Taiyo no creía en nadie, y menos se dejaba llevar por las apariencias. Estaba seguro de que Zay pudo haber matado a su padre, tenía todas las razones posibles y lo que lo hacía más sospechoso era su desaparición.
Eso era lo que más asustada al demonio esquelético, pues eso significaba que sus motivaciones no habían terminado. ¿Y qué otro objetivo que no fuese Rai? Quien le arrebató todo.
Aunque la próxima víctima también podía ser Lena, todo con tal de quitarle el anillo que en teoría seria suyo. Si Taiyo fuese Zay, iría por la Ángel, ya que no tiene conocimientos sobre su poder, los cuales deberían ser menores a los de Rai y eso haría más fácil vencerla.
Taiyo no quería que se desenlazara una pelea que culminara en más muertes, por lo que mandó a Gabe, Ferl y Obadia a seguirle el paso a Rai, mientras que el se encargaría de custodiar a Lena. Había mandado a una esclava a buscarla hace rato con el motivo de darle una clase.
—Señor Taiyo. —La sirvienta de confianza a la que había mandado apareció con inseguridad.
—¿Qué sucede, Alaya? ¿Dónde está Lena?
—La señorita no quiere salir de su habitación, dice que está indispuesta para la clase. —Informó la chica.
—Que tontería. No me engañará, sé que los Ángeles no pueden enfermesté.
—La verdad no creo que este enferma. —Comentó Alaya, capturando la atención del demonio. —Luce cansada, debe ser por pasar la noche con nuestro amo...
—¡¿Qué cosa?!
Taiyo se sintió indignado al enterarse que todos en el Palacio sabían que Rai había pasado la noche con la Ángel, menos él. No podía odiar más a su rey. No solo se estaba acostando con esa mujer desagradable de Leuce en vez de atender su trabajo, sino que antes había usado a Lena. ¿Qué parte de que no podía causarle dolor no entendía?
Taiyo estaba harto, tantos años en la corte infernal no los cumplió para lidiar con juegos de niños. El demonio acompañado de Alaya se dirigió a la habitación de la ángel y abrió la puerta encontrándose a Lena en camisón.
—Señorita Lena. —Habló seriamente. —Es hora de comenzar su lección.
—Me siento mal, Taiyo...
—Cree que no sé qué los ángeles no pueden enfermarse. —Taiyo suspiró. —Créame, no se arrepentirá de esta lección. Las cosas se complican y la necesitaremos, mi Guardiana.
Lena se puso penativa, Mosaico a su lado la animó con un ladrido, y ella no vió más opción que acceder. Alaya arregló con un hermoso vestido rojo y bordados de oro, aspecto con el que Lena se motivó más.
El demonio y ella fueron solos a las profundidades del Palacio, donde aumentaba el frío y la oscuridad.
—Taiyo. —Dijo Lena, con algo de duda. —Ya que eres profesor y lo sabes todo...
—No todo en realidad, mi señora.
—¿Cómo se sabe cuando alguien está enamorado?
Era a esto con lo que se refería a que no quería tratar con juegos de niños, Taiyo miró a la Ángel con disgusto por su pregunta, pero al ver su expresión tan asustada... se lo pensó dos veces antes de reprenderla.
—Enamorarse es como un encantamiento, un hechizo que te deja ciego. —Contestó Taiyo. —Pero necesito que abra bien los ojos, señorita Lena. El amor está en todas partes, pero la inteligencia sólo la llevará por un camino.
Cuando llegaron más allá de la sala de torturas, Taiyo le exigió a Lena que cerrara los ojos, ella obedeció y el demonio tomó su mano y al relatar un conjuro en un extraño idioma el anillo se iluminó en un brillante color azul.
En el momento que Lena escuchó a Taiyo decir que abriera los ojos, ella los abrió y lo primero que vio fueron las almas... todas y cada una de las almas que pasaron por esa sala de tortura. Lena se perturbó con sus gritos de dolor, rogandoles piedad a los reyes frente a ellos.
—¡Por favor, perdóneme ama! —Gritó un niño encadenado.
Lena se horrorizó al ver al pobre niño indefenso golpeado, y frente a él una mujer gorda de cabellos negros le escupía con asco.
—Te he dado la orden de no mirarme a los ojos, mocoso. —Recriminó la reina de aquel entonces. —Verte desaparecer será el castigo adecuado a tal traición.
La mujer alzó su palma y el verdugo junto a ella se dirigió al niño con espada en mano.
—¡No! ¡Deténganse, es solo un niño! —Lena se puso delante del verdugo pero este la paso sin más.
No importaba lo mucho que gritara, aquellas almas no la escuchaban, ni la veían. Sólo era ella presenciando el dolor de aquellas almas condenadas y la crueldad con que los reyes los castigaban. Algunos con motivaciones, otros por razones injustas, y esas eran la que más le afectaban a Lena.
—¡Habla de una vez, cobarde! —Escuchó la voz del rey.
Lena quedó impactada al ver que la persona encadenada en ese lugar era un ángel, nada más y nada menos que el propio Elyurias... su antepasado. El rey que lo torturaba estaba acompañado de un niño, quien tenía una chaqueta con el nombre "Grendol" bordado. Por lo que significaba que aquel rey era el abuelo de Rai.
—Y-Ya le dije todo lo que sé... —Sollozó el ángel.
—¡Debes saber más, esos malditos guardianes no estarían protegiendo la Capital por nada! —El rey apretó su puño y las cadenas que ahorcaban al ángel hicieron más presión. —¡Habla!
—Di-Dios... está muriendo...
Lena cerró los ojos y se tapó los oídos. Era increíble como ese ser fue capaz de traicionar a los suyos, Elyurias tenía que dar su vida para defenderlos, pero siempre fue un cobarde. Y por desgracia Lena tuvo que pagar por eso...
¿Qué es lo que quieres?
Lena escuchó una voz lejana, sonaba como el eco de una mujer. Abrió los ojos buscando su origen, pero no había nada, todo a su alrededor era oscuro.
—Quiero todo lo que tuvo Rai alguna vez... absolutamente todo.
Ella se giró al escuchar la voz de un joven, quien parecía que le hablaba a Lena. Lo que sorprendió fue que el chico no parecía tener la luz de todas las almas, además de que su ropa estaba llena de sangre y sus ojos reflejaban psicopatía.
Lo tendrás... Pero recuerda siempre mi condición.
Lena giró en dirección a la voz, está vez la escuchó con más claridad. No obstante, tras sólo había una luz muy pequeña, volteó a ver si el joven seguía ahí pero desapareció. Con inseguridad, Lena caminó hacia la pequeña luz que se iba haciendo cada vez más grande, y con ello la voz de una niña cantando era más fuerte.
Con respecto a la voz, Lena temía porque sentía que la había escuchado, le era familiar...
De repente la luz se transformó en millones de cadenas que sujetaban a una persona, una mujer. La mujer era un demonio, había sido torturada pero no se encontraba en la sala de tortura.
La mujer encadenada era la que cantaba esa dulce melodía, pero no podía verle el rostro, ya que era cubierto por un largo cabello rubio rojizo.
A pesar del temor, Lena se acercó y sin esperarlo la mujer la miró mostrando sus tenebrosos ojos rojos y una macabra sonrisa.
—Hola Elena...
—¡Señorita Lena!
Lena despertó con la respiración ajetreada, el susto que le había dado esa mujer casi la mataba de un infarto. Se alivió al ver que estaba en el mismo sitio, la sala de tortura, pero si espectros de por medio.
—¿Qué es lo que ha visto? —Le preguntó Taiyo curioso.
Lena seguía perturbada, por lo que tardó en responder.
—Los vi a todos, a todos y a cada uno...
Taiyo suspiró, ayudó a la chica dándole un poco de agua para recomponerla.
—No tengo permitido decirle esto, pero dada las circunstancias a las que nos enfrentamos... —Habló Taiyo. —He despertado los poderes del anillo, y gracias a él a profundizado su percepción oculta.
—¿Percepción oculta?
—Es el poder que hace que pueda ver los espectros. —Informó el demonio. —Pero ahora podrá ver todo, desde las animas que viven o ya no existen, sus recuerdos... E incluso sus rastros.
—¿Rastros?
—Te daré una misión para probarla. —Convidó Taiyo. —Busca a Mosaico tú sola antes de que lo mate.
—¿¡Qué!?
El demonio desapareció y Lena quedó desconcertada. No obstante, sabía que lo que Taiyo dijo no sonaba a broma, por lo que dispuesta a buscar a Mosaico se concentró para despertar su percepción oculta, y cuando lo logró vio en el suelo un rastro de color azul que se dignó a perseguir.
Su amigo lo esperaba sobre su cama con ladridos de alegría.
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