CAPÍTULO 10

Elia no se molestó en responder mientras su mirada bajaba, la diversión sustituida por un sentimiento más oscuro y carnal. Tardíamente recordé que estaba desnuda, con el movimiento todo mi torso había quedado a la vista, el agua blanquecina apenas ocultando la unión entre mis muslos.

Crucé mis brazos.

—¿Qué haces aquí?

Sus ojos trazaron un camino desde donde mis brazos intentaban ocultar lo que claramente ya había visto en profundidad hasta mi rostro que esperaba no se viera tan sonrojado como se sentía.

—Te observaba.

Bueno, señor obvio.

—No me digas —dije entre dientes —¿y no pensaste en no sé, esperar a que saliera de bañarme? ¿preferentemente cuando esté, no sé, vestida?

No se molestó en negar que su invasión había sido completamente consciente, en su lugar desvió la atención hacia el pequeño patito amarillo que seguía flotando contra todo pronóstico cerca de mis pies.

—Lo compré para ti, cuando compré las otras cosas.

Así que había tenido razón, y todo ese catálogo de baño había sido para mí.

—Pensé que te gustaría.

El por qué pensaría algo así, se me escapaba del entendimiento.

Antes de que pudiera decir cualquier cosa, se levantó y para mi absoluto horror, se acercó.

—No quería que te sintieras sola —susurró, sosteniendo al patito en su enorme mano. Ver a un hombre tan masculino a la vista como Elia, con un juguete de baño tan ridículo era simplemente la imagen más delirante que vería en mi vida.

Entonces, para mi absoluto, absoluto terror, se puso de rodillas, quedando a mi altura. El agua antes derramada debía de estar mojándole los pantalones, pero no parecía importarle mientras acercaba el patito a mi torso y lo dejaba flotando cerca, su mano rozando la piel sobre mis costillas al retirarse.

De pronto, este baño se había transformado en un sauna.

—¿Cómo lo llamarás?

Esta tenía que ser la conversación más extraña del mundo.

—¿Quieres que nombre un juguete de baño?

Sus ojos se trabaron en los míos.

—Todos deberían tener un nombre, piccolina, eso les da un sentido de pertenencia. Lo vuelve indudablemente tuyo.

Algo me decía que ya no hablábamos del maldito patito.

—¿Qué nombre le pondrías? —insistió.

Lo observé, la manera en que parecía acariciarme con la mirada, la forma en que sus manos se aferraban al borde de la bañera como si tuviera que sostenerse de algo para evitar alcanzarme.

Nunca había sido deseada así, tan abiertamente, con tanta intensidad. Mi desastrosa experiencia con los hombres me había vuelto cautelosa, hasta quizás un poco cobarde; el hecho de tener que lidiar con las intensas intenciones de un hombre como Elia me generaban terror, por supuesto, pero también algo más. Algo que mantenía mi piel erizada y mis sentidos alertas a cada movimiento suyo.

No sabía qué hacer con todo eso.

—Lio —susurré.

Una sonrisa lobuna dividió su rostro. Estábamos jugando un juego muy peligroso. Un juego, en el que sin dudas uno de los dos saldría perdiendo.

Sólo me quedaba rezar por que ese alguien fuera él.

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