CAPITULO 11

Capítulo 11: Miradas y Celos

Sebastián se tensó cada vez que Emmanuel se acercaba a Isabela durante la sesión de fotos. Cada sonrisa, cada excusa para ajustar la luz o sugerir un cambio en su pose, lo llenaba de una furia contenida. Aunque mantenían su relación en privado, la tensión entre los tres era palpable. El fotógrafo no solo estaba invadiendo el espacio profesional de Isabela, sino también un territorio mucho más personal para Sebastián.

Isabela, como siempre, se mantenía concentrada en su trabajo. La sesión, una campaña internacional, era importante y no podía permitirse distracciones. Sin embargo, la mirada penetrante de Sebastián, desde un rincón del estudio, era imposible de ignorar. Su mandíbula apretada y la intensidad de su mirada eran señales claras de que los celos lo consumían.

Finalmente, tras horas de poses y cambios de vestuario, la sesión llegó a su fin. Isabela se retiró para cambiarse, mientras Sebastián la seguía con la mirada, cada vez más inquieto. Emmanuel, aprovechando el momento, se acercó a Isabela una última vez.

—Isabela, luces increíble. Estas fotos serán un éxito —dijo Emmanuel, esbozando una sonrisa que encendió una chispa de ira en los ojos de Sebastián.

Cuando Isabela salió del estudio, Sebastián la esperaba en el estacionamiento, incapaz de contenerse más. Su instinto protector y posesivo estaba al límite.

—Vámonos —dijo en un tono bajo y firme, mientras le tendía la mano.

Isabela, algo sorprendida por la intensidad de su comportamiento, aceptó su mano sin decir una palabra, caminando hacia el coche. Sabía que algo lo estaba perturbando más de lo habitual, pero decidió esperar a estar a solas para hablar.

En el coche, el ambiente estaba cargado de tensión. Sebastián conducía con el ceño fruncido, su mandíbula aún tensa. Isabela lo observaba de reojo, intentando encontrar el momento adecuado para romper el silencio.

—Mi amor, no seas celoso —dijo Isabela suavemente, buscando aligerar el ambiente.

—No son celos, Isa —respondió Sebastián, sin apartar la vista de la carretera—. Es Emmanuel. Sé lo que busca.

Isabela sonrió con ternura y puso su mano sobre el brazo de Sebastián.

—Te he dicho que no hay nada más allá de lo profesional. Emmanuel es solo un fotógrafo. Tú eres el único que tiene mi corazón.

Sebastián, aún tenso, giró la cabeza para mirarla. La sinceridad en los ojos de Isabela siempre lograba desarmarlo, aunque la imagen de Emmanuel seguía rondando en su mente.

—Lo sé —murmuró, llevándose su mano a los labios para besarla—, pero no puedo evitarlo. Ver cómo se acerca a ti, cómo te mira…

Isabela soltó una suave risa, encantada por la vulnerabilidad que él raramente mostraba.

—Eres adorable cuando te pones celoso, Sebastián. Pero de verdad, no hay nada de qué preocuparse. Tú eres el único que importa.

Sebastián suspiró profundamente, sabiendo que sus celos no eran racionales, pero aun así, incapaz de borrar la imagen de Emmanuel.

—Lo siento —dijo finalmente, avergonzado—. No quiero ser ese tipo de hombre.

Isabela se acercó más, recostando su cabeza sobre su hombro.

—A veces simplemente eres humano, y eso está bien. Confía en mí, te amo, y eso no va a cambiar.

Sebastián entrelazó sus dedos con los de ella, encontrando consuelo en ese simple gesto.

—Lo sé, Isa. Eres todo para mí. Solo… no puedo soportar la idea de perderte.

Isabela lo miró con cariño, su voz suave y reconfortante.

—Nunca me perderás. Lo que tenemos es real, y es solo nuestro.

Cuando llegaron a casa, la tensión había comenzado a disiparse. Después de dejar sus cosas, se sentaron juntos en el sofá. Sebastián la rodeó con sus brazos, envolviéndola en un abrazo lleno de amor y posesividad.

—A veces creo que me tienes embrujado —bromeó él, sonriendo.

Isabela rió suavemente, apoyando su cabeza en su pecho.

—Si es así, entonces estamos embrujados juntos, porque no puedo imaginar mi vida sin ti.

Sebastián la abrazó más fuerte, besando su cabello. Sabía que, aunque los celos aparecerían de vez en cuando, lo que compartían era lo suficientemente fuerte como para superar cualquier obstáculo. Con Isabela en sus brazos, encontró la paz que tanto necesitaba. Ella siempre sería suya.

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