capitulo 16

En la cena el emperador André hizo acto de presencia, todos los presentes se inclinaron, excepto el rey Bárbaro, quien seguía al lado de la emperatriz. Tomo su asiento en la punta de la mesa y dio la orden para comenzar a degustar los platillos preparados para los invitados. Dalia trataba de mantener una conversación amigable con el fin de que la alianza se llevará a cabo sin dudas. En cambio, André se enfocaba en su actuación, aunque por dentro ardía en llamas por el hecho de compartir su tiempo con seres inferiores. El rey Diome estaba ausente debido a que debía regresar a su territorio, pues sus obligaciones no se esfumaban, así que a medio día se despidió de su amigo, el rey Darío, y de su nieta para emprender su camino de regreso. La cena estuvo llena de risas y anécdotas sobre el nacimiento de ese nuevo Reino. 

— Es bueno que se sienta a gusto, rey Darío-- pregunto el emperador

— Así me siento, además la emperatriz es una dama muy alegre y divertida.

— Tal vez un poco, el resto del tiempo es muy rígida.

— Usted la conocerá mejor que yo, la velada ha sido magnífica, mis hombres y yo le damos las gracias, pero ya es hora de descansar.

Darío se levantó y sus hombres hicieron una reverencia a Dalia y salió del gran comedor, dejando a los emperadores solos en el recinto.

El golpe no lo vio venir, su esposo la había abofeteado mientras seguía sentada.

— ¡Te lo mereces por puta!, ¡¿te gusta ese bárbaro?! ¡Tan rápido se te olvidó que estás casada!

Dalia tomó uno de los platos y lo lanzo hacia su esposo. Este lo esquivó con rapidez, ella, en cambio, se levantó y comenzó a lanzar la vajilla enojada por la agresión. Él, después de varios intentos, logró someterla mientras le gritaba improperios que serían dolorosos de repetir. André se detuvo al escuchar la voz de Lady Sara, quien llamaba a la puerta para llevar a su señora a sus aposentos. Él, como si nada, la soltó y salió del lugar por otra puerta para evitar ser visto por una de las damas. La emperatriz acomodó su vestido y salió a atender el llamado de su amiga, quien al verla de inmediato la sostuvo para llevarla a su cuarto.

— ¿Cómo se atreve? Ni tu padre te puso una mano encima.

—¡Basta! No lo volverá a hacer.

—¡¿ESO CREES?!

— Deja de gritar, solo quiero dormir. Mañana es un día largo.

— Así es, pero esto no se quedará así. Puede ser mi emperador, pero no tiene derecho de ultrajar a mi señora.

— Lo entiendo, pero espero que no cometas ninguna imprudencia. Tú eres mi única aliada en estas paredes, así que ayúdame a dormir.

En cambio, el emperador caminaba entre el jardín tratando de calmar su ira con la brisa fría de la noche, hasta que vio a una de las sirvientas sentada al lado de uno de los estanques pequeños que adornaban el gran jardín de rosas. Sin más, se acercó, haciendo que la joven se sobresaltara.

— ¿Qué hace una bella dama bajo este cielo oscuro?

— Tratando de morir de un susto. Caballero.

—¿Caballero? 

— Sus ropas son muy finas para ser un sirviente. 

— Por lo visto no me conoces. 

—¿Conocerlo?

— Soy tu emperador.

Al escuchar esas palabras, la joven se arrodilló ante él, asustada por su imprudencia.

—¡Majestad, perdone a esta súbdita!

— levanta la cabeza, mírame.

La joven hizo caso de inmediato, quedando su rostro muy junto al de su majestad.

— ¿Cómo pagarás tu agravio?

— ¿Cómo? 

— Te escucho.

— Haré lo que diga, Majestad.---- respondió rápidamente.

— Si es así, levántate, iremos a mi cabaña y allí me darás lo que quiero.

André tomó del brazo a la pequeña joven de cabellos rojos, quien caminaba con dificultad al ser casi arrastrada por su monarca hacia una pequeña cabaña a orilla de un lago dentro del palacio. 

— Quítate la ropa. 

— ¡Mi señor!

— Es una orden, esta noche serás el entretenimiento de tu emperador, hermosa peliroja.

La joven solo sonrió y se despojó de sus ropas para ser tomada por su emperador, quien sin besos o caricias procedió a deleitarse con su nuevo manjar.

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