capitulo 11

Los miembros más antiguos del Parlamento se rehusaban a las nuevas políticas del nuevo emperador, en especial la que permitía el intercambio comercial con los bárbaros de las islas vecinas. Para ellos solo eran ignorantes salvajes que serían capaces de matar a sus propios hijos con tal de conquistar un puesto en el mundo civilizado. Dalia sabía de la situación, pues su tío abuelo en una de sus cartas le había contado sobre el naciente reino de los llamados bárbaros, en donde luchaban como si fuera la última vez y honraban a sus muertos con cantos capaces de aturdir cualquier corazón.

Ella, al escuchar las ideas de su esposo, quien luchaba por ser escuchado, terminó alzando su mano para intervenir ante el debate acalorado.

— Si me disculpa, Barón. Quiero dar mi opinión sobre esta problemática.

— Claro, su majestad, es bueno escucharla.

— Creo que mi esposo tiene razón, el reino de Gala está creciendo rápidamente y sería bueno entablar relaciones amistosas que beneficien a todos de manera igualitaria. Además, mi tío abuelo, el rey de Dalca conoció parte de su cultura hace muchos años, así que debemos darle una oportunidad. Por ende sugiero que se envíe una invitación para que el rey nos visite y así conocernos mejor.

Las palabras de la emperatriz causaron un silencio sepulcral en todo el Parlamento. El barón que tanto había gritado fue el primero en pedir la palabra y expresar su apoyo a la idea de la emperatriz.

Esto, en vez de alegrar a André, terminó llenándolo de más enojo, pues habían demostrado que sus palabras eran vacías y solo se tenía en cuenta a su esposa por pertenecer a su aliado más poderoso.

Dalia se despidió de su esposo y salió del lugar mientras recibía halagos de varios presentes. Sin saber que desde el final de los asientos era observada por unos ojos que se llenaron de deseo por el hecho de escucharla.

Después de dos días las visitas aumentaron los nobles que integraban el Parlamento querían entablar relaciones con la emperatriz, mostrando solicitudes para muchos proyectos que le eran imposible de atender, lady Sara no daba abasto por consiguiente por sugerencia de su padre se le encargó parte del papeleo a su hermano Marco quien tuvo que internarse en el palacio para cumplir con su labor ayudando a su hermana.

En cuanto a su esposo, las visitas disminuyeron. Cada vez que ella pedía que la visitara, él encontraba una excusa para no hacerlo. Dalia comenzó a sentir la soledad, su estado la tenía sensible, haciendo de que sus estados de ánimo cambiaran drásticamente durante el día.

—¡SARA!— grito mientras lanzaba su peine.

—¡Majestad!

— ¡¿Por qué no ha venido?!

— Dijo que no podía, que estaba ocupado con cuestiones de la frontera. ¡Debes calmarte!

— Eso me dijo hace semanas, ya el vientre se me ve y ni siquiera pregunta por nuestro hijo.

La emperatriz se sentó en el suelo llorando de forma histérica, Sara se acercó y la sostuvo entre sus brazos tratando de calmarla.

— Creí que él me quería, eso fue lo que me mostró desde que llegué.

— Lo sé, pero debes recordar que este matrimonio fue por cuestiones políticas, además de que son las cabezas de este imperio. Así que vuelve a tus sentidos. 

— No tengo a nadie, Sara— decía entre sollozos.

— Me tienes a mí. Con eso es suficiente.

André estaba cansado de cada cara y queja así que tomo unos guardias de confianza y entrada la noche salió del castillo en completo anonimato, llegó al pueblo en busca de un burdel al que frecuentaba antes de casarse, pidió entrar y al ser reconocido por la dueña está lo escoltó hasta la habitación en donde siempre se alojaba le envío varias mujeres y mucho alcohol para que se divirtiera el resto de la noche. Sus hombres custodiaban la entrada del lugar para evitar que se enteraran de la identidad de su majestad. En cambio, su emperador disfrutaba de las mieles de la lujuria con las cinco mujeres que se rendían a sus pies. 

Por la mañana salió del lugar dejando un buen pago por los servicios, agradeció a la dueña y regresó a su castillo para seguir con su trabajo.

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