...AÑO 444 - PUERTO DE KANDA, FENTEN....
18 años después...
En una mansión a orillas del mar, vivía una chica pelirroja de dieciocho años que disfrutaba de las vistas desde el balcón de la mansión donde residía, observando cómo volaban las gaviotas sobre el gran océano azul.
Dieciocho años habían pasado desde que una mujer comerciante en Riwa la acogió. Lady Rovira Mazzaloma encontró a la niña envuelta en una cesta con un papel que decía su identidad. Al principio, Lady Rovira vio a la bebé de sangre real como una fuente de riquezas y pensó en entregársela a Ravenly para pedir una recompensa por ella.
No obstante, lo pensó mejor. La mujer siempre había deseado tener hijos, pero los Dioses no le habían concedido ese deseo, y quizás ellos de estaban dando esa oportunidad, por lo que decidió adoptar a la niña.
Con el tiempo, Rovira se encariñó con ella y se la llevó al Puerto de Kanda, su ciudad natal en Fenten, donde la crió.
Karaline, que era el nombre de la niña, aunque había crecido lejos de la realeza, nunca desconoció su verdadera identidad. Sabía que era una princesa, y que por derecho propio debía ser la reina de todo un continente.
Karaline era una chica preciosa; de joven, lo que más resaltaba de ella eran sus ojos verdes, pero con el tiempo su cabello rojo creció y las puntas adquirieron un intenso color amarillo que hacía parecer que tenía llamas emergiendo de su cabeza, un rasgo que podía tener cualquier Phoenix. Su piel clara y suave también era un rasgo encantador.
Aun así, Karaline tenía una personalidad fuerte en comparación a cualquier otra dama. En ella abundaba un instinto obstinado, casi siempre corregía a sus maestros durante clase y, si algo no le gustaba, lo reprochaba inmediatamente.
Karaline era una chica muy voluntariosa, y conocía el valor del trabajo, pues Lady Rovira la mandaba al mercado a vender dulces todos los días.
Pero, por desgracia, había cosas de las que Karaline aun no tenía conocimiento. El amor era una de ellas.
...AÑO 336 - PUERTO DE KANDA, FENTEN....
Hacía un calor tremendo, típico de un día soleado de verano en las costas de Fenten.
El puerto de Kanda era muy popular, no solo por sus paisajes, monumentos artísticos, historia o entretenimiento, sino por ser uno de los centros comerciales más importantes del mundo. Las mejores telas, los mejores vinos y aperitivos, e incluso las mejores joyas, podían encontrarse en ese lugar.
—¡Dulces! ¡Dulces! —Gritaba una pequeña pelirroja de diez años con una canasta, dirigida a toda la gente que pasaba por delante de ella. —¡Los mejores dulces de Kanda, hechos por Lady Mazzaloma!
La pequeña Karaline vendía los dulces de su madrina apenas cumplió la edad requerida. A pesar de que, para algunos, vender dulces en la calle era un trabajo mediocre y de baja clase, a Karaline le gustaba.
Tanto era así que, gracias a su entusiasmo y alegría a la hora de venderlos, se ganó la reputación de ser la inigualable «Dulcinera de Kanda» que siempre le sacaba una sonrisa a sus clientes.
En particular, ese era un buen día para la dulcinera, ya que tenía la mitad de la cesta vendida antes del mediodía.
—¡Este es el dulce bueno! ¡Sabroso y cremoso, perfecto para avivar las energías en este día de calor! ¡Compre sus dulces!
—Miren, es la Dulcinera de Kanda.
La pequeña Karaline escuchó la voz de un niño detrás de ella, y a su lado otro niño. Los conocía, eran Calux y Johan, compañeros suyos de la escuela.
—Dame toda la canasta, chiquilla —exigió Calux, amenazador.
—¡Vaya! Deben de tener mucho dinero para querer comprar todo lo que queda aquí. —Exclamó Karaline, sorprendida.
—¿Comprar? ¡Jaja! —Los niños se rieron burlándose de ella. Sin esperarlo, Calux sacó una navaja y amenazó a la niña. —¡Dame la canasta ahora si no quieres que te haga daño!
—¡Oigan, eso no es justo! ¡Deben ganarse las cosas! —Expresó la niña, molesta. —¡Yo no soy una vaca, baja eso! ¡Además, te puedes lastimar!
—La que debe tener miedo de salir lastimada eres tú, tonta dulcinera. —dijo Calux malicioso, acercándole el filo.
—El otro día vi cómo se te resbaló la espada en el entrenamiento de caballeros y casi te cortas los pies, no me fío de tu motricidad. —Reveló Karaline, aguantándose la risa al recordar aquel momento.
Johan se sorprendió por ese dato que no conocía de su amigo y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Calux frunció el ceño, disgustado.
—¡Idiota! ¡Es mentira! —Refutó Calux, rojo de la ira. —No digas cosas sin sentido, ¡solo danos la canasta ya!
—Tiene miedo, tiene miedo... —Canturreó la dulcinera, mientras se burlaba de su "asaltante". —Apostemos entonces, si ganas te daré la canasta entera gratis, ¿qué dices?
—¿Una apuesta? ¿En qué consiste?
—Una prueba de puntería con el arco y la flecha. El que dé en el blanco será el ganador.
—¿Estás loca? Si se enteran de que una niña ha tomado un arco nos darán una paliza a los tres. —Alertó Johan, preocupado.
—Es una pena... ¿Se echaran para atrás? —Provocó Karaline.
—Acepto el reto. —Soltó Calux sin pensarlo dos veces mientras guardaba la navaja. —Pero el ganador tendrá, además de la canasta, el derecho a pedir lo que quiera.
—¿Qué cosa? —Dudó la pequeña pelirroja, frunciendo el ceño.
—Pues lo que uno quiera. Pero tranquila, no te voy a pedir nada que no puedas darme. —Vociferó Calux en un gesto travieso.
—Perfecto, ¡Que gane el mejor! —Exclamó Karaline con determinación.
Los dos niños estrecharon sus manos, y a continuación se dignaron a buscar un arco, el cual le terminaron hurtando al padre de Calux. Los tres se dirigieron a los campos de tiro de la escuela que estaba sin un alma al estar en temporada vacacional.
Ese detalle estaba a favor de ellos, no tanto porque ver a una niña maniobrar un arco era mal visto, sino porque también se encontraba sola jugando con dos niños. Cualquiera podía malpensarlo.
Karaline le arrebató el arco a Calux y tomó una flecha lista para dispararla. No le iba a dar el placer de quedar encima de ella.
—¿De cuántos tiros? —Cuestionó la niña.
—Solo necesito uno para aplastarte, dulcinera. —Refunfuñó Calux, estirando sus brazos y dedos que crujieron con el estirón.
—Mejor, nos queda poca luz. —Añadió Johan, mirando hacia los lados alerta.
Karaline suspiró hondo, colocándose en posición y con la mirada fija en su objetivo: el centro de la diana.
—Cuidado, chiquilla. —Se burló Calux, con la intención de distraerla.
—No necesito tu preocupación, "chiquillo". —Karaline se concentró, calculó el viento y soltó un largo suspiro.
«Vamos Karaline, tu puedes...»
Tiró la flecha.
—¡Por todos los Dioses! —Exclamó Johan, asombrado.
La flecha se clavó justo en el blanco, donde ella quería.
Karaline dio saltos de alegría, empezó a bailar y a cantar en la cara de Calux, molestándolo. Calux la miraba con recelo, apretaba los dientes de la impotencia.
—¡Eso no cuenta, seguro has hecho trampa! —Contestó el rubio, cruzándose de brazos.
—Sabía que te echarías para atrás, "chiquillo". —Respondió Karaline con orgullo.
Él le arrebató el arco de las manos. No pensaba perder en lo que mejor se le daba, y mucho menos contra una niña. De por si Calux odiaba las derrotas.
Tomó una flecha, la colocó en el arco y la deslizó hacia atrás, apuntando. La lanzó con la seguridad de la experiencia, pero una fuerza paranormal que tenía las intenciones de burlarse de él, hizo que la flecha cayera a sólo mínimos centímetros de la flecha de Karaline que se encontraba justo en el centro y la declaraba victoriosa.
—¡Maldición! —Maldijo el niño enfadado mientras tiraba el arco al suelo.
Karaline, siguió con los saltitos de celebración
—¡Yuju! Te gané, te gané... —Cantaba Karaline, riendo a carcajadas.
Calux estaba apunto de pedirle una revancha, más no contó con que en ese momento su madre aparecería en el campo.
—¡Calux, Johan! ¡Vengan a cenar, los he estado buscando toda la tarde! —Informó la señora en el extremo del campo.
Calux escondió el arco con ayuda de Johan, rezando que su madre no lo haya visto le avisó que irían en un momento. Calux miró a Karaline con rabia, se acercó a ella y la señaló con el dedo índice.
—Esto no quedará así, ¡Mañana cuando el sol se oculte tendremos la revancha! —Afirmó Calux para luego apartarse y retirarse con Johan.
—¡Oye! ¿No te olvidas de algo? —Exclamó Karaline.
Calux frenó el paso, rodó los ojos y se giró junto a Johan mirando a la niña.
—¿Qué? —Preguntó el rubio de mala gana.
Karaline, con una sonrisa altanera, se acercó hasta Calux.
—De mi premio. —Soltó Karaline, con pillería.
Calux abrió sus ojos completamente, lo había olvidado. Ante las risas traviesas de la niña el rubio sólo suspiró.
—Bien, ¿Qué quieres? —Preguntó Calux, cruzándose de brazos malhumorado.
—Quiero un abrazo. —Dijo Karaline de forma tierna.
Calux se sorprendió, se esperaba de todo menos esa propuesta. Tragó en seco algo nervioso.
—M-Momento... ¿U-Un abrazo? —Dudó Calux. Sus mejillas tomaban un color carmesí, esperando a que fuera un tipo de broma.
Karaline sonrió.
—Quiero que me des un abrazo... ¿Qué es lo qué pasa, tienes miedo? —Preguntaba la niña.
—¿Yo, miedo? Claro que n-
Calux no terminó de hablar cuando Karaline lo abrazo desprevenido. El niño se congeló, sin saber como reaccionar o siquiera en que lugar poner sus manos. Y Johan, bueno, solo estaba ahí sin apartar la vista de la escena, deseando que existiese alguna manera de capturar esa imagen y restregarsela a su amigo cada que quisiera en un futuro.
Después de unos segundos se separaron, Karaline seguía con su sonrisa traviesa y Calux estaba que se desmayaba o que explotaba de lo rojo de sus mejillas.
—Deben irse, no vaya a ser que la cena se enfríe. —Rió Karaline, recogiendo su canasta de dulces. —Y devuelve el arco antes de que tu padre se dé cuenta.
—No te preocupes dulcinera, nos vemos mañana. —Johan asintió despidiéndose de la niña y tomando a un Calux atónito de los hombros para llevárselo de allí a rastras.
Karaline soltó una carcajada y se marchó directo a la casa de su madrina. Y la verdad, era que a la pelirroja le hacía gracia la reacción de Calux.
—¿Karaline? —Se escuchó la voz de una chica en el balcón. —Oh, aquí estás.
Una joven de cabello castaño corto por la altura de los hombros y ojos cafés se acercó a la pelirroja. Klaire Nial, hija de Byron Nial; el líder de la guardia en el puerto de Kanda.
Karaline giró al escucharla y vió que tenía un hermoso vestido naranja. Ellos solían visitar a Lady Rovira bastante seguido, y se podía decir que Klaire era la única amiga de Karaline, ya que debido a su personalidad no se llevaba bien con las demás chicas del puerto.
—Si, aquí estoy. Solo veía la vista desde aquí, ya sabes, por última vez... —Sonrió la pelirroja, volviendo a mirar el océano azul.
Klaire se acercó al borde para acompañarlaq, viendo los barcos y las aves pasar con el fresco viento chocando en ellas y haciendo bailar sus ropajes al igual que sus melenas.
—Tengo la esperanza de que vendrás otra vez, Karaline. Hay que tener fé. —Comentó su amiga, esperanzada.
—También espero volver algún día...
A la terraza se acercaba un hombre de pelo negro, ojos naranjas y piel morena gracias al sol. Vestía una armadura negra con detalles en rojo y llevaba con él su espada recién afilada envuelta en una vaina. Un caballero de clase alta, pensaría cualquiera.
—Mis señoras. —El caballero realizó una reverencia al estar en presencia de ambas. —El carruaje está listo, ya podemos partir.
—Voy en un momento, gracias por informarme Sir Strauker. —Agradeció Karaline.
Sir Strauker Relish hizo una última reverencia y se retiró entrando a la mansión, dejando a las chicas en la terraza solas nuevamente.
—Bueno, supongo que debo partir. —Suspiró Karaline, con muchos sentimientos revueltos en ella. —Gracias por ser una buena amiga durante estos años, Klaire. Por aguantarme en mis ocurrencias y locuras, si algún día necesitas algo sabes que tienes mi total apoyo.
—No tienes que agradecer, fue un placer conocerte y tenerte como amiga. Pero esa etapa terminó e inicia una nueva para ti, le rezaré a los Dioses todas las noches para que recuperes lo que te pertenece. Buena suerte, su majestad. —Finalizó la doncella junto a una reverencia.
Karaline rió para después abrazarla, sin duda extrañaría a su mejor amiga.
La pelirroja bajó a la entrada de la gran casa junto a Klaire, allí estaba un carruaje y frente a el su madrina Lady Rovira Mazzaloma, dueña de la mansión, de viñedos y muchos huertos. Una mujer a la que se le notaba los años, con cabello marrón al cual se le sobresalía alguna cana pero que ocultaba con extravagantes sombreros.
También estaba el maestro Wane, su profesor particular, quien le había enseñado todo lo que sabe. A su vez uno de los responsables en motivar a Karaline a querer recuperar el trono.
Y Sir Johan, su amigo de la infancia. Después de aquella pelea en su época como la "Dulcinera de Kanda", ambosbse habían vuelto muy buenos amigos hasta la actualidad. Inclusive fue gracias a él que pudo conocer a Strauker.
—No puedo creer que este día haya llegado. Te extrañare mucho Karaline, cuídate mucho. —Dijo Lady Rovira acercándose a la joven dándole un abrazo con un par de lágrimas incluidas.
—Gracias a usted, sin su ayuda no estaría aquí ahora mismo. Quedó en deuda con usted.
Lady Rovira le dio un beso en la frente a Karaline para que esta fuera con el maestro Wane. Ella lo abrazó y este correspondió.
—Demuéstrales a esos Señores en Riwa quien es la que manda. —Murmuró Wane entre el abrazo.
—Claro que lo haré, muchas gracias por todo Maestro, lo aprendido me servirá de mucho. —Agradeció Karaline.
Luego fue hasta Johan y le dio un fuerte abrazo. Este correspondió, le dio un pequeño beso de protección en la frente y después se separaron.
—Karaline, debo decirte que el Reino de Riwa ha cambiado de mal en peor desde que el Rey Cédric empezó a gobernar. Ten cuidado, por favor. —Advirtió el chico preocupado, Karaline asintió.
—Todo saldrá bien, "Sir Johan" —Dijo Karaline en tono de burla hacia el nuevo título de su amigo.
—Oh, estoy seguro de que así será. "Majestad" —Respondió Johan imitando su tono.
—Majestad. —La llamó Sir Strauker con voz seria cerca del carruaje. —Si no salimos ahora el barco nos dejara.
—Si claro. Nos vemos pronto, lo prometo. —Se despidió Karaline mientras entraba en el carruaje junto al caballero. Sir Strauker seria un guardián, el responsable de proteger a Karaline y serle de consejero.
Karaline siempre tendría grabado ese momento en sus pensamientos, y en el futuro lo recordaría como el día en que partió de la casa de las personas que la vieron crecer, la educaron y fueron testigos de su crianza.
Karaline estaba algo nostálgica, pero debía continuar con la frente en alto y vengar a sus padres, y a su dinastía que llevaban 18 años retorciéndose en sus tumbas.
El futuro de la dinastía del Pájaro de Fuego dependía de ella.
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Comments
Mariu 323
está muy buena la novela me encanta
2024-01-23
2
Asle Chiquinquirá Urdaneta Morillo
Continuemos con esta lectura fantástica!!!
2024-01-10
1
Asle Chiquinquirá Urdaneta Morillo
Esta historia me tiene encantada Es muy interesante, y fabulosa!!!
2024-01-10
2