Luna trató de no vomitar al ver a Lucero besando a esa sirena. No sabía que era lo más perturbador de ver esa escena, en definitiva Lucero estaba enferma, ¡Asquerosamente enferma!
De inmediato, Luna corrió hacia la Potestad y horrorizada le contó lo que vió. Ludmila reaccionó igual o incluso peor que Luna. Las sirenas eran vistas como demonios, pero mucho peores al atraer a los marineros a la muerte con su hipnotizante canto solo por diversión y malicia.
—¿Qué hacemos? ¿Hay que decirle a los Querubines? —Cuestionó Luna.
—No... —Respondió la potestad. —Es mejor que esto no pase de boca en boca, es un tema muy grave. Será mejor que tu personalmente vayas con Dios y le digas con detalle lo que viste.
El corazón de Luna se detuvo, ¿Ella, ir a ver a Dios? ¿Sola? No estaba lista para eso...
Luna aun seguía perturbada por descubrir el secreto de su amiga. Durante todos estos años, la acompañó, durmió con ella e incluso la abrazaba... no podía ser ¿Cómo no se dio cuenta?
Sus amigos le preguntaban que tenía, se veían preocupados ante la actitud de Luna, pero ella no quería soltar nada. Al menos no a ellos...
Luna se armó de valor, observó la torre más alta del templo, dispuesta a ir a hablar con su Dios.
¿Iba a sentirse mal por Lucero al delatarla? Un poco. El castigo que recibiría seguramente sería grave, como la expulsión de su cargo o el exilio, y tal vez Luna sería ascendida. Pero al mismo tiempo sentía lástima porque... era su amiga.
No obstante, Luna no contaba con que Lüxem sería quien peor se tomaría esa noticia.
El Dios pensaba en la arcángel día y noche, con cada llama de luz que sus ojos veían se mostraba la imagen de Lucero. Estaba listo para ordenar su ascenso de arcángel a principado, y así la ascendería hasta acercarla más a él...
En ese momento tocaron la puerta de su salón, Lüxem dio el permiso de que pasarán y Luna obedeció, entrando a la sala nerviosa ante la mirada de su Dios.
—¿A qué has venido, Luna? —Preguntó Lüxem, desinteresado.
—Mi señor... y-yo tengo algo que decirle. —Luna tragó en seco antes de soltar: —Es sobre la arcángel Lucero...
Aquello despertó el interés del Dios, quien observó a la ángel con intriga. De inmediato le ordenó que se sentara.
—¿Qué pasa con ella?
—Ella... la descubrí que tiene una relación amorosa. —Confesó la ángel, cabizbaja. —Con una demonio del mar.
—¿¡Qué!? —El Dios se levantó enojadísimo de su escritorio. —¡Más te vale que esto sea una broma! ¡O la pagarás muy caro!
—¡No mi señor, yo nunca le mentiría! —Luna incluso se le arrodilló para que supiera que no mentía. —Yo las vi, besándose a la orilla del río ¡Es obvio que cometen actos que van en contra de lo natural!
Algo se quebró en el interior del Dios, ese fue su orgullo. Había quedado como un tonto, insistiéndole a un ángel que al final lo terminó traicionando de esa forma tan disgustante. Era una humillación que no iba a dejar pasar por alto.
—Gracias por avisarme Luna, puedes retirarte. —Le pidió Lüxem a la informante.
Luna asintió, y se despidió de la sala con una leve reverencia. Sabía que Dios estaba molesto, tal vez el castigo de Lucero si sería capaz de bajarla del pedestal donde la tenían.
Apenas la ángel se fue, Lüxem se dio un fuerte golpe a la mesa de su escritorio, partiendolo en punzantes pedazos de madera, algunas astillas se incrustaron en sus puños pero poco le importó.
—¡Maldita! —Gritó a toda furia. —¿¡Cómo se atreve a querer a alguien más que no sea yo!?
Lüxem mandó a llamar a Luisana, una serafina con enormes ojeras, debido a que ella era la encargada del trabajo pesado del Dios y porque no tenía ni un segundo de descanso.
—¿Qué se le ofrece, mi señor? —Preguntó la serafín ajetreada.
—Quiero que traigas a la arcángel Lucero hacia mi en cuanto aparezca, ¿Entendido?
Las horas pasaron, finalmente anocheció y Lucero se despidió de su amada sirena Thaira. Apenas llegó al Templo, la arcángel se extrañó de verlo vacío, sin un alma que paseara por sus pasillos.
—¡Arcángel Lucero!
La arcángel se sobresaltó al ver que una serafin la llamaba volando desde el cielo.
—Hermana serafín, buenas noches. —Contestó Lucero educada mientras Luisana bajaba a su altura.
—Dios exige tu presencia, de inmediato.
—¿Está bien? —Aquel llamado se le hizo raro, ¿Por que Dios la quería ver? —Puedo preguntar... ¿dónde se encuentran los demás?
—Es ahí a donde vamos, señorita. Venga. —Convidó Luisana mientras emprendía el vuelo.
La serafín por alguna razón evito hacer contacto visual con ella, pero a Lucero no le importó demasiado así que la siguió. Se dirigían a un gran salón que parecía una especie de cúpula, a mitad del camino empezó a tener un mal presentimiento, no sabía si continuar o huir... decidió ser valiente y afrontar sus miedos.
En aquel salón estaban reunidos todos los ángeles que le servían a Dios, y extrañamente parecía que todos la esperaban a ella, ya que se dispersaron, dejando un camino en el centro para que pudiese pasar.
Luna y sus amigos estaban en primera fila, lucían preocupados, le contagiaron su preocupación. ¿Qué estaba pasando?
Lüxem la vió atento al entrar, tan hermosa, tan agraciada... lastima que esa belleza haya sido arruinada por el sucio pecado. Ahora la belleza de Lucero sería ultrajada, pero por el mismo.
—Arcángel Lucero, estás aquí porque has sido acusada de cometer actos homosexuales con un demonio. —Acusó Lüxem con voz resonante. —¿Lo niegas ante mí, tu Dios y mayor autoridad?
Lucero de inmediato reaccionó nerviosa y trató de evadir los hechos.
—¿Qui-Quién dijo eso...? ¡E-Es una vil mentira!
—Árcangel Luna, pase al frente. —Demandó Dios.
El título con el que fue llamada le sorprendió hasta a la Luna misma, honestamente no esperaba ascender a Arcángel en esa situación. Luna dio un paso adelante, siendo observaba por todos.
—¿Qué fue lo que viste hoy en la tarde? Responde con la verdad, o serás castigada de peor manera. —Advirtió Lüxem.
Luna tragó en seco, tenía la mirada de todos sobre ella. Lucero la observaba confundida, esperando que su amiga la protegiera. Por otro lado, Dios la divisaba fijamente, sus ojos dorados la amenazaban como dos cuchillos filosos.
—Pues yo... En la tarde hablé con la potestad Ludmila, ella me preguntó por Lucero, y yo le dije que se encontraba en el Inframundo, de patrullaje a según. —Relató la ángel, la testigo asintió afirmando que era cierto. —Luego Ludmila me dijo que no mandaban ángeles al Inframundo, así que asumí que Lucero me mintió. La busqué hasta que la vi en compañía de una sirena, haciendo actos indebidos...
—¿¡Pero qué dices!? —Exclamó la acusada alterada. —¡Eres mi amiga, Luna! ¿¡Por qué me haces esto!?
—¿Niegas lo que dice la arcángel Luna? —Habló Lüxem. —Mírame mientras te hablo, Lucero.
Lucero no contestó, trataba de no romper en llanto y mirar a un Dios firme sin derrumbarse.
—Debes ser castigada, para que reflexiones sobre tu conducta inadecuada. —Detalló Lüxem de modo inquietante. —No sólo tu relación es algo antinatural, sino que el involucrarte con un demonio es un acto grave de traición hacia mi persona.
Los murmullos de los ángeles comenzaron a escucharse en la sala, cada uno dando su opinión sobre la verdad, o asumiendo cuál podía ser la penitencia que debía pagar Lucero.
—Pero hay una forma en la que tu castigo no sea tan severo. —Pronunció el Dios, lo que despertó la intriga en los presentes. —Dime, con toda sinceridad Lucero... ¿Te arrepientes de haber pecado?
Aquella pregunta dejó estática a Lucero. Afirmar que se arrepentía de pecar era lo mismo que negar el amor que sentía por Thaira... y ese sentimiento era tan grande, lo guardaba con mucha estima en su pecho, le dolería siquiera rechazarla.
—No, no lo hago. —Admitió Lucero en un susurro, cabizbaja.
Esa fue la mecha que encendió una llama de exclamación y escándalo en sus compañeros. A su vez, desarmó la ira del Dios.
—¡Enciérrenla!
Los serafines obedecieron a la orden de su creador, Lucero sin rechistar se dejó arrestar bajo la mirada de los ángeles y de sus amigos... sobre todo la de Luna.
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