Años después.
Catanzaro, Italia.
Maritza Webster.
Abrí los ojos de golpe, sintiendo como mi corazón bombeaba con violencia contra mi pecho, mi respiración era demasiado agitada, mis pulmones a punto de un colapso, mi piel estaba cubierta de sudor y un ardor extraño se extendió por mis manos hasta mis codos.
Me senté en la cama, buscando a ciegas la lámpara, la luz tenue iluminó parte de la alcoba.
—Tuve esa pesadilla otra vez, amor. —giré a mi izquierda, con la intención de buscar algo de consuelo, pero no fue así, mi pecho se oprimió al ver el otro lado de mi cama vacío y frío.
Mi respiración se agitó aún más, algo salado subiendo por mi garganta y picando en mis ojos, alcancé su almohada y la apreté contra mi pecho, enterrando mi nariz en la tela, en busca de su aroma el cual ya ni siquiera era perceptible, 9 semanas, hace 9 semanas se había ido y no ha regresado.
Busqué la rabia para sustituir la tristeza, necesitaba mantenerme fuerte con o sin él.
Dejé la almohada a mi lado y decidí salir de la cama a las 4 de la mañana, tomé una ducha de agua tibia, me cambié de ropa y salí de mi alcoba, caminando tranquilamente hacía la puerta que estaba casi al fondo del pasillo, por precaución, la puerta no tenía manija, no después del accidente que tuvimos hace 2 semanas; Nathan se encerró y se dio un atracón de comida que lo dejó inconsciente en el piso, vomitando y ahogándose.
A veces tenía momentos lúcidos en donde buscaba comer lo que antes comía, obviamente su cuerpo aún no podía soportarlo y lo desechaba, haciendo que una repentina ansiedad y desesperación lo abrumara hasta que le inyectaban un calmante, volviendo a su estado habitual; una estatua o una momia.
La ayuda psicológica era casi nula, no prestaba atención y mucho menos hablaba con la psicóloga, cambiamos a varios, pero era imposible tratarlo aún.
Entré a la alcoba, la luz tenue me permitía ver que estaba acostado en la cama, ladeado, aferrado a una almohada, abrazándola y respirando agitadamente.
—¿Tuviste una pesadilla? —caminé hacía él, asintió, sorprendiéndome, otras veces ni siquiera se movía—. Yo también tuve una, ¿quieres escucharla? —me senté en la cama, volvió a asentir, moviendo los ojos y fijándose en mí, el corazón se me agitó—. Soñé que estaba en mi casa de la infancia, el lugar tenía muchos pasadizos y escondites, los conocía todos y siempre me ocultaba en ellos, jugando conmigo misma, pero mi padre se enojaba cuando me encontraba jugando en esos lugares, me castigaba mucho —froté mis manos, el escozor picando en mi piel, suspiré profundamente— supongo que por eso nunca los castigué a ustedes, no quería recordar cosas malas.
Lo miré, parpadeó lentamente, me acerqué aún más, toqué su cabello, se sentía extraño, era poroso, reseco y sin vida, sin importar cuantas veces lo ayudara a lavarlo; se veía sucio.
—¿Quieres contarme tú pesadilla? —susurré.
Negó cerrando los ojos y acomodándose casi sobre la almohada, seguí tocando su cabello hasta que se quedó dormido, su respiración calmándose hasta volverse suave.
Arrastré la mano por su brazo, sintiendo su piel también opaca y reseca, me quedé con él unos minutos más, mirándolo dormir tranquilamente, se movió al otro lado, estirando las piernas y un brazo, me levanté para arroparlo, tomé la frazada y la levanté un poco, descubriendo lo que había debajo de la almohada cuando la acomodé, era una sudadera oscura, la toqué y sentí algo duro debajo, aparté la tela descubriendo un porta retrato mediano.
Un par de lágrimas escurrieron por mis ojos al ver la fotografía, Pam y Nathan, ambos sonriendo, felices, ella usando la sudadera, los ojos de ambos brillaban con tanta intensidad que parecían irreales.
Miré a Nathan que seguía dormido, dejé todo como estaba y salí de la alcoba, sintiendo como todo se cernía sobre mí, aplastándome, comprimiéndome y llevándome a un abismo oscuro que sólo me apretaba cada vez más.
Dios Santo.
No podía hacer todo esto yo sola, lo necesitaba, necesitaba a Santiago, tenía que apoyarme en alguien más fuerte y sólido que yo o sino iba a colapsar.
Él no estaba y no le importaba…
Pasé varias horas en la sala, pensando, buscando y anhelando recobrar las fuerzas que tenía hace semanas, pero estaba agotada.
—Hola mamá, buenos días. —la voz de Kenn me hizo parpadear, se acercó a mí y besó mi mejilla.
—Hola cariño, buenos días, ¿cómo dormiste? —me aclaré la garganta, bajando el nudo que me estrangulaba por dentro.
—Meh, normal, ¿qué tal tú? Te ves agotada. —me detalló, sus preciosos ojos tiñéndose de preocupación tan temprano.
—No lo estoy, simplemente ya no he tenido tiempo de ponerme todas esas mascarillas y tratamientos que antes usaba. —logré formar una pequeña sonrisa que sólo lo hizo sospechar aún más.
—Deberías salir a despejarte un rato, Dan vendrá junto con Nonna.
—¿Ah sí?
—Sí, descansa un poco. —besó mi cabeza y salió.
Desayunamos juntos, la mucama dijo que Nat aún no despertaba, quería que descansara, pero el enfermero llegó para administrarle los medicamentos, así que lo despertó, le pusieron el suero, le inyectaron las vitaminas y todas las cosas que necesitaba, le revisaron el pulso, la presión y le recomendaron salir al sol unos minutos al día o al menos; acercarse a la ventana para recibir un poco de vitamina D.
En cuanto Larissa y Dan llegaron, Kenn me envió directamente a mi alcoba en donde su gemelo me esperaba, Karl era el triple de terco que el menor de mis hijos y su actitud me hacía recordar a Santiago.
Se quedó conmigo un tiempo mientras yo me veía obligada a realizarme toda mi rutina de cuidado facial y capilar, Karl hablando de vez en cuando o toqueteando todos los productos, preguntando como Zuz podía fabricarlos y en base a qué los hacía.
A veces respondía sus dudas, ya que su nivel de paciencia era nulo y terminaba por buscar sus propias respuestas en internet para después brindarme los datos que encontraba ocasionalmente.
Incluso me ayudó a enjuagarme el cabello y a secarlo con la secadora, me hizo sentarme en mi peinador, imaginé las veces que su padre hacía eso cada vez que había parido, básicamente se convertía en mis manos, secándome el cabello, peinándome, ayudándome a vestir o darme besos cada vez que podía… Todo eso antes de embarazarme por última vez de los gemelos en donde sus atenciones y mimos mermaron violentamente.
En alguna ocasión lo dijo, no directamente, pero dio a entender que él no quería más hijos, 3 eran suficientes y su karma llegó con 2 bebés de golpe, tuvo que aguantarse, por suerte; los gemelos eran todo lo que podía desear en la vida y los únicos que estaban pegados a mí en cualquier momento.
Vi el reflejo de Karl en el espejo, se veía tan concentrado pasando la secadora por los mechones de cabello, arrugando suavemente las cejas, su cabello rubio oscuro tenía algunos reflejos dorados, las puntas del flequillo le rozaban la nariz, tenía la mandíbula muy marcada, una nariz fina y larga igual a la de su padre.
Mis hijos habían obtenido buenos genes y lo supe desde que eran niños, me sentía satisfecha con ello.
—Lista. —bajó el secador y sonrió un poco mirándome por el espejo, pasó el cepillo suavemente por mi cabello antes de que yo vaciara unas gotitas de aceite en sus manos para que lo esparciera.
—Karl… —solté una risita al ver que se limpiaba las manos en el chándal después de haberme aplicado el producto—. Gracias mi amor. —me giré para mirarlo.
—Por nada, 4 besos. —pidió inclinándose, rápidamente besé sus mejillas, dándole más de los besos que él me dijo—. Si me diste de más no esperes a que te los devuelva. —advirtió sonriendo con suficiencia, como lo haría su padre.
Respiré profundamente.
—Intentaré no hacerlo.
Cuando estuve más presentable, bajamos al jardín trasero a merendar un poco, sorpresa me llevé al ver a Nat sentado en una mecedora sobre el césped, moviéndose ligeramente mientras que el perro que le compró a Pam, le olfateaba los pies descalzos o le lamía las manos cada vez que él intentaba tocarle la cabeza, sólo usaba una bermuda gris, los rayos del sol bañándole la piel opaca, incluso la tinta negra se veía descolorida, tenía el cabello largo y la barba comenzaba a oscurecerle la mandíbula.
—Te hace falta un buen corte de cabello, luces como un vagabundo. —le dijo Karl, el perro se levantó en sus patas traseras para recargarse en las piernas de él—. ¿No es así muchacho? Tú padre parece un vagabundo.
—Sus tíos tampoco se ven muy presentables que digamos. —les dijo Larissa, Dan arrugó las cejas.
—¿Qué te pasa, Nonna? Nos vemos bien. —se ofendió, después de todo, los gemelos aún usaban el pijama, Dan llevaba jeans y una playera simple.
Kenn comenzó a jugar con Balto, me senté a un lado de mi suegra, Dan y Karl hablaban, Nat no quería hablar con nadie, simplemente se mecía en la mecedora.
—¿Sabe algo sobre ellos? —pregunté tomando el vaso de limonada que la mucama sirvió.
—Siguen en Cracovia, no hay registro de algún hospedaje, así que supongo que están viviendo con Jankiel. —suspiró suavemente—. Aytron está furioso y le advirtió a Santiago que no volviera hasta que pasaran los 3 meses que él dijo.
—Aunque quieran volver…
—No van a poder, te lo repito, Aytron está ardiendo en rabia. —miró a Nathan—. ¿Cómo estás tú? —sentí que tomó mi mano.
—No puedo más, después del último accidente; lo necesito, sea como sea, lo quiero a mi lado. —confesé sintiendo como las lágrimas aparecían otra vez.
—Lamento decirte esto, pero debes resistir un poco más, intenta mantenerte firme, por ellos, no sé en que momento dejaron de tener un padre y me siento culpable al haber tenido un hijo que hiciera todo esto.
—¿Saben algo de Zachary? —me limpié con una servilleta al sentir que Kenn me miraba de reojo.
—No, es como si se encerraran en una burbuja, ni siquiera Rafael sabe algo.
—Creo que nosotros estamos haciendo lo mismo, ¿no? Encerrarnos.
—Es lo mejor que podemos hacer en situaciones como estas. —asintió, vi que Nat movía una mano, rápidamente el perro corrió hacía él, desesperado por conseguir su atención, acarició su cabeza mientras que Nat levantaba el rostro hacía el cielo durante unos segundos antes de que una mueca se formara en sus facciones, me levanté rápidamente caminando hacía él.
—¿Necesitas algo, amor?
—Sombra, me duele la cabeza. —respondió ronco.
—De acuerdo, ¿quieres que te ayude? —me moví hasta estar frente a él, negó, se apoyó en los brazos de la mecedora y se levantó lentamente, tomé uno de sus brazos al ver que las piernas le temblaban.
—¿Por qué no me llamas? —llegó Dan para sujetar su otro brazo.
—Sólo quiero ir a la sombra. —respondió bajando la cabeza y respirando profundamente antes de caminar, lo sentamos al lado de Larissa, el perro colándose debajo de la mesa para estar cerca de él.
—Alguien te extrañó mucho. —le dijo la abuela.
—No soy el único a quien extraña. —murmuró bajando la mano, el perro metió la cabeza entre sus piernas, Nat le tocó la cabeza—. La extrañas mucho ¿verdad? yo también lo hago, cada maldito segundo. —su voz se volvió más ronca y ahogada, como si estuviese aguantando las lágrimas, el perro gimoteó antes de comenzar a gruñir suavemente.
—Estoy segura de que ella los estará cuidando desde…
—Ni siquiera lo digas. —negó Nat sin dejar de mirar al perro.
—Ya sabes dónde. —finalizó mirando hacía otro lado.
—¿Cuánto crees que te tome recuperarte? En verdad te necesitan en la empresa, algunos tíos vinieron para ayudar al abuelo en la oficina. —le dijo Dan.
—El tiempo que sea necesario. —suspiró profundamente.
—Disculpe, la señorita Miller y el señor Farrell vienen a ver al joven Nathan. —avisó la mucama, mi hijo se quejó suavemente.
—¿Quieres verlos? —pregunté.
—Sí. —murmuró, la mucama entró y los amigos salieron, la hija de Rafael ya tenía 5 meses de embarazo y debido a su complexión delgada, se le notaba aún más.
—Hola, buenas tardes. —saludó la francesa.
—Buenas tardes. —respondimos.
—¿Cómo está rojito bebé? —sonrió Kenn, Nat se levantó lentamente.
—Está bien, creciendo y a veces moviéndose. —sonrió caminando hacía mi hijo, lo abrazó como pudo, Nat recargó los brazos en sus hombros, Stef también se acercó para abrazarlo en cuanto la chica lo soltó—. ¿Ya sales más seguido? —se limpió los ojos.
—Me sacaron a la fuerza. —respondió Nat de mala gana, todos nos sentamos.
—Gracias a dios lo hicieron, Casper tiene más color que tú.
—Ajá, ¿y tú porque sacas tanto la barriga? ¿Quieres sacar a rojito a la fuerza? —le preguntó Nat arrugando las cejas, una sonrisa se me escapó de los labios, Stef rió un poco.
—No sé si ofenderme o alegrarme por escucharte bromear de esa manera. —negó Leah con cierta indignación.
—Tú dirás. —Nat encogió un hombro, sonreí aún más, sintiéndome… Más ligera.
—Yo si me alegro de escucharlo decir bromas. —le dijo el amigo.
—Tú te alegras más con Nathan que conmigo. —reclamó Leah.
—Es que Stef a veces es pasivo. —una ligera, sutil y apenas visible sonrisa curvó los labios de mi hijo, dejando de lado el comentario que hizo, el corazón me saltó de alegría.
—Uy… Ya comenzamos con los comentarios gays, me gusta, Nat siempre quiere ser el macho italiano. —aplaudió el pelirrojo, Dan soltó una ligera carcajada.
—No comiencen con sus cosas groseras en frente de Maritza y Larissa. —los regañó Leah, yo simplemente vi como mi hijo convivía y hablaba más que otras veces, al menos durante unos minutos, porque después de un rato simplemente se quedó callado, con la mano izquierda tocándole el vientre a la chica, sumido en sus pensamientos y respirando profundamente de vez en cuando.
—¿Ya se te acabó la batería social? —preguntó Karl, Nat lo ignoró.
—Deberían ponerlo al sol otro rato a ver si se vuelve a cargar. —dijo Kenn frunciendo el ceño.
—Sabes… Hace tiempo pensé en algo muy estúpido, tenía planeado lo que haría una vez que Impera se fuera, porque sabía que lo haría, no creí que la Sacra estuviese bajo mis narices. —murmuró distraídamente.
—¿En qué pensaste? —le tocó el cabello, vi como los ojos grises le brillaban con ternura cuando le hablaba a Nat, sabía que el cariño de ambos era mutuo y la primera vez que mi hijo vio a Leah me pidió “comprársela”, incluso le ofreció sus ahorros a Rafael, claramente el hombre le dijo que no estaba a la venta, pero podría visitarla cuando quisiera, la niña tenía 3 años en ese entonces y mi hijo acababa de cumplir 12 años.
Siempre supe que ambos se llevarían bien y no me equivoqué con eso, prácticamente es como su hermana, se defienden y se molestan el uno al otro.
—Ya estaba casado, sólo me faltaba tener hijos. —respondió suavemente, como si fuese un secreto, pero todos lo estábamos escuchando claramente.
El nudo se apretó en mi garganta.
—Planeaba dejarlo todo, irnos a Nueva York, trabajar mientras ella iba a la universidad y después tener hijos, todo perfecto. —sonrió como si lo estuviese imaginando, un ligero destello iluminó sus ojos y mi pecho colapsó al ver que los ojos se le opacaban otra vez—. Pero ahora soy viudo a los 26 años.
—Algún día te casarás otra vez y tendrás hijos. —se limpió los ojos y tocó su brazo, la mano de Nat aún seguía en el vientre de la chica.
—No, ya no quiero eso, después de ella, ya no quiero nada más. —negó volviendo a suspirar profundamente.
—Deja que el tiempo pase…
—Ya pasaron 2 meses y se siente jodidamente igual, estoy agotado. —se alejó lentamente de ella, miró a Dan quien reaccionó rápidamente para ayudarlo a levantarse y subirlo a la alcoba.
No miró ni se despidió de nadie, vi como Balto lo seguía hasta que entraron a la casa y desaparecieron de mi vista, Stef se acercó a su novia, no paraba de limpiarse los ojos.
—¿Quieres irte? —preguntó, ella asintió.
—Gracias por visitarlo un rato. —me levanté para despedirme de ellos.
—Gracias por recibirnos. —me dijo Leah, la abracé.
—Si necesitan cualquier cosa no duden en pedirla a Axel o a mí, ¿tienen mi número? —habló Stef.
—Estoy segura de que Dan lo tiene. —sonreí un poco.
—Aún así, le dejaré la tarjeta. —sacó su cartera y me entregó una tarjetita con sus nombres, números telefónicos e incluso correos.
Se despidieron y se fueron, yo decidí subir con Nat, me acosté a su lado y sentí que comenzaba a juguetear con mi cabello.
—Creo que… Me gustaría hablar con la psicóloga. —murmuró horas más tarde, cuando la oscuridad tomó poco a poco la alcoba y la luz tenue apenas alcanzaba a iluminarnos sutilmente.
—Claro que sí mi amor, ¿mañana en la tarde?
—Sí… —suspiró sin dejar de jugar con mi cabello durante todo ese tiempo.
—La llamaré mañana temprano, ¿quieres comer algo?
—No.
Lo miré, tenía los ojos cerrados, respiraba profundamente mientras sus dedos seguían moviéndose hasta que finalmente se quedó dormido, me acerqué a él, besé su frente.
—Buenas noches mi amor, te amo. —susurré mientras me levantaba sigilosamente, no quería despertarlo.
Salí de su alcoba, cené con los gemelos, Dan y mi suegra, Aytron la recogió después de comer, Dan se fue unos minutos más tarde, los gemelos le dieron una vuelta a Nat que seguía dormido como si nada y se fueron a acostar, los arropé, porque sin importar la edad que tuvieran, yo siempre les daría un beso de buenas noches antes de dormir, me duché con agua caliente sin lavarme el cabello, me puse el pijama e intenté, como todas las noches, llamarle a Santiago.
Los ojos se me llenaron de lágrimas al escuchar el buzón de voz.
—Maldito hijo de puta. —susurré acomodándome en la cama, lancé su almohada al suelo y me acurruqué en la mía, apartando las lágrimas e intentando dormir.
Tenía que descansar bien para mañana, Nat al fin había pedido hablar con la psicóloga y eso ya era el avance que tanto anhelaba tener, sólo esperaba que esta vez, participara un poco más…
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