos inalámbricos, una batería portátil y una nueva carcasa para su celular.
—Mamá, creo que te equivocaste de modelo. —frunció levemente el ceño.
—¿Ya revisaste bien el interior de la mochila? —papá frunció el ceño.
Samu abrió los ojos mientras trataba de ocultar su sonrisa, rápidamente tomó la mochila y la abrió, sacando más regalos del interior, un nuevo celular y un Ipad.
—Gracias mamá, eres la mejor. —se levantó, fue cómico ver como la abrazaba y besaba sus mejillas mientras Clara seguía sentada.
—No me lo agradezcas sólo a mí, el regalo también es de Zack. —sonrió con las mejillas rojas.
—Muchas gracias Zack. —sonrió acercándose a él, papá lo abrazó.
—Por nada, felicidades.
—Te faltó el beso en la mejilla. —indicó Nasy cuando Samu se sentó, se sonrojó notablemente.
—No te preocupes, yo se lo doy por ti. —me incliné hacía papá para besarle la mejilla un par de veces.
—Gracias Pam.
Sonreí aún más, abriendo la boca para morderle suavemente.
—Pam. —se quejó cerrando los ojos.
—Yo también. —Nasy se abalanzó a su otro lado y le mordió, papá se quejó.
—Son unas agresivas. —quiso picarnos las costillas y nos separamos riendo.
—Usted siempre nos muerde las mejillas. —le recordó Nasy. Terminamos de comer el pastel y justo después entró Blaz con Balto, lo había llevado a la veterinaria, el perrito entró emocionado, se pegó a mis piernas para que le hiciera mimos, obviamente lo hice durante algunos segundos, pasó con Samu y se paró en sus patas traseras tratando de juguetear con el gorrito que aún usaba el chico en la cabeza, se lo quitó para ponérselo a Balto y tomarle una foto, en cuanto Samu lo soltó, Balto sacudió la cabeza para tirarlo, como que todos presentimos la intensión del canino porque apenas el dichoso gorro cayó al piso; Samu sujetó su collar, Nasy y yo casi corrimos para levantarlo y poco después liberó a Balto, quien trataba de alcanzarlo.
—No lo vas a destrozar. —advertí señalándolo con el dedo, me lamió la mano y me miró con sus hermosos ojitos mientras soltaba alguna especie de lamento o puchero—. Nein Balto, setz dich. —ordené tratando de sonar firme, aunque mi corazón se derretía cada vez que Balto hacía esos tiernos sonidos.
Se lamió la nariz un par de veces antes de sentarse, seguía mirándome atento.
—Buen chico, toma una galleta. —Nasy le dio una golosina para perro y el felizmente se la comió. Papá suspiró suavemente, ocultamos el gorrito.
—Al menos ya no destroza tanto el jardín. —murmuró mi abuela inclinándose la taza de café, hubo un juego de miradas entre Nasy, Samu y yo, aún seguíamos cubriendo los agujeros que Balto hacía, pero al menos ya no destruía masetas ni masticaba algunas plantas, no desde que una araña le picó y le creció una bolita en el hocico que le impidió comer bien durante varios días, desde entonces se mantiene alejado de las plantas y masetas grandes.
—Es un buen cachorro, ¿verdad que sí, mi amor? —hice un puchero, rápidamente se acercó a mí, plantando las patas delanteras en mis rodillas y lamiéndome la mejilla, solté una risita mientras le besaba la cabeza y le acariciaba detrás de las orejas.
—Ya no es un cachorro, cada día está más grande y gordito. —se burló Samu.
—Obvio que está más gordo, come demasiado. —murmuró papá frunciendo el ceño.
—No digan nada del bebé, está precioso. —Nasy se unió a los mimos y Balto agitó la cola feliz, le gustaba que lo mimaran y a veces era dramático con los regaños de papá, Cort y Blaz, aullando y lamentándose hasta que Nasy, Samu o yo íbamos a ver que tenía.
Pocas veces se acercaba a mi abuela, Adler o Cort, otras veces se quedaba con Clara cuando ninguno de nosotros 3 podía atenderlo, era obediente y me encantaba tenerlo.
Con el paso de los días comencé a recordar más cosas, la laguna que había hundido mi cerebro desde hace meses había estado drenándose poco a poco cada día, dejando a su paso húmedos, deformados y borrosos recuerdos, como si se tratase de un libro empapado, cuyas hojas estaban frágiles, unas cuantas desprendidas y la mayoría de las letras se encontraban borradas.
Pero entre todo el desastre había recordado algo, un nombre que no dude en buscar en instagram; Kennedy, obviamente mi búsqueda al principio fue desastrosa, había muchísimas personas con ese nombre o similar, así que decidí reducir la búsqueda a los seguidores o seguidos que tenía Leah Miller, encontré el perfil correcto, o al menos eso esperaba.
Había una fotografía de perfil, pocas publicadas con el rostro del dueño, pero sus ojos azul grisáceo y cabello rubio oscuro zumbaban en mi cabeza, como una centrifugadora tratando de secar y perfeccionar algún recuerdo.
Asociar mi cerebro con una secadora era lo que más me parecía apropiado en aquel momento, a veces era absurdo pensar en ello, pero me funcionaba y bastaba para mí.
El chico tenía a penas 50 publicaciones, la mayoría eran sobre paisajes, hubo una que me llamó la atención apenas la vi; era el chico u hombre de cabello negro y potentes ojos azul zafiro, se veían mucho más imponentes que en mi imaginación, dicha fotografía se publicó el 11 de septiembre del año pasado, los comentarios estaban desactivados, no había nadie etiquetado y la descripción sólo decía “#27 hermano”, era una fotografía casual, tomada de repente, con un hermoso paisaje de fondo, era el inmenso mar que se veía opaco a comparación de los ojos oscuros de aquel sujeto.
Algo se sentía diferente en él desde mi recuerdo, se veía más pálido, con los pómulos y mandíbula más marcados, la piel demacrada y los ojos agotados, pero aún así se esforzaba por sonreír suavemente hacía la cámara.
Había pasado días admirando su fotografía, detallando cada minúscula parte de su rostro, era él, eso era obvio, ¿qué le había ocurrido? No había rastro del brillo pícaro en sus ojos, ni aquella sonrisita ególatra que me cautivó en cuanto lo recordé, ¿estaba enfermo?
Entonces algo destelló en mi cerebro como una alarma, su edad, era un adulto de 27 años y mis recuerdos no eran tan antiguos, ¿cuándo lo conocí? ¿En dónde? Y lo más importante de todo; ¿qué éramos?
La duda y los nervios parecían consumirme por momentos, pero de repente todo era aplacado por cualquier cosa, ya sea Balto exigiendo atención, Nasy pidiendo ayuda con sus tareas, Samu suplicando salir a caminar, Cort… Simplemente mirándome, él tenía la mirada pesada, así que sentía cuando me miraba fijamente y me sacaba del transe en el que me encontraba, era extraño, pero ya me había acostumbrado a él.
Apenas subí a mi alcoba para ducharme, a pesar de haberme limpiado el glaseado de chocolate de la mejilla, aún sentía la piel pegajosa, así que decidí ducharme de una vez, aprovechando que aún era temprano y dejar que mi cabello se secara al aire libre, el agua caliente me relajó bastante, me puse mi pijama más calentito y bajé a la sala, la casa estaba silenciosa, lo que era anormal, ya que Balto era demasiado ruidoso incluso si jugaba con sus peluches o pelotas.
Si había silencio sólo significaba que Balto no estaba.
Vi de reojo que papá estaba sentado en un sofá, leyendo tranquilamente, me acerqué a él, tomándolo por sorpresa cuando me incliné sobre el respaldo para abrazarlo, respingó suavemente.
—Ángel, me asustaste. —cerró el libro después de colocar el separador.
—Son sus pecados. —le besé la mejilla varias veces, se giró hacía mí, jalándome hasta hacerme caer en el sofá y rodearme entre sus brazos como si fuese un bebé.
—No lo creo. —me miró directamente a los ojos, las pupilas le brillaron y sonrió con ternura, siguió detallando mi rostro y yo hice lo mismo con él, apenas parpadeando—. Te amo demasiado, lo sabes, ¿verdad? —tocó la punta de mi nariz con su dedo haciéndome parpadear.
—Sí, yo también te amo, ¿por qué me lo dice? —sonreí un poco.
—Simplemente quiero decírtelo, eres mi pequeño ángel, al igual que Nasy, las amo mucho a ambas. —tocó mi cabello suavemente, mi corazón se aceleró y sonreí aún más.
—Nosotras también te amamos y estoy segura de que Clara y Samu te quieren muchísimo.
—Siempre soñé con esto; tener una familia tal cual lo somos ahora.
—Debería casarse con Clara. —bromeé un poco, pero después alcé las cejas al ver que el ligero color rosa pálido apenas brotaba en sus mejillas, titubeó—. Le gusta Clara, ¿no es así? —piqué su mejilla con mi dedo.
—Me agrada bastante al igual que Samu. —asintió.
—Eso significa que somos una familia.
—Prácticamente sí, ¿sabes lo que la familia hace?
—Cuidarse y protegerse entre todos. —respondí con seguridad.
—Exacto ángel, así que es mi responsabilidad cuidarlos a ustedes de cualquier peligro que pueda haber, no permitiré que nadie le haga daño a mi familia. —explicó, su voz acentuándose para enfatizar cada palabra que salía de sus labios.
Fruncí levemente el ceño.
—Okey… —vacilé un poco.
—Tampoco permitiré que nadie te separe de mí, no de nuevo. —el brillo casi desapareció de sus ojos, sus pupilas se oscurecieron gradualmente conforme recordaba algo al parecer.
—¿De qué hablas, papá? —me levanté un poco, acomodándome a su lado.
—Simplemente leí el expediente que hizo el psicólogo en la última sesión, has recordado muchas cosas y a nuevas personas, así que ya no puedo seguir tapando el sol con un dedo para evitar que los rayos te alcancen —suspiró profundamente, sus facciones tiñéndose de culpa y derrota— No quiero que sigas sufriendo por la amnesia, ni torturándote por los recuerdos cortados que aún tienes.
—Papá… —murmuré.
—Debí de explicarte muchas cosas hace mucho tiempo y lamento haber tardado tanto, sólo espero que me perdones.
Un alambre de púas rodeó mi garganta, apretándome y rasgándome, dañándome y consiguiendo que respirar fuese jodidamente doloroso, mis pulmones se apretaron con tanta fuerza que el dolor se extendió por todo mi cuerpo, mi corazón encogiéndose y palpitando tan lentamente que lo sentía detenerse por momentos.
Dejándome mareada y adolorida conforme papá explicaba y detallaba todo lo que había pasado en aquel momento de mi vida en donde nada parecía tener sentido.
Entonces la verdad simplemente explotó en mi cerebro, iluminándome tan cegadoramente que me ardieron los ojos, mis lagrimas inundando mis parpados y derramándose por mis mejillas lentamente.
Los minutos u horas se sintieron eternos, pesadamente eternos y agobiantes.
Mis oídos zumbaron cuando las palabras dejaron de entrar a mis tímpanos, papá me miraba fijamente, con los ojos rojos por la retención de lágrimas que se reusaba a derramar, mi saliva era densa y amarga, mi estómago se revolcaba cruelmente a la par de mis intestinos.
Todo mi cuerpo y sistema sacudiéndose a causa del jodido huracán de sensaciones demoledoras que me aplastaban sin piedad.
Tan…
Jodidamente…
Doloroso…
Leah Miller;
Inhalé con fuerza el aroma de los piecitos de mi bebé gordito, aquel olor a quesito era tan adictivo para mí que no dejaba de olfatearlo cada vez que podía, mi hijo sacudió sus piecitos y me miró sonriente, haciendo aquellos sonidos de bebé que agitaban aún más mi corazón.
Estaba loca por él, lo amaba demasiado y me hacía muy feliz abrazarlo, besarlo y apretarlo cada vez que lo tenía en mis brazos.
—¿Listos? —habló Stef agitando aún más a mi bebé, quien parecía emocionarse cada vez que escuchaba o veía a su padre, soltó aún más balbuceos, finalizando en un pequeño gritito agudo.
—Ya casi. —sonreí cerrando el pañalero, le coloqué el pequeño pantaloncito, no dejaba de mover los bracitos al ver que Stef se recostaba a su lado.
—Déjame ayudarte. —pidió, besé por última vez la mejilla de Art y me separé para terminar de cambiarme, me había maquillado un poco, lo suficiente para disimular las ojeras que aún tenía bajo los ojos, a pesar de que Art dormía más por las noches, aún mi descanso no era continuo.
Me vestí rápidamente, escuchando las risitas de Art desde nuestra cama, también escuchaba los murmullos de Stef hablándole con ternura, mi corazón saltó de alegría al verlos juntos, eran tan tiernos.
Ambos pelirrojos e increíblemente guapos.
Terminé de ponerme los zapatos, me rocié de perfume, Stef “peinó” las ligeras y escasas hebras color zanahoria de Art, no le había crecido el cabello aún, pero al menos sus cejas eran visibles y las pestañas adornaban sus preciosos ojitos.
Le roció loción de bebé y lo cargó para besarle la mejilla.
—Listo. —lo presumió.
—Que rico hueles. —los abracé a ambos, disfrutando de la embriagadora esencia del aroma de bebé y la ligera loción de Stef, combinaban a la perfección—. Tú también hueles rico. —miré a mi novio.
—Igual tú, preciosa. —me besó la mejilla, terminamos de empacar algunas cosas para Art y salimos de la alcoba, iríamos a comer con los Hamilton, Stef acomodó a nuestro bebé en la sillita del nuevo auto que mi novio compró después de que di a luz, era el vehículo más “seguro y cómodo” para un bebé.
Subí a su lado, Stef tras el volante, me encantaba hablarle a mi bebé, sus hermosos ojitos café verdoso brillaban como 2 pequeñas estrellas que literalmente iluminaban mi vida entera.
Stef emprendió el camino hacía la nueva casa de los Hamilton, después del incidente que tuvieron el año pasado con Santiago y Jankiel, se quedaron con nosotros un tiempo hasta que Axel encontró un lugar seguro, era una especie de fraccionamiento bien protegido, tranquilo y acogedor.
Lo mejor de todo es que estaba a menos de 20 minutos en vehículo, así que podríamos visitarlos constantemente y ellos a nosotros.
Una vez que llegamos al lugar, el guardia llamó a Axel para autorizar nuestra entrada, segundos después abrió la reja y entramos, Arthur nos esperaba en el patio, Stef subió a la cochera y salió para abrazar al niño. Comencé a soltar a Art de la sillita, Arthur se pegó a la ventana para hablarle a mi bebé.
Stef abrió la puerta y salimos.
—Hola amigo, ¿cómo estás? —le tocó los piecitos.
—Hola guapo, ¿y mi beso? —me incliné, abrazó primero al bebé para después besarme la mejilla.
—Mamá preparó ravioles con champiñones y papá compró un pastel helado. —me miró emocionado.
—Que delicioso, vamos a comer. —sonreí, Axel nos esperaba en la entrada, cargó al bebé después de abrazar cortamente a Stef y entramos.
La casa olía demasiado bien, dejamos varias cosas en la sala, cuando entramos al comedor, Zoé cargaba y hacía reír al bebé.
Me llenaba el pecho de ternura al ver que todos querían a mi hijo… Al menos las personas que me rodeaban, porque mi madre sólo lo vio durante 15 minutos cuando recién nació, desde entonces, nada.
Al principio dolía, pero después dejé de tomarle importancia, Art tenía suficiente con su abuelo Rafael y sus abuelos Aine y Cian, después de todo Aine lo consentía como loca, así que cariño de una abuela no le faltaba a mi bebé.
Hablamos durante un rato mientras la comida terminaba de cocinarse, le di de comer a mi bebé y se durmió segundos después, dejándonos comer tranquilamente.
—Al menos respeta los horarios de comida. —sonrió Axel abriendo una botella de vino.
—Por ahora. —añadió Zoé. Axel sirvió el vino en las copas, a excepción de Arthur y a mí.
Aún así Zoé le sirvió jugo de uva en una copa al igual que a mí.
—Gracias. —sonreí.
—Por nada, ¿has tenido antojos durante la lactancia?
—Estoy teniendo más antojos ahora que durante todo el embarazo, más de cosas saladas y panes. —asentí.
—Entonces acerté, preparé un pan de ajo y espero que les guste. —regresó a la cocina, nos sentamos, la mesa estaba perfectamente servida, el olor de la comida me abrió gloriosamente el apetito.
En la mesa había pollo al horno, vegetales salteados, los exquisitos raviolis y un acompañamiento extra que era la crema de champiñones, el pan de ajo y algunas rebanadas de pan de caja con mantequilla de especias.
—No sabía que cocinabas tan bien. Está delicioso. —murmuró Stef masticando la primera cucharada.
—Igual yo. —Axel coincidió.
—¿Eso fue un halago? —me burlé frunciendo el ceño.
—Me ofende, pero gracias. —sonrió Zoé.
—Un brindis por la mejor cocinera del mundo. —Axel levantó la copa, lo imitamos, incluso Arthur.
—Salud, mami.
—Gracias amor. —le besó la mejilla.
Los chicos tenían razón, la comida era extremadamente deliciosa, los ravioles sabían a gloria y ni hablar del pan de ajo cubierto con la celestial crema de champiñones.
Todo un manjar.
Caí en la tentación de beber un diminuto trago de vino para comprobar que todo sabía aún mejor con un poco de alcohol.
En algún punto de la cena, un teléfono sonó en la entrada.
—Iré yo. —Zoé se levantó antes de que Axel pudiera reaccionar ya que Arthur le hablaba sobre algo que hizo reír a Stef.
Yo seguí comiendo, totalmente perdida en el sabor de aquel magnifico banquete, minutos después Zoé regresó con otro plato y añadió un lugar más a la mesa de 6 sillas.
—¿Qué haces? —preguntó Axel.
—Creí que no vendría. —respondió.
—¿Ya llegó? —sonreí un poco, me miró y asintió, volvió a salir cuando el timbre sonó.
—¿Quién? —Stef me miró confundido.
—Nathan, logramos convencerlo de venir. —respondí, el chico apareció en la entrada, llevaba un pantalón y camisa negros, el cabello húmedo y desordenado, se veía abatido, pero aún así se las arregló para sonreírle a Arthur quien corrió a su encuentro.
Le dio la botella de vino a Zoé y abrazó al niño.
—¿En dónde está tú secuaz? La pequeña zanahoria del rock.
—Está dormido, ya no es la zanahoria del rock, ahora es la zanahoria silvestre. —corrigió el niño.
—¿De qué hablan? —pregunté divertida.
—De los diferentes estilos de cabellera que tiene Art. —respondió Nat adentrándose en el comedor, me levanté para abrazarlo y besarle la mejilla.
—Que gracioso, ¿cómo estás? —sonreí al sentir que me sacudía un poco entre sus brazos. Me agradaban bastante las lociones de Nathan, era como si el aroma fuese parte de su personalidad comemierda.
—No tan bien como tú, mamá zanahoria. —me regresó el beso en la mejilla, abrazó a Stef y Axel antes de sentarse.
—Ignoraste mis llamadas. —le reclamó el castaño.
—Tenía cosas que hacer.
—No sé si ofenderme o alegrarme de que nos ignores a nosotros, pero a ellas no. —indicó Stef.
—Las conoces, son aterradoras cuando se enojan y se empeñan en algo. —Nat nos miró con los ojos entrecerrados, se sirvió menos comida de la que Arthur comió.
—Sírvete más, te prometo que sabe bien. —le dijo Zoé.
—En verdad está delicioso. —añadí.
—No lo dudo, sólo no tengo tanta hambre.
—Estás bajando de peso otra vez. —murmuró Axel bebiendo de su copa.
—Lo sé, papá. —murmuró acomodando la servilleta en su regazo, vi la mirada y sonrisita que le dedicó a Arthur, él ocultó sus ojitos y sonrisa cómplice detrás de su vaso de jugo.
—¿Estás trabajando en algún lado? —Stef se aclaró la garganta.
—Tengo un proyecto. —vaciló—. Personal. —añadió llevándose un ravioli a la boca.
—¿Y no puedes contarnos? —insistió Stef, Nat fingió una sonrisita sin dejar de masticar.
Después de que su abuelo básicamente le quitó la empresa y Jankiel intentara literalmente secuestrarlo, papá lo estuvo vigilando… Más bien, cuidando durante algunas semanas, una vez que reveló que Pam estaba viva fue como vivir en otra dimensión.
Zachary no hablaba con papá y él decía que nos apartáramos del camino, respetando su decisión momentánea sobre la sanación de Pam, aún me costaba creerlo a veces, Pam… Estaba viva, obviamente traté de comunicarme con ella desde ese momento, pero al parecer no tenía ningún medio de comunicación, dios, incluso busqué a Nasy y fue lo mismo, aún era una niña, no tenía permitido usar redes sociales.
Poco a poco fui resignándome, tomándole tantas fotos y vídeos a Art para guardarlos y mostrárselos después, no quería que se perdiera ningún momento de mi bebé, aunque prefería tenerla a mi lado en todo momento.
Una cálida caricia en mi mano derecha me hizo parpadear, saliendo de mis pensamientos, miré a Stef, tragándome las repentinas lágrimas que subieron a mis ojos.
—¿Todo bien amor? —murmuró, Nat me miró de reojo.
—Sí, aún son las hormonas, iré a ver al bebé. —me quité la servilleta del regazo y me levanté, las piernas me temblaron al momento de levantarme, pasé saliva para bajar el nudo que comenzaba a formarse en mi garganta.
Llegué a la sala, el bebé dormía cómodamente en el sofá doble, rodeado de almohadas, suspiré pesadamente, luchando contra las ganas de llorar que tenía en ese momento.
Cada vez que veía a Nathan pensaba en Pam, si a mi me dolió perderla no imagino todo lo que sufrió él… Todo lo que sigue sufriendo, saber que el amor de tu vida sigue vivo en algún lado después de creer que murió… El no poder hacer nada por estar cerca de esa persona…
Era crueldad pura.
—Tía. —un ligero susurro me hizo respingar, me giré, Arthur caminaba tan sigilosamente que resultaba gracioso—. ¿Quieres postre? —volvió a susurrar muy bajito, mirando de reojo a Art.
—Sí cariño, ya voy. —me limpié disimuladamente los ojos, apartando completamente cualquier rastro de lágrimas que pudiese haber.
Asintió, regresó de puntillas, sonreí un poco, mirando por última vez a mi bebé para después regresar con los demás, Stef me miró.
—¿Aún duerme? —preguntó.
—Creo que hasta ronca. —me senté a su lado.
—Bueno, oficialmente esta es la siesta más larga que ha tenido hasta el momento. —frunció levemente el ceño.
—Lo malo es que posiblemente no duerma mucho en la noche. —imité su gesto haciendo que el suyo se profundizara aún más.
—Puedo cuidarlo, tengo trabajo que hacer. —dejó la mano izquierda sobre mis piernas, sonreí un poco.
—¿Has… Hablado con Zack? —preguntó Zoé rompiendo el pequeño silencio que se había formado, su voz titubeando y apenas mirando discretamente a Nat.
Él se lamió los labios antes de llevarse otra cucharada de comida, todos los demás ya habíamos terminado de comer, excepto él, Arthur ya estaba a punto de terminarse el postre.
—Está bien, lo siento, no es de mi incumbencia. —añadió al ver que Nat masticaba más lento de lo normal, en una clara señal para evitar hablar. Titubeó.
—No sé nada de ella desde que regresó a Alemania hace como un mes, obviamente Múnich es territorio Köster, la MF sigue rondando para buscar a Sami, es obvio que Grosser lo tiene. —explicó brevemente—. Además, ya no cuento con fondos suficientes para ampliar el contacto. —rodó los ojos con fastidio.
—Planeabas otro negocio, ¿no? Antes de que tú abuelo te despidiera. —señaló Axel.
—Sí, pero sin equipo, el negocio valió mierda.
—Grosero, debes poner un euro en el frasco de las groserías. —interrumpió el niño mirando a Nathan de manera reprobatoria.
—No tengo cambio, ¿aceptas transferencias? —fingió lamentarse.
—¿Aceptamos transferencias, mami? —sonreí al ver que Arthur miraba a su madre.
—No, sólo monedas. —Zoé le siguió la corriente.
—No tío, debes poner una moneda. —negó con el dedito haciendo sonreír genuinamente a Nathan.
—Después lo pago.
—No se te olvide. —advirtió.
—No señor. —negó Nat terminando de comer.
—Amor, ¿por qué no vas por tus dibujos para que se los muestres a tus tíos? —propuso Zoé hablándole tiernamente.
—Okey mami. —se levantó.
—Aún no has terminado de limpiar tú alcoba, ya sabes en donde va la ropa sucia. —añadió Axel.
—Lo sé, papi. —sonrió saliendo del comedor, casi deseé ir con él, en cuanto Arthur se fue, el ambiente comenzó a espesarse, volviéndose denso, sofocante y extrañamente incomodo.
Axel automáticamente miró a Nat, se terminó la copa de vino y se sirvió más.
—¿Volveremos a fingir que eres mi padre y me regañas por algo? Si no te molesta me gustaría hablar con Stef, quiero saber como serán sus regaños de padre. —murmuró bebiéndose el vino de un trago.
—No te voy a regañar. —Axel frunció el ceño.
—Me estás mirando exactamente de la misma manera cuando mi abuelo me quitó la empresa, te recuerdo que ese día me diste un sermón estúpidamente amplio.
—No seas tarado, no fue un sermón, fue un consejo.
—Que no pedí, ciertamente.
—Obviamente tú no pides nada, por eso… —Axel se quedó callado al escuchar que Stef se aclaraba la garganta, quise pasar saliva, pero tenía la garganta seca.
—Por eso, ¿qué, Axel? —entrecerró los ojos, casi lanzándole dagas al castaño, agradecía que ambos estuviesen sentados a cada extremo de la mesa o sino cualquiera podría lanzarse un puñetazo directo en la nariz.
—Por eso todo se está saliendo de control, si queremos mantenernos estables debemos idear un plan y que todos lo sigan, juntos, en familia. —el tono serio que utilizó Axel me erizó la piel, el estómago se me revolvió y mi pecho se encogió.
Sabía de lo que hablaban, pero prefería no escuchar sus charlas sobre trabajo o esas cosas, últimamente sólo me causaban más nervios y estrés que no quería soportar para evitar pasárselo a Art.
Me aclaré la garganta.
—Iré a la sala. —murmuré levantándome lentamente.
—¿Está llorando? —Stef me preguntó.
—No, simplemente no quiero escuchar esto. —mi respiración tembló.
—Te acompaño. —Zoé imitó mis movimientos.
—¿No habrá postre? —Nat frunció el ceño con indignación.
—Sírvete lo que gustes. —Zoé le sonrió sutilmente.
—¿Para que mierda pides postre si no te lo vas a comer? —tronó Axel tratando de controlarse, aunque al parecer se le estaba escapando de las manos.
—Te mandaría a la mierda de no ser porque estoy en tu casa, sentado en tú mesa y comiendo tú comida. —lo señaló Nat.
—Vaya que considerado eres.
—¿Sabes qué? Vete a la mierda. —Nat se levantó.
—No, tú vete a la mierda, estamos pasando por una situación complicada y no haces más que actuar como un maldito hijo de perra, aparentas tener todo bajo control y cuando menos lo esperas la mierda te explota en el puto rostro. —lo señaló con molestia, Nathan se tensó, la rabia destilando por sus poros, Stef también se levantó al ver que el pelinegro se movía a un lado, posiblemente para lanzarse contra Axel.
—Vamos, no hagan esto. —dijo Stef cuando básicamente Axel retó a Nat con la mirada.
—Amor, por favor. —suplicó Zoé acercándose a su esposo, quien a duras penas la miró y asintió lentamente.
El ambiente tenso y pesado fue interrumpido por el llanto de Art, respiré profundamente, caminé a la sala, los pucheros y sollozos de mi hijo me hicieron cargarlo, me miró con sus ojitos llenos de lágrimas, sentí que alguien entraba detrás de mí.
—¿Qué pasa amor? —miré de reojo sobre mi hombro— Mira quien es, tú tío Nat, dile; hola tío. —giré hacía él, aún se veía molesto, pero su gesto se suavizó cuando Art lo miró, ambos mirándose fijamente durante algunos segundos hasta que escuchamos que el bebé se tiró un gas.
Nat sonrió levemente.
—¿Ahora eres la zanahoria apestosa? —levantó una ceja.
—¿Por qué todos los apodos tienen que ver con zanahorias? —sonreí un poco, aún sintiendo el corazón frágil y el nudo en la garganta.
—¿Por qué crees? —señaló la cabeza del bebé como si fuese obvio, suspiré.
—Lo sostienes.
—No lo voy a sostener mientras hace mierda. —frunció el ceño.
—Ya debes 2 euros por grosero. —entró Arthur con su cuaderno de dibujos.
Art pujo, lo acosté nuevamente en el sofá y moví sus piernitas como el pediatra me indicó, a veces tenía problemas para hacer del baño, así que tratábamos de ayudarlo con algunos ejercicios.
Conforme movía sus piernas iba soltando varios gases y pujando suavemente.
—Eww… Zanahoria apestosa. —Arthur arrugó la nariz.
—No huele tan mal, ¿oh sí? —dudé y me incliné para olerlo, ni siquiera olía a pipí.
—Está aromatizando la sala. —bromeó Nat, sentó a Arthur en sus piernas.
—Tío Stef, Art está aromatizando la sala. —rió el niño haciendo que Nat soltara una risita.
—Eww Art. —mi novio entró e hizo una mueca, detrás de él llegaron Zoé y Axel.
—No mientan, no huele a nada. —fruncí el ceño, Arthur soltó una risita, Stef sonrió un poco y negó.
Me levanté para cambiarlo en el baño, al regresar a la sala; Arthur seguía con Nat, hablándole a Stef sobre sus dibujos, unos minutos más tarde todos estábamos como si nada, tratando de ignorar los repentinos comentarios ácidos entre Axel y Nat, sólo ellos se entendían, sabía que ellos se llevaban así, además Stef estaba relajado, más que acostumbrado a los choques que tenían sus mejores amigos.
Yo por mi parte me puse cómoda con mi hijo y Zoé, recordando momentáneamente a Pam, esperaba verla pronto…
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