CAPÍTULO 8

Sentí su boca rozando mi vientre, causándome escalofríos en el proceso. No pude callar el quejido que escapó de mí, en parte encantada, en parte ansiosa porque su boca fuera a sitios más especiales.

Podía pensar en algunos.

No, no podía pensar en nada mientras su gran mano se aferraba a uno de mis senos, trabajándolo como lo había visto trabajar la masa de los panes en la cocina. Me mordí el labio cuando sus dedos capturaron mi pezón delator y lo pellizcaron, duro.

Lloriqueé y supliqué, necesitando que hiciera algo, cualquier cosa, para calmar el ardor entre mis piernas.

Su risa jugó con las líneas de mis caderas, su aliento poniéndome la piel de gallina. Quería extender mis manos y sentirlo, tocarlo y recorrerlo, enseñarle dónde lo necesitaba. Pero mis manos no se movían, intenté acercarme y descubrí que mis brazos estaban estirados sobre mi cabeza. Mis muñecas atadas al cabezal de la cama.

¿Qué demonios?

—¿Quieres esto?

Su voz ronca me distrajo de mi reciente descubrimiento, volví mi atención hacia mi zona baja, esta vez encontrándome frente a frente con unos ojos leonados depredadores.

¿Cuál era la pregunta?

Como si supiera que estaba absolutamente perdida, la diversión brilló en su mirada.

—Responde, piccolina, ¿quieres esto? ¿Me quieres a mí?

¿Lo quería? Desesperadamente.

No podía recordar un momento de mi vida en el que hubiera querido algo más de lo que quería que me tocara en este momento. No sólo su toque, anhelaba tanto sentirlo en mi interior que mi interior ardía desesperado. Un sentimiento totalmente desconocido para mí, este anhelo febril.

—Sí —conseguí formular —por favor.

Los ojos brillaron con satisfacción, respuesta correcta.

—Entonces, ábrete para mí, piccolina —el ridículo mote sólo calentó mi sangre hasta hervirla —estoy hambriento.

No lo dudé, separé mis piernas, sintiendo su peso reconfortante acomodándose en el espacio libre, forzando a abrirme incluso más para encajar su gran cuerpo.

Más tarde me avergonzaría de esto, de entregarme tan fácilmente, con tanto entusiasmo, ahora mismo no podía pensar en nada más que en sus dedos recorriendo el interior de mis muslos.

Cerca, tan cerca.

Un aliento más y lo sentiría en mi…

—Piccolina…

El vacío en mi interior palpitaba, impaciente por ser llenado. Por él. Lamí una gota de sudor entre mis labios, de repente sedienta de algo más.

—Sí —gemí —. Sí, por favor, sí.

Silencio.

—Piccolina, despierta.

¿Qué? No, yo quería…

Necesitaba…

—Miranda.

Abrí los ojos.

Lo primero que noté, fueron un par de ojos leonados demasiado entretenidos. Elia se encontraba de pie junto a la cama, una bandeja de desayuno en sus manos.

Lo que acababa de pasar volvió a mí, como una ducha fría, llevándose consigo cualquier rastro de ardor.

Entonces noté algo que no podía ser cierto...yo no podía estar...no con él aquí, todavía mirándome…

Mi mano izquierda estaba dentro de mis bragas. El inconfundible aroma del almizcle alcanzó mi nariz todavía aturdida. No necesitaba mirar para saber lo mojada que me encontraba, lo podía sentir en la humedad de mis dedos atrapados contra mi centro; lo podía saborear en el aire.

Estaba segura que él podía saberlo también.

Maldita, maldita sea.

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