CAPÍTULO 11

—¿Entonces esta Daenerys es el interés romántico de Jon Snow?

Asentí, robando uno de los cubitos de queso que acababa de cortar para las tartas, ignorando la mirada recriminatoria que me lanzó en el proceso.

Las cosas fueron un poco… raras después de nuestra extraña conversación en el baño. No diríamos que éramos mejores amigos de la noche a la mañana, ni mucho menos alguna otra cosa en el medio, pero me sentía lo suficientemente cómoda como para acompañarlo en la cocina mientras se encargaba de nuestras comidas. Por alguna razón que no conseguía recordar comenzamos una conversación sobre películas, y aquí estábamos, discutiendo la trama de Juego de Tronos, que Elia no había visto.

Sacrilegio.

—Pero —dijo, recordando mi relato, moviéndose para llevar las tartas al horno, ofreciéndome los cubitos que no había utilizado. Los acepté encantada —, al mismo tiempo ¿son tía y sobrino?

Asentí, mi boca ocupada con todos los cubitos de queso.

Hizo una mueca mientras se limpiaba las manos, trasladándose cerca de mi banqueta designada.

Me tensé cuando su cadera se apoyó contra la isla, su cuerpo irradiando calor despertando la conciencia del mío.

—No creo que Juego de Tronos sea de mi gusto —dijo, estirando una mano distraídamente para alcanzar uno de mis cortos mechones y llevarlo detrás de mi oreja.

Eso también había cambiado casi de la noche a la mañana. Elia se había vuelto más…atrevido. Sus roces más obvios, siempre en lugares aceptables por supuesto, pero aun así sentirlo, aunque sea en una caricia de manos al entregarme un vaso de agua, era demasiado para mis hormonas ultrasensibles.

Tenía que ser el aislamiento.

Me tomó un segundo recordar de qué estábamos hablando.

—No lo juzgues hasta probarlo —me sonrojé —digo, tienes que verla, para decidir si te gusta. No todo es incesto.

—¿No habías dicho que esos dos hermanos Lanister…?

Giré mis ojos.

—Bien, bien. Incesto no es lo único que la serie ofrece, lo prometo.

Elia iba a mirar esa serie, me encargaría de ello.

Como si pudiera adivinar mis pensamientos, negó sonriendo mientras volvía al horno y nos servía generosas porciones de sus tartaletas vegetarianas. Mi estómago bailó ansioso cuando el aroma llegó a mí, Elia podía ser un asesino, pero era el mejor cocinero que había conocido alguna vez.

Como en cada comida, se aseguró que yo no necesitara nada antes de ocupar la banqueta junto a la mía. El primer bocado fue una explosión de sabor en mi lengua, el gemido que solté fue simplemente imposible de callar.

—¿Bueno? —murmuró, su voz bajando una nota o dos.

Asentí, llevando otra deliciosa porción a mi boca. Elia realmente tenía que plantearse cambiar de profesión.

—Tengo curiosidad, ¿cuál es tu plato favorito?

Fruncí el ceño cuando comprendí que tendría que parar de comer para responder. Maldición.

—Diría que el ramen.

Eso llamó su atención.

—¿Ramen? ¿En serio?

Me encogí de hombros, evitando su intensa mirada.

—No soy muy buena cocinera; pero me gusta mi ramen.

Llevé otra porción a mi boca, evitando así contestar cualquier otra pregunta.

Por su parte, Elia se mantuvo tranquilo, comiendo y comentando algunos detalles interesantes, para él, de su libro que gracias a Dios ya había terminado de leer.

¿Un libro de huertas? Lo siento, pero no me entusiasmaba en lo más mínimo. Pero no se lo dije, en su lugar lo dejé hablar abiertamente, asintiendo y haciendo las preguntas correctas en los momentos indicados.

Terminamos de comer en un cómodo silencio; y cuando llegó el momento de levantar los platos me ofrecí a ayudar con la limpieza.

¿La víctima estaba siendo domesticada?

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