André cambió su semblante al subir al carruaje, estaba completamente serio y dejó de mirarla. Dalia sabía que un matrimonio sin amor era difícil, pero trataría de hacer lo mejor posible para llevar una buena vida al lado de su esposo.
Eran esperados por la familia imperial en el gran salón del castillo, su padre Julios había dejado ese mismo año el trono debido a una extraña enfermedad que había adquirido en la última expedición que hizo en un reino lejano, su salud se deterioró hasta el punto de impedirle caminar por sí solo por ende acelero la coronación de su único hijo y así dedicarse a vivir lejos de la corte con su esposa.
Lea se había convertido en la emperatriz madre, ella desde su casamiento con julios trato de manejar en las sombras la corte y obtener aliados para beneficiar a su nación, supervisaba cada movimiento de su hijo, aunque él se negaba a cambiar sus aficiones con respecto a su vida nocturna ella siempre cubría el rastro para mantener la buena imagen de la familia imperial, no estaba contenta con el hecho de alejarse de su lugar, pues sabia que perdería el control sobre la vida de su hijo.
Las rejas enormes del castillo abrieron el camino para dar bienvenida a la pareja de recién casados. André tomó su papel y ayudó a su esposa a bajar del carruaje. Ella mantuvo la sonrisa hasta llegar ante sus suegros, hizo una reverencia y mantuvo su mirada baja.
Julios la tomó de las manos, dándole calidez.
— Mi niña, los dioses me han regalado una hija. Levanta la mirada, ahora eres la emperatriz de este imperio, ¡Jamás! Debes bajar la mirada ni siquiera en mi presencia.
— Muchas gracias, padre.
— Hijo mío, cuídala mucho, ella representa mucho y sobre todo traten de que el amor florezca.
— Hijo, espero que se esmeren en dar un heredero pronto. --- los miro seriamente.
— Mi amor, cambia esa cara, hoy es un día de celebración. Saluden a todos y abran la pista de baile.
André dio la orden para iniciar la danza y la sostuvo elegantemente sin dejar de verla a los ojos. La actuación fue tan pulcra que más de uno creería que se amaban desde hace mucho.
— Buen trabajo —le susurró André.
Su voz la dejó sin palabras, recordaba muy poco lo seductor que se escuchaba.
Se ubicaron en sus sillas para poder recibir los buenos deseos de los monarcas invitados y los demás nobles. Dalia no había comido mucho, su madre desde la lejanía la supervisaba, pues ella tenía la creencia de que una buena dama jamás se llena con la comida.
Después del banquete, la emperatriz fue llevada por sus damas de compañía hacia sus aposentos en donde la prepararían para la primera noche con su esposo.
— Sara.
— Sí, mi señora.
— Tráeme unos bocadillos, estoy que me desmayo del hambre.
— Está bien, ¿de fresas?
— Sí.
La dama más importante para ella era su amiga Sara Marshall, hija del barón Felipe, un amigo íntimo de su padre John.
La joven sabía de antemano la situación de su soberana, así que a escondidas siempre le llevaba ricos platillos para que pudiera comer mejor.
— Ya que comiste, debes beber el vino que envió la duquesa, ella dijo "que serviría mucho para relajar el cuerpo".
De mala gana, Dalia bebió una pequeña copa del vino dulce. Sabía que él provenía de las tierras de su abuela Carlota. Su cabello fue cepillado varias veces y le pusieron una bata casi transparente. Su cuerpo desprendía un aroma a Jasmín; ella fue dejada sola para que pudiera esperar el regreso de su esposo.
André llegó unos minutos después al verla sentada en el borde de la cama con esa pijama atrevida; no dudó en sonreír.
— Esposa, me daré un baño. ¿Puedes esperar un poco más?
—Sí, mi señor.
Ella seguía llena de nervios. Su institutriz le había enseñado que en este momento debía dejar que su esposo se encargara de todo y que con el tiempo aprendería los gustos en la cama de su cónyuge.
Su esposo salió en ropa interior con su pecho desnudo mientras secaba su cabello, vio la botella, así que sirvió dos copas.
— Bebe —le ordenó.
Ella de inmediato lo hizo sin moverse mucho.
Dos copas bebieron cada uno. Dalia se comenzó a abanicar con su mano, se sentía caliente como si tuviera fiebre, su rostro se había teñido de rojo al igual que su esposo. Sin avisarle, André se abalanzó sobre ella, devorándole la boca como un animal. Ella se perdió en la lujuria, perdiendo el control de su cuerpo y dejando que su esposo se saciara con su cuerpo. Los gritos salían espontáneamente, el vino había hecho estragos en ambos.
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Rocio Raymundo
Un tremendo afrodisíaco les dieron para su noche bodas les urge el heredero
2025-01-12
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