La sequedad en su garganta la despertó; su cuerpo estaba tan adolorido que un simple movimiento la hacía morderse el labio para aguantar las ganas de gritar. Se dio cuenta de que estaba sola, así que llamó a su dama de confianza.
—¡Sara! --- gritó lo más que pudo.
La joven entró a la habitación con mirada hacia abajo.
—¡Majestad!
—Ayúdame, me duele todo.
La joven pelirroja sostuvo a su emperatriz para llevarla hasta el baño, donde se encargaría de ayudarla a limpiarse. Ella era la única que Dalia permitía que viera su desnudez, las demás damas eran desconocidas para ella y más por el hecho de que fueron puestas allí por su padre.
— ¿Por qué el baño está listo?
— El emperador dio la orden antes de que despertaras, me encargué personalmente, así que cambia esa cara.
— Eso es un alivio. Veo que sí se preocupa por mí.
— Es su deber, después de haberte hecho todo esto en el cuerpo, pareces como si fueras ido a la guerra.
— ¡Sara! No me mires más, ayúdame y ya.
Sara se encargó de todo, ella lo había hecho desde siempre, así que conocía muy bien los gustos y manías de su amiga Dalia.
La calma de su habitación fue interrumpida por el estruendo de la entrada de la emperatriz madre.
De inmediato, ambas hicieron una reverencia al ver aquella cara tan fría y esos ojos que te juzgaban.
— Buenos días, madre.
— Buenos días. ¿Quiero ver la prueba?
Sara sabía a qué se refería, así que le mostró la sábana manchada con la sangre de la virtud.
— Me alegro por eso, mírame pequeña ---- le agarró la barbilla.
— Sí, madre.
— Debes hacer lo posible para darme un heredero, así que espero la noticia lo antes posible. Mi hijo es un hombre que necesita mucha atención, así que esmérate.
— Sí, madre.
— Bueno, me iré. Mi esposo me espera, así que esta es la última vez que nos veremos, adiós.
Sin más, salió de la habitación, dejando a la joven emperatriz completamente nerviosa por la petición de su suegra.
— ¿Está bien, majestad?
— No, Sara, vamos a desayunar, me estoy muriendo de hambre.
Abrumada del enorme banquete servido para desayunar, pidió que sus damas y las jóvenes encargadas de servir los platos se sentaran con ella, pues sola nunca acabaría.
Aunque al principio nadie se movió, tuvo que usar su posición para que obedecieran.
Aprovechó para entablar conversación y conocer a todos de a poco, pues si los dioses lo permitían viviría al lado de su esposo por mucho tiempo.
— Les voy a pedir algo a todos, sé que es extraño lo que acaba de pasar, pero quiero que no me llamen majestad mientras estemos aquí, fuera es otra cosa. Ja, ja, ja.
— ¡Sí, majestad! —respondieron en coro.
Dalia disfrutó de la compañía a pesar de la imagen de su familia. Ellos muy poco comían juntos. Ella por lo general lo hacía sola, así que fue algo maravilloso ver a tantas personas compartiendo con alegría.
Se levantó y le dio las gracias a todos, pero antes de ir a su oficina le dio tareas específicas al resto de sus damas para mantenerlas alejadas de sus tareas. Tenía el presentimiento de que ellas solo eran informantes de su padre, así que solo tendría el apoyo de Sara para ayudarla con sus obligaciones en el imperio.
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