Dan.
Soplé suavemente el líquido negro dentro de la pequeña taza, enfriándolo y al mismo tiempo embriagándome con el exquisito aroma a tostado del delicioso café.
Los rayos del sol calentaban mi piel y tal vez me refrescaría un poco al tomar un vaso de limonada repleta de hielos como lo hacían los gemelos y Nonna, pero preferí caer en la tentación y seguir el ejemplo de mi abuelo que tomaba un expreso recién hecho, el aroma de los granos molidos y el agua hervida aún flotaba en el ambiente, vi como el concentrado del café aún caía por el colador, goteando en la jarra.
Escapar a Reggio di Calabria con la familia de mi abuelo fue lo mejor que pudimos hacer en ese momento, un viaje tranquilo de poco más de 2 horas en las carreteras nocturnas nos relajó a todos, pasamos la noche y tuvimos un maravilloso amanecer mirando el mar desde la cima de una de las casas que se encontraba arriba del acantilado, todo era relajante, incluso para Nathan, quien no dejó de ver por la ventana en ningún momento durante todo el camino, él admirando la oscuridad, ni siquiera parecía parpadear cuando se recargaba en el hombro de mamá y ella contaba anécdotas de nuestra infancia sin dejar de tocarle el cabello.
Incluso ahora, permanecía tranquilo, meciéndose en la hamaca que colgaba entre 2 frondosas palmeras creando una sombra bastante refrescante.
El terreno familiar era enorme, casi como un pequeño pueblo a la orilla del mar, la mayoría vivía ahí o tenía casas vacacionales cerca, pero espesas palmeras, árboles y vegetación rodeaban la propiedad.
—No le has quitado los ojos de encima. —habló mi abuelo.
—Es inevitable, la última vez que lo hice… —apreté los dientes y solté el aire lentamente, de repente, mi pecho apretándose y mis pulmones doliendo.
—Para sanar hay que soltar, tensas la cuerda en tú cuello con responsabilidades que no te competen. —indicó levantando la taza.
—Lo sé, pero no puedo dejarla sola. —miré a mamá, quien se encontraba hablando con las esposas de los sobrinos de mi abuelo.
—Y la vida te recompensará por ello, estoy seguro.
Respiré profundamente, tomé un sorbo del café y los ojos se me cerraron al sentir la amargura y perfección del mismo, estaba en su punto, curiosamente se sentía algo ácido, pero dulzón al tragar, dejándome una sensación extraña en la garganta.
—Creí que bromeabas cuando decías que el café de Reggio era el mejor del mundo, te creo y necesitaré un par de costales para llevarme a casa. —sonreí un poco.
—Los tendrás, yo también planeo llevarme un par.
Terminamos el café y nos unimos a los demás, una enorme mesa aguardando por nosotros para comer todos juntos una merienda, excepto Nathan, que seguía en la hamaca sin intensión de acompañarnos, incluso me acerqué a él, tratando de tentarlo con los bocadillos que habían servido, en su mayoría quesos, jamones y embutidos, pero también había canapés, pasteles, algunos postres y croissant con queso y tomate, sus favoritos.
No conseguí que abriera los ojos, permaneció acostado, agitando el pie de vez en cuando y tomando impulso para seguir meciéndose.
Regresé a la mesa detallando a mi familia paterna, las mujeres eran de otras familias, entonces caí en cuenta de que no conocía a ninguna mujer que hubiese nacido con el apellido Webster.
Mi bisabuelo se casó con una mujer siciliana llamada Aurora, tuvieron 4 hijos, mi abuelo siendo el menor, después cada hermano tuvo exactamente 3 hijos, menos mi abuelo que sólo tuvo a papá, pero años más tarde nos volvimos la familia más grande, los sobrinos de mi abuelo teniendo mínimo 2 hijos, uno de ellos tuvo 4 hijos, papá ganó con 5 hijos… Pero ninguna niña, sólo hombres.
Apenas recordaba el nombre de mis primos, eran bastantes y muchos de ellos ya tenían más hijos que la última vez que los vi hace unos años en la boda de Jackson.
—Está subiendo de nivel la apuesta. —avisó la esposa de uno de los tantos hombres que estaba ahí en la mesa.
—¿Ah sí? ¿A cuánto? —sonrió mi abuela.
—Más de la mitad del capital de los bienes raíces, a eso sumándole algunas franquicias de hoteles y restaurantes, la niña que nazca siendo Webster, prácticamente será millonaria… O billonaria, dependiendo del tiempo que tarde en nacer.
—¿Y sólo la primera?
—Queremos extender el monto a las primeras 5 niñas, para evitar problemas y cosas así, pero obviamente la primera se llevará más.
—Es mejor así, incluso extenderlo a 10 si es posible. —opinó mi abuelo.
—Deberías tener una hija. —me dijo Karl.
—Ni siquiera tengo novia ni mucho menos esposa, ¿cómo voy a tener una hija? —bebí un sorbo de limonada helada, el frescor me bajó hasta el estómago de una manera deliciosa.
—Sólo embarazas a una chica y ya. —encogió un hombro, como si fuese lo más fácil del mundo.
—¿Y ya? ¿Al menos sabes como se embarazan las mujeres? —solté una risita.
—Obviamente, mamá ha sido muy explícita con ese tema si se me permite decir —me miró ofendido y después miró a mamá frunciendo el ceño— generó traumas.
—No generó traumas, tú estabas aferrado a la idea de que en realidad los bebés crecían en los huertos. —le dijo Kenn metiéndose en la conversación.
—Fue culpa de Nathan, él lo repitió durante años y yo le creí.
—Por tonto.
—No me hables de esa manera jovencito que soy tú hermano mayor. —lo señaló con el dedo, Kenn lo manoteó.
—Sólo por 5 minutos, no te creas la gran cosa.
—Estas generaciones de hoy en día no saben respetar. —negó Karl en un divertido papel dramático que le sacó una sonrisa a mamá.
—Uy, habló el rey del respeto. —se burló Brody, uno de mis tantos primos que era menor que Nathan por unos años.
—Yo sólo defendía mi idea de creer que los niños crecían en los huertos.
—Y cada mañana se levantaba temprano a regar las macetas con la esperanza de encontrar un bebé en la tierra, para terminar llorando durante horas cuando no encontraba ninguno. —suspiré profundamente, recordando como un Karl de 10 años entraba lleno de lodo a la casa, llorando porque no había ningún bebé.
Los demás soltaron risitas o comentarios como “pobre nene” o “tan tierno”, haciendo que Karl se sonrojara un poco.
—¿No has encontrado ningún bebé? Aquí hay muchas macetas. —Nathan se abrió espacio en el banco entre los gemelos, me recorrí un poco, Karl pegándose un poco a mi lado.
—No, ya no creeré lo que me digas. —negó mi hermano.
—Los bebés si pueden crecer en los huertos. —utilizó un peculiar tono de voz al momento de decir la palabra.
—No mientas.
—Crecer o fecundar, es parte de lo mismo. —vi que Nat ladeaba la cabeza en una pequeña sonrisa, Kenn abrió los ojos alarmado, con las mejillas coloreándose de rojo.
—No es verdad.
—Tenías 10 años, no iba a utilizar la palabra fecundar al momento de explicarte algo como eso. —plantó un codo en la mesa, tocándose los labios con los dedos para ocultar su sonrisa.
—Hiciste que mamá me generara traumas. —acusó.
—Incluso tú podrías ser un bebé de huerto, no lo sabemos. —bromeó haciendo que Karl mirara a mamá, lo imité, vi que se llevaba el vaso a los labios.
—No generemos más traumas ahora. —negó tomando un platón—. Toma un croissant. —le dijo a Nat ofreciéndole el bocadillo.
—En otras palabras; llénate la boca de pan. —dijo Kenn.
—Oh dios, los extrañábamos chicos, ¿cómo te has sentido, cariño? —la esposa de mi tío Elio, Carla le ofreció un plato y servilleta a Nathan, los tomó y acomodó su lugar para después tomar un croissant.
—Creo que… Vivo, supongo. —respondió luego de vacilar un poco.
—Es comprensible, te diría que el tiempo lo cura todo, pero te mentiría.
De repente el ambiente alegre disminuyó un poco, vi que Nathan respiraba mal, las manos le temblaron y prefirió ocultarlas debajo de la mesa.
—Sí bueno, ¿podríamos hablar de otra cosa? ¿Cómo huertos o algo así? —su voz ahogada me apretó el pecho.
—¿Escuchaste que la primera niña Webster va a nacer millonaria? —preguntó Ken.
—¿Hay una niña? —preguntó después de respirar profundamente.
—No, estábamos hablando sobre una apuesta… —retomó Rosa, la esposa de Valerio.
Pusieron al tanto a Nathan sobre dicha apuesta, casi sonreí al ver que mordisqueaba distraídamente el croissant, bebiendo agua con hielo entre cada mordisco pequeño, como si su cuerpo tratara de acostumbrarse.
Se supone que su alimentación había cambiado, pero después de la última vez que comió algo sólido, regresamos a lo semiblando, era la primera vez que lo veía comer algo que no fueran papillas o puré, incluso frutas o verduras troceadas.
Todos volvieron a hablar entre ellos, riendo o bromeando con Karl, me sorprendía el nivel de sociabilidad que tenía, se veía cómodo y sus temas de conversación mantenían a más de uno embelesado con lo que decía.
—Fácilmente podría ser político. —me dijo Brody acercándose por detrás, todos habían cambiado de lugar, reuniéndose en grupos, donde Karl mantenía la atención del más grande.
—Quiere ser restaurador de antigüedades. —respondí mirando de reojo que Nathan se levantaba y caminaba casi torpemente a la orilla, detrás de la cocina exterior.
—¿Ah sí? —sonrió ajeno a lo que había visto.
—Sí, dame un minuto. —dejé mi vaso y caminé a la cocina, siguiendo el pequeño caminito de tierra que se unía más adelante con un camino de madera desgastada, escuché jadeos a mi izquierda, pasé por encima del pequeño arbusto que enmarcaba el caminito.
Algunas ramas crujieron bajo mis pies, vi a mi hermano recargado en un árbol perfectamente recortado, respiraba agitado y a veces escupía.
—Si tienes que sacarlo, hazlo. —metí las manos en los bolsillos de mi pantalón.
—Esto es una porquería. —aguantó la respiración antes de que una arcada lo hiciera jadear.
—Sólo hazlo, te sentirás mejor, a veces tienes que escupir para evitar ahogarte. —me giré para darle algo de espacio.
—Eres un idi… —el vómito lo interrumpió, apreté los labios, tratando de ignorar el sonido de sus arcadas, miré el mar que se extendía a unos metros de mí, el aire olía a agua salada y el sol seguía calentando a un nivel agradable.
Cuando dejé de escucharlo, miré sobre mi hombro, volvió a recargarse en el árbol sujetando su estómago, el cabello le cubría el rostro, su respiración era agitada, se limpió los labios y los ojos antes de erguirse lentamente.
—¿Mejor? —pregunté.
—Sí, me siento mucho mejor después de escupir trozos de mi estómago. —se aclaró la garganta un par de veces.
—¿Quieres descansar?
—En realidad, quisiera bajar a la playa o al mar. —negó.
—Andando. —propuse, asintió, ambos cruzamos el camino de madera que nos llevó a unas escaleras que finalizaban en la costa, había muchas rocas y las olas se impactaban con fuerza contra el acantilado que estaba del otro lado de la propiedad, la casa principal en la cima del mismo.
Nos quitamos los zapatos y los calcetines, dejamos las cosas en las escaleras, metí a mi zapato mi celular y cartera, la arena no se sentía fina debajo de mis pies, pero sí húmeda y fresca.
Nat caminó hasta llegar a un nivel en donde el agua apenas humedecía la arena, avanzando un poco más, el mar empapándole hasta las pantorrillas.
Lo vi ahí, con la cabeza baja, mirando las olas retroceder y empujar nuevamente, algo dentro de mí se hundió.
“Tensas la cuerda en tú cuello con responsabilidades que no te competen”, claramente lo hacía, asfixiarme era la única cosa que me mantenía cuerdo, la falta de aire me recordaba que seguía vivo y que tenía que respirar, obviamente me ataría la cuerda al cuello las veces que fueran necesarias para hacerme recordar que tenía motivos para vivir.
Porque desde hace años no me sentía vivo.
Le había dicho a Jackson que era la copia deprimente de mi padre, pero ¿qué era yo? Era lo suficientemente “blando” como para seguirle el paso a papá, mamá se mantenía enfocada en los gemelos y mis abuelos cuidaban a Nathan la mayor parte del tiempo, ¿en dónde entraba yo?
La única muestra de confianza que obtuve a lo largo de la vida fue cuando Nathan se volvió Capo y subió a la cabeza de la empresa familiar, ni siquiera me tomaron en cuenta a mí, tenía los mismos estudios y capacidades que mis hermanos, pero todo parecía ir entre Jackson y Nathan, Nathan y Jackson, yendo y viniendo, empujando y jalando, adquiriendo o perdiendo, pero todo se trataba de ellos.
En conclusión.
Mantendría vivo a Nathan hasta que las cosas se normalizaran y después de eso… Tal vez me permitiría soltar la cuerda y dejar de luchar por respirar.
Sin darme cuenta había avanzado hasta su lado, el agua helada cubriendo de humedad mi pantalón, el oleaje era fuerte, tenía que mantenerme firme o me derribaría.
—No fue un accidente. —murmuró, lo miré de reojo, él miraba al frente y parecía perdido en el horizonte.
—¿El qué?
—Cuando me ahogué con la comida, había masticado pan y bebí agua hasta que formé una masa e intenté tragarla, sabía que no podía hacerlo, pero aún así lo hice, fue desesperante.
—¿Por qué lo hiciste? —fruncí el ceño.
—¿Sabías que morir quemado es una de las peores formas de morir? La piel se pela, los músculos se queman, los órganos hierven o se descomponen y la persona entra en un estado de shock agónico que termina por desvanecerse, sintiéndose asfixiada… —las lágrimas le caían por las mejillas, su voz cargándose de dolor, todo esto sin dejar de mirar embelesado el hermoso atardecer que se proyectaba frente a nosotros.
—Nathan. —murmuré sintiendo como mi nariz picaba y mis ojos ardían.
—No estoy bien, hermano, a cada minuto del día pienso en como terminar esto, imaginar todo lo que sintió cuando vio el fuego… Que le dolía después del accidente de auto, ¿qué pensó al ver que no pude llegar a ella y salvarla? ¿Me esperó? ¿Me llamó? —los sollozos sacudieron sus hombros.
—No fue tú culpa. —respiré hondo mirando al cielo, algo apretándose en mi garganta y agitando mis pulmones.
—Lo fue, ¡claro que lo fue! Le prometí a su padre que la mantendría a salvo, le juré a su hermana que la encontraría viva —soltó un quejido de dolor, vi que se tocaba el pecho, respirando agitadamente, tosiendo y casi vomitando en el mar, pero no pude moverme, sentía las extremidades tan pesadas que incluso podría hundirme en la arena—. Soy un cobarde, no puedo soportar tanto dolor, fingir demencia con el psicólogo está funcionando, vi que prescribía una nota a un centro de atención mental, tal vez la próxima semana me lleve allá y todo se termine, no quiero cargarte de culpa, pero eres el único que lo sabe.
—¿Por qué me haces esto? —los ojos se me encharcaron y las espesas lágrimas salieron de mis ojos.
—Tienes que cuidar de los gemelos y consolar a mamá, te prometo que lo haré lucir como un verdadero accidente.
—Mamá estaba contenta al ver que te estabas recuperando, no puedes hacerle esto.
—Sólo trataba de darle un último recuerdo feliz.
—No lo harás. —negué apartando las lágrimas, mis brazos pesaron toneladas cuando los moví para frotarme los ojos—. No importa lo que planees o intentes, sobre mi cadáver harás esa estupidez.
Me miró, los ojos brillando de lágrimas, pero el zafiro se veía opaco y sin vida, vacío… Muerto, era como ver a un pozo oscuro sin fondo, repleto de dolor y rabia, abrió los labios.
—Por favor. —articuló suavemente.
—No, si tienes que llorar, gritar o maldecir, hazlo aquí, si quieres insultarme u odiarme, hazlo, puedo vivir con ello, pero no vas a hacer esa estupidez. —lo señalé empujando suavemente su pecho, sacándonos del mar, frunció el ceño, la rabia tiñéndole el rostro, vi que apretaba los puños—. Mamá no soportará perder a dos hijos, así que replantéate las cosas y saca esa mierda de tú cabeza o yo mismo te la saco a golpes si es necesario. —advertí tocando su cien.
Me apartó de un manotazo, siguió retrocediendo.
—¿Qué? ¿Acaso eres el único que puede pensar en morir?
—¿De qué mierda hablas? —fruncí el ceño.
—Te he visto todos estos años, acojonado, acobardándote y casi entrando en pánico cuando tienes un arma en las manos, la idea te cruza por la cabeza y después nos miras, ves a tu familia y se te quitan las ganas, ¿por qué? ¿Te da miedo morir?
—Cierra la puta boca Nathan, hablo en serio. —advertí, me regresó el empujón, sorprendentemente logró hacerme retroceder un paso.
—Jackson también lo notó y se lo dijo a Santiago, por eso comenzó a despreciarte, me odia a mí por ser como él y te odia a ti por ser un puto cobarde.
—Cállate.
—Tú siempre anhelaste que te aceptara como lo hizo con Jackson, no tienes miedo de morir, tienes miedo de que él piense que eres un cobarde, te aterra la idea de fallarle a tú papi, ¿no es así? —se burló, la sangre se disparó por mis venas en cuanto mis latidos aumentaron.
—¡Cállate! —volví a empujarlo, retrocedió aún sonriendo.
—Te la pasas diciendo que Jackson es el lame botas de Santiago, pero tú anhelas lamerle los pies, ¿verdad? Te sientes celoso de él, celoso de mí y de los gemelos que tenemos la atención de mamá…
—¡Basta! —bramé rabioso, mis músculos tensándose y mis pulmones agitándose violentamente dentro de mis costillas.
—No eres nadie, no tienes logros, no eres más que una deprimente basura familiar, ni siquiera deberías llevar el apellido porque te queda enorme. —enfatizó con las manos desencadenando la rabia que burbujeo en mi pecho.
Mi puño voló a su rostro, impactándose de lleno con su mandíbula, retrocedió escupiendo sangre, pero arremetió rápidamente contra mí, tacleando mi estómago y sacándome el aire, logró mandarme contra la arena, pero no lo dejé subir sobre mí, rápidamente giré y lo empujé.
A pesar de haber perdido peso, se sentía firme y logró tirarme, así que aún estaba fuerte.
Perfecto, así sentiría menos culpa después de que le partiera la boca.
Apenas logré ponerme en pie, volvió a taclearme con mayor fuerza, enterré mi puño en sus costillas, escuché su quejido y a cambio recibí un golpe en la mejilla que me giró el rostro.
Intenté empujarlo, se aferró a mí, golpeándome en el hombro izquierdo, en la clavícula y la cabeza, no con tanta fuerza, pero la piel y mis músculos ardían en cada golpe, logré sacármelo de encima con un golpe en el pómulo.
Todo era rojo en ese momento, intercambiamos golpes, mis nudillos doliendo y la piel pelándose de mis manos cada vez que intentaba golpearlo cuando estaba en el suelo y lograba esquivarme, las pequeñas rocas en la arena rasgando mis nudillos.
Ambos teníamos la respiración agitada, sudando, con la ropa pegada al cuerpo y la humedad enfriando nuestras piernas.
Escuché algún grito cuando logré atinarle un puñetazo en la boca, retrocedió tambaleante, pero se recompuso, casi esperé una tacleada, pero está vez, pateó mi estómago, tomando impulso de no sé dónde, casi podía sentir que todos mis órganos subían por mi garganta.
Mis pulmones expulsaron el aire de golpe, estaba a punto de caer, pero alcancé a sujetar su hombro, su cabeza se impulsó hacía delante e intenté hacerme hacía atrás, pero no lo conseguí, su frente estrellándose contra mi nariz, el dolor explotó como una bomba y la sangre goteó como una jodida llave.
Lo mandé al suelo con un golpe en el ojo y caí, tratando de respirar y escupiendo la sangre que bajaba por mi garganta.
—¿Por qué están haciendo eso? ¡¿Están dementes?! —el grito de mamá me agitó más la respiración, volví a toser escupiendo sangre.
—¿Qué carajos, hermanos? —escuché a Karl, de repente casi toda la familia nos rodeaba, me levanté un poco, Nathan estaba de costado, sonriendo y botando sangre.
Mi rostro comenzó a doler por los golpes recibidos, sentía la piel caliente y el hormigueo aun recorriéndome los músculos.
—¿De qué te ríes Nathan? ¿Te parece divertido? Los voy a encerrar a ambos. —mamá se alteró y la culpa brilló en mi pecho.
—Arriba, vamos a limpiarlos. —dijeron, levantaron a Nathan primero, vi que se tambaleaba ligeramente.
El dolor se disparó en mi estómago cuando logré ponerme de pie, mis piernas temblando y el dolor acalambrando hasta mi pecho, me apoyé en mi tío Luka y mi primo Kai, ambos tratando de sostenerme sin apretarme tanto para evitar lastimarme.
Mis costillas punzaron de dolor y estaba a punto de preguntarme el por qué, hasta que recordé que Nathan me pateó un par de veces.
Raptor le enseñó muy bien cómo defenderse, pero quizá, fui suave con él por su estado, pero presentía que estuvo a la par conmigo hace unos meses cuando era Capo.
Llegamos a una sala en donde nos atendieron, mamá siendo directa al momento de reprendernos, estaba… Furiosa, Nathan y yo preferimos quedarnos callados, pero eso sólo la enfureció aún más.
—¿Por qué se agarraron a golpes? —preguntó mientras unos tíos nos limpiaban las heridas, el alcohol picó en mis nudillos y el agua oxigenada burbujeó tiñendo la espuma de rojo, apreté los dientes soltando un jadeo de dolor—. ¡Respondan! —casi saltamos del susto.
—Discutimos. —respondí sin levantar la cabeza, no quería ver cuan rabiosa estaba.
—¿Sólo por eso? Discutieron y decidieron golpearse como animales, ¿en serio?
—Mamá…
—¡Por Dios, ¿qué acaso no puede ir nada bien?! No estoy soportando esto, lo único que me faltaba era verlos pelear así… —su voz se fue rompiendo y las lágrimas picaron detrás de mis ojos, chupé el interior de mi mejilla, sintiendo la sangre que después escupí en un valde.
—Maritza, ven aquí, toma esto.
—No… Estoy a nada de tener un colapso y mis hijos ni siquiera me miran cuando les hablo, ¿qué estoy haciendo mal? ¿Acaso quieren irse con su padre? ¿Es eso? —escuché que aguantaba el llanto y el corazón se me hizo trizas, miré de reojo a Nathan, él estaba mucho más inclinado que yo, la barbilla le temblaba.
Todo se sumió en un silencio sofocante, mi respiración se volvió agitada al sentir que los ojos se me empañaron.
—Déjame revisar tú nariz. —pidió Luka, levanté la cabeza, las lágrimas me escurrieron cuando palpó mi nariz, tal vez asegurándose de que no estuviese rota, pero dolió como el jodido infierno—. Cuenta hasta 3, dolerá un poco. —advirtió.
—Uno… Dos… ¡Mierda! —grité al sentir un pequeño tirón que me entumeció el centro de los ojos y la frente, la sangre brotó, me incliné hacía adelante y él me cubrió con un paño.
—Le diste un buen golpe. —le dijo a Nathan.
—Lo mismo digo de él, le reventó el labio y mira como le dejó el ojo. —Valentino limpió a Nat, quien apenas hacía muecas.
—Ser Capo te hizo inmune al dolor, ¿verdad? —mi tío Elio entró con una caja con más elementos para limpiarnos.
Al final del día terminamos con parches en las heridas más grandes, pomada y vendajes en los golpes más fuertes y compresas heladas en el rostro, lo suficientemente medicados como para poder levantarnos del sofá.
—Casi te hago un favor. —me dijo Nathan.
—¿A qué te refieres? —aparté el hielo de mi nariz para mirarlo.
—Un poco más de fuerza y te rompo la nariz, debiste de aprovechar para hacerte una rinoplastia. —soltó una risita que se convirtió en dolor, colocó la compresa en su boca.
—Mi nariz está bien, te advertí que te partiría la boca si seguías con tú mierda y lo cumplí. —recalqué.
—Jodida mierda, casi me tiras los dientes. —gruñó.
—Deberías aprovechar y ponerte dientes de oro. —sonreí un poco.
—Como Snoop Dogg, me agrada la idea.
—Por Dios, ¿es enserio? —suspiró mamá entrando a la sala, se sentó casi enfrente de nosotros.
—No nos mires de esa manera. —rogó Nat.
—¿De qué manera debo hacerlo? Estoy muy enojada con ustedes dos que casi podría pedirles que no hablen hasta que regresemos a Catanzaro, mañana temprano. —nos aniquiló con los ojos, el metal de su mirada clavándose como hierro al rojo vivo en mi pecho, miré hacía otro lado.
—Lo sentimos. —confesé.
—Sí, lo sentimos. —repitió Nathan.
—Aún así sigo molesta, traten de descansar. —suspiró profundamente, la puerta se abrió y mamá se quedó congelada al ver quien llegaba.
La sorpresa y la confusión sacudió mi cerebro para tratar de despertarlo, pero los medicamentos aún hacían efecto en mi sistema, quizá estaba alucinando.
—¿Qué haces aquí? —mamá se levantó rígida, sin dejar de mirar a papá, quien se adentró en la sala, mis abuelos entraron segundos después.
—Necesito hablar contigo. —respondió ronco, discreto, pero el enojo resaltando en sus palabras.
—Lárgate. —negó mamá cuando papá se acercó a ella.
—Maritza…
Parpadeé varias veces para comprobar que lo que estaba frente a mi no se trataba de ninguna imagen mental o distorsión de la realidad.
Pero todo se volvió real cuando vi y escuché que mamá le plantaba una bofetada a papá que le giró el rostro, el golpe resonando con fuerza en la sala, Nat y yo soltamos jadeos de sorpresa, vi que mi abuela se cubría la boca con las manos y mi abuelo hacía una pequeña mueca, casi sentí el dolor en mi mejilla, pero sorprendentemente papá no hizo nada en los primeros segundos.
Posiblemente en shock al igual que los demás.
Simplemente se quedó ahí, absorbiendo el golpe en silencio, aún con la cabeza a un lado.
—Santa mierda. —murmuró Nathan apenas audible, yo apenas podía creer lo que había visto y jodidamente debí de haberlo grabado para cerciorarme de que no era un puto sueño…
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