Hipnosis.

Lucero recuerda que aquel día venía de una misión junto a otros arcángeles y principados. Habían ido a un hermoso lugar cubierto de nieve y asombrosos riscos que daban vista a un paisaje maravilloso. De no ser por el frío, las Montañas Nevadas sería uno de los lugares más bellos que Lucero hubiese visto.

De regreso al Templo de su Dios, Lucero divisó unas plantas que despertaron su atención. Los arcángeles permitieron que se quedara a recolectar las que quisiese, pero le advirtieron que tuviese cuidado con el mar.

En sus aguas profundas solían habitar monstruos terribles y pecaminosos, por lo que debía cuidarse. Lucero comprendió y se puso a recolectar montones de aquella planta que según leyó podía contener propiedades medicinales.

De repente, escuchó una voz peculiar.

Peculiar en el sentido de que era una voz hipnotizante, como si viniese de un sueño. Decir que era hermosa se quedaba muy corto. Lucero pensó que ese canto era lo más puro y celestial que había escuchado en su vida, no pudo aguantar las ganas de seguir el canto y averiguar la fuente de esa bella magia.

Ahí fue cuando la vió.

Una mujer bellísima era la que cantaba a la orilla del río, peinaba su brillante y larga cabellera de plata. Su rostro era delicado, frágil, lindo como sus grandes ojos de color rubí. En eso, el sol apareció iluminando mejor su figura esbelta y encantadora. Para Lucero, era simplemente preciosa.

La arcángel quiso acercarse para admirarla mejor. Por desgracia, pisó accidentalmente una rama que asustó a la hermosa mujer y la ahuyentó.

—¡Espera, espera! —Exclamó Lucero saliendo de su escondite. La mujer se adentró en el agua, y observaba a la ángel con temor. —Tranquila, no te haré daño...

Esa frase hizo que la desconfianza permaneciera en la muchacha con pelos de plata, Lucero soltó todo lo que tenía encima, incluyendo sus armas, y se acercó al río.

—Yo soy Lucero. —Le dijo con una sonrisa. —¿Tú cómo te llamas?

La mujer en el agua se negó a contestar aún.

—Vamos, sal de ahí. Solo quiero ser tu amiga. —Insistió la arcángel.

—N-No deberías estar aquí. —Habló la mujer.

—No me importa en realidad, jeje... —Rió Lucero, aunque al mismo tiempo se encantó al escucharla hablar. —Perdón por asustarte, pero es que tienes una voz muy hermosa, nunca había escuchado algo similar...

La mujer en el agua se tranquilizó un poco al escucharla, Lucero le extendió la mano para que la tomará y con timidez la peliplateada la tomó. La arcángel sintió su tacto cálido y acogedor, quería sentir más.

—Thaira... —Murmuró. —Mi nombre es Thaira.

—Es un bello nombre, digno de una bella mujer. —Le sonrió Lucero fascinada. —¿No quieres salir?

—Si lo hago, me tendrás miedo. —Dijo Thaira en modo sombrío.

—Claro que no, lo prometo. —Juró la arcángel. No pensaba en nada, solo quería sentir aún más el tacto de esa mujer.

Thaira no se mostró conforme con esa respuesta, pero sin más se terminó de acercar a la ángel y ahí fue cuando Lucero se dio cuenta de que no tenía piernas. En su lugar, se movía una cola similar a la de un pez.

Lucero reflejó asombro, pero nunca temor.

—Eres...

—¿Un monstruo? —Interrumpió Thaira con tristeza.

—Aún más hermosa de lo que imaginé. —Complementó la arcángel, quien sin dudarlo se metió al río junto a la sirena.

Así fue como comenzó todo.

Cada vez que Lucero estaba libre no dudaba en bajar a las aguas y visitar a Thaira, y lo mismo podía decirse de la sirena, que desde temprano se escapaba de su reino para encontrarse con la ángel.

Ambas disfrutaban de su compañía, pasaban la tarde pescando, buceando o viendo el atardecer, aunque la mayor parte del tiempo era Lucero recostada en el regazo de Thaira mientras ella le cantaba acariciando su cabello dorado o las suaves plumas de sus alas.

Era doloroso cuando se despedían, y no esperaban la hora para volver a encontrarse. Cada día, los sentimientos de Lucero crecían aún más, a un punto en que supo que no podía ser una simple amistad o aprecio. Era una sensación mucho más grande.

La amaba.

A decir verdad, Lucero sospechaba de sus posibles gustos cuando entró a la adolescencia. Luna no era la única que la reprendía porque no le gustaba ningún chico, ella también lo hacía. ¿Por qué?

Lo descubrió al sentir ese mismo deseo con las personas de su mismo género. Sin embargo, nunca lo reveló y nunca pensaría hacerlo. Amar a las personas de tu mismo género era pecado, sodomía, un acto que sería condenado brutalmente.

Pero nada de esas amenazas pasaban por la mente de Lucero cuando se encontraba con Thaira. Se enamoró de esa sirena, no porque fuese atractiva físicamente, sino por su belleza interna, dulce y dedicada, ¿Cómo podían pensar que ella era un monstruo?

Pobre Lucero, no sabía que mientras compartía besos con su amada sirena era observada por una Luna despechada y envidiosa...

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