Médico de los Muertos.

Una luz irritante perturbó el sueño de Luna.

La serafín trató de cubrir su rostro de la luz con sus manos para poder continuar con su sueño. Sin embargo, cayó en cuenta de que no había tanta luz en aquel bosque infernal que cubría la oscuridad, por lo que abrió los ojos de golpe.

Y se arrepintió, la luz encandiló sus ojos y le ocasionó un punzante dolor de cabeza. Se sentó con su corazón acelerado, enfocó su mirada y no pudo evitar asustarse al ver ese lugar desconocido.

Aun así se puso a analizarlo, el lugar era una especie de consultorio médico. Las paredes eran blancas, sin ninguna mancha y el suelo de madera desprendía una confortable calidez. Luna estaba sobre una camilla, y no había notado que su mano tenía una vía endovenosa que le suministraba el suero que colgaba a su lado.

Tenía una manta que la cubría del frío, y no llevaba puesta su armadura, sino una especie de bata. A su lado había una estantería llena de fármacos e instrumentos médicos, además de un escritorio con algunos libros pesados y hojas regadas. También había tulipanes y diversas plantas que decoraban el lugar, aunque desconocía si eran de plástico o reales.

Luna no sabía si estaba en el cielo o seguía en el inframundo, un sitio así solo era digno de estar en el paraíso, pero de ser así Luna lo conocería. No estaba en el consultorio médico del Templo de Luz, era más pequeña y de seguro se escucharían los gritos de los ángeles en el campo de entrenamiento.

De pronto recordó la herida en su pierna, la que había aceptado que iba a perder. Con cuidado apartó la manta que le daba calor y se sorprendió de ver su pierna vendada, ya no derramaba sangre y la podía mover. No pudo evitar soltar un suspiro de alivio, pero aún seguía el desconcierto.

¿Quién la había traído a este lugar y curó su herida con precisión? Estaría tranquila si hubiese sido alguien de buen corazón, pero Luna sabía que personas así no rondaban por el Inframundo.

De repente la serafín escuchó como abrían la puerta, se asustó al no saber a lo que se enfrentaba. Por instinto buscó algo con que defenderse, vio una jeringa sobre la mesa a su lado y la tomó como un puñal.

—¡¿Qui-Quién anda ahí?! —Preguntó Luna en dirección a la puerta. —¡Salga de ahí ahora mismo!

La puerta se abrió dejando entrar una figura masculina, alto y de cabello oscuro, sus ojos eran de un color rojo vibrante y su piel pálida brillaba con la luz del consultorio al igual que su bata blanca. Parecía un hombre normal, de no ser porque el aura a su alrededor y sus ojos desprendían la malicia propia de un demonio.

El temor aumentó en Luna, sus manos firmes en la jeringa a pesar de que su cuerpo temblaba. No sabía cuáles eran las intenciones de su enemigo y su condición actual era desventajosa en caso de una pelea. En cambio el demonio quedó en el borde de la puerta, observando con curiosidad a la serafín.

—Tranquila, no hay porque ponernos agresivos. —Habló calmado el demonio con bata blanca. —Baja eso, ni debes saber cómo se usa... ¿Así los ángeles le agradecen a las personas que les salvan la vida?

—¡Cállate, quédate ahí! —Exclamó Luna inquieta ante la mirada del demonio.

La serafín empezó a sudar y su corazón a correr por la presencia de peligro, muchas dudas aparecían por su cabeza: ¿Por qué la trajo aquí? ¿Por qué la curó? ¿Cuáles eran sus intenciones? Mientras más preguntas se hacía, más actuaba su miedo.

Luna se sobresaltó cuando el demonio caminó dentro del consultorio, se dirigió hacia su escritorio y de abajo sacó lo que parecía ser su armadura blanca junto a su espada, todo completamente limpio.

El demonio esperó que con eso la serafín tuviese más confianza para permitir acercarse a ella y quitarle el suero, sin el riesgo de perder un ojo gracias a la jeringa con la que la ángel pretendía defenderse.

—Está bien, si te quieres ir; adelante. No eres una prisionera, Luna. —Aclaró el médico demonio con voz grave.

El tono de su voz era algo que Luna no podía descifrar, ¿Era sincero, o se estaba burlando de ella? O lo más importante, ¿De dónde rayos el sabía su nombre?

El demonio nuevamente se alejó hacia la puerta y se cruzó de brazos. Hubo largos minutos de silencio entre ambos, hasta que Luna decidió bajar de la camilla y comenzar a caminar hacia sus cosas. Agarró su armadura y su espada, la cual extendió hacia el demonio sin intenciones de darle la espalda.

La serafín salió del consultorio aún con espada en mano y cuando estuvo frente al demonio solo se miraron sin decir nada. Distinguió que el consultorio se encontraba dentro de una casa, que a pesar de ser sencilla tenía muchos cuartos. Luna asumió que la puerta más grande era la que la sacaría de aquí.

—Nos vemos luego. —Añadió el demonio con diversión, causando escalofríos en la ángel.

Ella no lo pensó dos veces, se abalanzó sobre la enorme puerta y pudo ver la luz del exterior. Corrió, con dificultad y sin fuerzas, pero corrió como pudo lejos de la casa de ese demonio extraño.

¿Qué había sido eso? ¿Qué acababa de pasar? No entendía nada, Luna estaba completamente asustada y confundida. Era la primera vez que veía a ese demonio, ¿Por qué la ayudó? ¿Por qué sabía su nombre?

Nada, no tenía respuestas para nada.

Sobre ella el cielo se tornó de colores cálidos, con el naranja y el morado predominando en las nubes junto a pequeñas estrellas que comenzaban a asomarse. Iba a anochecer, y Luna anhelaba estar en el templo antes de que ocurriera...

Quería salir de ese Inframundo tan pronto, volando como un colibrí.

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