CAPITULO 18

Capítulo 18 :Escena de la Cena

La noche envolvía el lujoso departamento de Sebastián, y desde los ventanales, las luces de la ciudad parpadeaban como un recordatorio del ajetreo que ambos habían dejado atrás, al menos por unas horas.

Dentro del apartamento el aroma de ajo y especias llenaba el aire mientras Sebastián se movía con soltura en la cocina, vestido de manera casual con una camisa remangada y un delantal que le daba un toque inesperadamente doméstico. Isabela, sentada en la isla de la cocina, lo observaba con una sonrisa divertida mientras jugaba con la copa de vino en su mano. La escena era sorprendentemente íntima; el magnate, siempre tan elegante y dominante en público, ahora parecía un hombre común, relajado y dedicado a una tarea tan sencilla como preparar la cena.

—¿Desde cuándo cocinas? —preguntó Isabela, divertida, apoyando el mentón en su mano mientras lo observaba moverse con destreza.

Sebastián sonrió por encima del hombro, revolviendo la sartén donde se doraban las verduras. —Tienes muchas cosas que aprender sobre mí, Isabela. Cocinar es una de mis habilidades ocultas.

Ella rió suavemente, disfrutando de la broma. —Aún no sé si debo impresionarme o preocuparme. Veremos si todo esto no es solo una fachada.

Sebastián dejó la sartén por un momento, acercándose a ella con una sonrisa traviesa. Sus manos se apoyaron suavemente en los costados de la silla donde estaba sentada, inclinándose lo suficiente como para que sus labios rozaran la frente de Isabela. —Te aseguro que esta noche, quedarás más que impresionada —murmuró contra su piel, haciendo que su corazón latiera un poco más rápido.

Isabela alzó una ceja, divertida y, sin poder evitarlo, le respondió con un tono juguetón. —Voy a cobrarte la palabra.

Sebastián rió suavemente antes de regresar a la cocina, concentrándose en la preparación. Mientras picaba unos tomates frescos, Isabela lo observaba con una mezcla de ternura y fascinación. Nunca lo había visto tan relajado, tan dispuesto a ser vulnerable y a dejarse ver en esos pequeños momentos de cotidianeidad. Era una faceta de él que casi nadie conocía, y por alguna razón, se sentía afortunada de ser testigo de ello.

—¿Sabes? —dijo ella, rompiendo el silencio—. Nunca pensé que te vería cocinando para alguien más.

Sebastián, sin apartar la vista del cuchillo, sonrió. —Solo lo hago por personas especiales.

Isabela sintió un calor en el pecho ante sus palabras, y no pudo evitar sonreír. Él siempre tenía esa habilidad de desarmarla con pequeños gestos o palabras. Se levantó de la silla, caminando hacia él con pasos ligeros hasta detenerse a su lado. Lo observó en silencio por un momento antes de deslizar una mano suavemente sobre su espalda, acariciándola.

—Te ves bien así —murmuró con cariño, apoyando la cabeza en su hombro mientras lo veía cocinar.

Sebastián ladeó la cabeza, disfrutando del contacto, y giró ligeramente para mirarla, sus ojos brillando con una mezcla de cariño y deseo. —Si sigues diciendo esas cosas, no sé si podré concentrarme en la cena.

Isabela rió, dándole un suave beso en la mejilla. —Tal vez esa sea la idea.

Sebastián dejó el cuchillo a un lado y, en un movimiento rápido, la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia él. Ella soltó una pequeña risa sorprendida mientras sus cuerpos quedaban tan juntos que podía sentir la calidez de su pecho.

—Sabes que no me cuesta nada dejar todo esto para más tarde, ¿verdad? —murmuró Sebastián con voz grave, inclinándose para rozar sus labios con los de ella.

Isabela cerró los ojos, disfrutando de la proximidad, y lo besó suavemente, dejándose llevar por la calidez del momento. Cuando se separaron, sus manos seguían descansando en su pecho, mientras lo miraba a los ojos. —No, quiero ver si realmente eres tan buen chef como dices —bromeó, aunque sin apartarse de su abrazo.

—De acuerdo —dijo él con una sonrisa, dándole un beso en la frente antes de soltarla—. Cena primero, tentaciones después.

Isabela volvió a su lugar, mientras Sebastián retomaba su tarea, ahora con una sonrisa más amplia en su rostro. El momento era perfecto: sin pretensiones, solo ellos dos, compartiendo algo tan sencillo y, al mismo tiempo, tan especial.

Cuando la cena estuvo lista, Sebastián sirvió los platos con un gesto de orgullo. —Voilà, pasta con mariscos al estilo Spearce —anunció con una pequeña reverencia, mientras colocaba el plato frente a Isabela.

—¿De verdad? ¿Al estilo Spearce? —repitió ella, riendo suavemente.

—Claro. Exclusivo para ti. —Sebastián tomó asiento frente a ella, con una sonrisa satisfecha.

Isabela probó el primer bocado, dejándose llevar por el sabor. Asintió lentamente, fingiendo estar impresionada. —Tengo que admitirlo, estás a la altura.

Sebastián levantó la copa en señal de triunfo. —Sabía que no te defraudaría.

La cena transcurrió entre risas y miradas cómplices, intercaladas con suaves caricias y bromas, donde cada gesto era una muestra del creciente afecto entre ellos. Para Isabela, esa noche no solo era especial por la cena, sino porque en esos pequeños detalles y momentos compartidos, la conexión entre ambos se hacía cada vez más fuerte.

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