CAPITULO 7

Capítulo 7 : La Luz del Amanecer

La primera luz del amanecer se filtraba a través de las elegantes cortinas del apartamento de Sebastián, proyectando rayas doradas sobre las paredes. Isabela despertó lentamente, envuelta en las suaves sábanas de seda, con el eco de la noche anterior aún revoloteando en su mente. Lo que había sido una tormenta de emociones y pasión ahora se había transformado en un incómodo silencio matutino. La claridad que tanto ansiaba aún no llegaba, y sabía que no la encontraría junto a Sebastián.

Sebastián seguía a su lado, dormido plácidamente, con una expresión que podría haber sido adorable en otras circunstancias. "Claro, el señor 'duermo como un bebé después de arruinar mi paz mental'. Perfecto." Pensó Isabela, mordiéndose el labio con una mezcla de resentimiento y autocontrol.

Con cuidado, se deslizó fuera de la cama, tratando de no despertarlo. Mientras recogía su ropa, el eco de sus pensamientos la atormentaba. "¿Otra vez aquí? Muy bien, Isa, ¿cuántas veces más vas a caer en la misma trampa?". Con cada prenda que se ponía, sus dedos temblaban ligeramente. Finalmente, sin hacer el más mínimo ruido, salió del apartamento como un fantasma, dejando tras de sí solo el aroma a incertidumbre.

El bullicio de Nueva York la recibió con su habitual caos matutino: los cláxones, el tráfico y las luces no parecían conectarse en absoluto con el torbellino emocional que la acompañaba en el trayecto a su penthouse. Mientras conducía, el paisaje urbano se desdibujaba frente a sus ojos, y en su mente solo giraban preguntas sin respuesta. "¿Qué sigue ahora? ¿Volver a actuar como si nada hubiera pasado?"

Al llegar a su apartamento, fue directo al baño. Quizás el agua caliente podría ayudarla a aclarar sus pensamientos. Se miró en el espejo, y su reflejo la sorprendió. El maquillaje de la noche anterior estaba corrido, y en sus ojos se reflejaba una mezcla de agotamiento y determinación. "Bonito espectáculo. Pareces la villana cansada de una telenovela barata." Se reprendió a sí misma, mientras deslizaba el dedo bajo los ojos, intentando borrar los restos de rímel. Entró en la ducha, y mientras el agua recorría su piel, se prometió una vez más que esto no volvería a suceder. Pero una pequeña parte de ella sabía que esa promesa ya estaba rota antes de hacerla.

Al otro lado de la ciudad, Sebastián despertó lentamente con los primeros rayos del sol, estirándose entre las sábanas. La noche anterior todavía latía en su cuerpo, pero al girarse, descubrió que Isabela ya no estaba. Una breve sensación de vacío lo recorrió. Rápidamente desechó ese sentimiento

Sebastián se levantó, bajó las escaleras. El aroma del café recién hecho ya llenaba el aire, y Marta, su ama de llaves, estaba en la cocina, como siempre, puntual y perceptiva. Marta lo observó con una mirada entre divertida y crítica.

—Buenos días, niño. Anoche debió ser… interesante —dijo, mientras le extendía una taza de café, sus ojos brillando con una mezcla de cariño y picardía.

Sebastián esbozó una sonrisa mientras aceptaba la taza. Marta sabía más de lo que él prefería, pero siempre lograba que pareciera que no se daba cuenta.

—Lo fue, Marta. Lo fue —respondió con una media sonrisa, disfrutando del café, pero evitando los detalles.

—¿Alguna vez vas a sentar cabeza, Sebastián? —preguntó Marta con ese tono suave pero directo que solo alguien como ella podía usar con él—. No sería mala idea, ya sabes.

Sebastián dejó la taza sobre la mesa, fingiendo estar pensativo. —¿Sentar cabeza? ¿Por qué complicar las cosas? Estoy bien así —respondió con su característico tono despreocupado, como si la idea de comprometerse fuera tan lejana como aprender a bailar tango.

Marta soltó un suspiro y continuó con sus tareas, aunque su expresión mostraba que, pese a la respuesta, seguía sin estar convencida.

Después de desayunar, Sebastián subió a prepararse para el día. Salió de la ducha, aún secándose el cabello, cuando su teléfono sonó. Era un mensaje de Camila Scott, su amiga de toda la vida. "Camila está de vuelta en el país." La noticia lo tomó por sorpresa. Hacía semanas que no hablaba con ella, aunque nunca había sido una relación complicada. Camila siempre había sido una constante, un recordatorio de su vida antes de que todo se volviera... caótico. Lo que él no sabía, o no quería darse cuenta, era que ella albergaba sentimientos más profundos.

Horas después, Sebastián estaba sentado en un restaurante exclusivo del centro, esperando a Camila. Cuando la vio entrar, notó de inmediato esa energía vibrante que siempre irradiaba. Su cabello recogido en una coleta alta y un atuendo perfectamente escogido la hacían lucir como si hubiera salido directamente de una portada de revista.

—¡Sebastián! ¡Por fin en casa! —exclamó Camila, lanzándose a sus brazos con una efusividad que bordeaba lo incómodo.

Sebastián, un poco sorprendido, correspondió al abrazo, pero con una leve rigidez.

—Camila, me alegra verte —dijo, tratando de sonar casual mientras disimulaba su incomodidad.

—No sabes cuánto he pensado en ti durante mi viaje —dijo ella, tomando asiento frente a él. Había algo en su tono, algo que antes no estaba allí, una intensidad que lo hizo fruncir el ceño por un segundo.

La conversación fluía, pero cada vez que sus miradas se cruzaban, Sebastián notaba un subtexto que no podía identificar con claridad. La energía entre ellos era distinta, algo que lo hizo sentir una ligera incomodidad. Mientras la comida avanzaba, comenzaron a hablar sobre los planes de Camila para los próximos meses el almuerzo continuó con temas triviales

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