Cuatro meses después del juicio… En Medellín-Colombia.
—¡Isabela Zuloaga, hazme el favor de parar esto de una vez! —le grita Susana a su hija mientras saca de su maleta la ropa que ella ya había empacado.
—¡Mamá, deja de hacer eso! Tengo que estar en el avión en menos de 4 horas.
—¡No tienes que estar en ninguna parte! ¡Tu lugar es aquí, en tu casa!
—Una casa que vamos a perder si no hago algo al respecto. ¡¿Es que no entiendes?! ¡Lo perdí todo! Y en el camino los metí a ti y a papá en problemas.
La vergüenza llega a los ojos de Isabela al recordar todos los hechos del último año.
—Nosotros no nos hemos quejado de nada. —reprocha su madre, porque ella nunca puede perder una discusión.
—¿Crees que no los escucho susurrar? —le responde al borde del llanto— ¿Crees que no sé qué el pre infarto que papá sufrió hace un mes es por el estrés que le produce nuestra situación?
—Hija… no es tu culpa, nosotros lo sabemos.
—¡Sí, es mi culpa! —las lágrimas brotan de sus ojos con facilidad porque hace mucho tiempo que perdió la habilidad de contenerlas—. Fui una ingenua, me dejé llevar por la emoción de que mis sueños se estaban haciendo realidad, firmé todo lo que me pusieron enfrente sin consultar con un abogado y perdí los derechos de mi obra. He peleado con uñas y dientes para recuperar lo que me pertenece, pero ¡ya no puedo más! Estoy en bancarrota y agotada con esta situación. Ahora debo encontrar la manera de sacarlos a ustedes del problema en el que los metí. Necesitamos dinero, y si me quedo aquí, voy a terminar trabajando doce horas al día para ganar una miseria que solamente va a alcanzar para comer. Pero si me voy a Estados Unidos podré tener varios trabajos, ganaré en dólares y podremos pagar la deuda lo más pronto posible.
—Pero, ¿qué vas a hacer en ese país tan grande tú sola? ¿Acaso no ves las noticias de lo que les hacen a los extranjeros? Allá no les gustan los latinos. ¿Qué pasa si te hacen daño y no tienes quién te cuide?
—Mami, deja de ver tanta televisión. No te preocupes. Yo creo que el racismo en EEUU es igual al narcotráfico aquí en Colombia. Aunque existe, no significa que todas las personas sean así. Los medios de comunicación siempre van a exagerar lo negativo porque es lo que más vende. Ya te lo he explicado un millón de veces.
—Pero…
—Pero nada. Ya tomé la decisión y tengo 27 años, así que puedo hacer lo que yo quiera. —dice desesperada por terminar la discusión.
"No puedo perder ese vuelo." —Piensa decidida a continuar haciendo su maleta, pero su madre no se rinde y sigue con hablando.
—¡No me hables así, señorita! Puedes tener 50 años, pero yo soy tu mamá y debes escucharme.
—Y te escucho, pero no te puedo dar la razón siempre.
Susana observa con ojos tristes a su hija, pero a la vez mantiene esa expresión de rectora de colegio que tanto la caracteriza. Medita un poco en la situación que se encuentra su familia y aunque le cuenta aceptarlo, sabe que Isabela tiene razón y por fin accede a hacerse a un lado para que ella pueda continuar empacando sus cosas.
La puerta se abre y Pedro, el padre de Isabela, entra en silencio, toma su maleta y la ayuda a subir el equipaje al auto.
—Te prometo que los voy a llamar todos los días. —le dice ella de camino al aeropuerto, para romper el horrible silencio que hay desde que salieron de la casa. Él tampoco está de acuerdo con que se mude y mucho menos a otro país, pero a diferencia de su madre, respeta su decisión.
—¿Cuándo vas a volver? —aunque su padre es un hombre de pocas palabras, Isabela es consciente de que él se siente tan culpable como ella por la situación económica actual de la familia.
—Por lo pronto, solo puedo prometer que volveré en diciembre, pero dependiendo de cómo resulten las cosas, lo más probable es que solo me quede para las fiestas y en enero regrese a Nueva York.
Ella ya lo tiene todo planeado.
Llegará a su destino, se instalará en una habitación temporal hasta que Deisy, su mejor amiga, viaje en un par de meses y puedan rentar un apartamento entre las dos.
Isabela es precavida y perfeccionista.
Analizó algunas opciones de empleo. La más recomendada para alguien en su condición de extranjera es ser mesera, porque según lo que leyó en línea, las propinas son muy buenas. Y ya que ella habla tres idiomas, podría tener varias oportunidades para un segundo empleo.
Su objetivo es ganar en dólares lo suficiente para sobrevivir, enviar dinero a su familia y, lo más importante, comenzar a llenar el profundo pozo de deudas que tiene.
Isabela está completamente decidida a matarse trabajando, pero teniendo presente que, el primer día del último mes del año, se subirá a un avión y volverá con su familia, porque ni la peor de las situaciones la va a obligar a pasar las fiestas navideñas lejos de su casa.
Cuando tenía quince años, a sus padres se les ocurrió conocer Europa en Navidad y aunque todo le pareció muy bonito, el ambiente no era el mismo. Ella y su hermana estuvieron deprimidas, extrañaban hasta a la vecina chismosa que les compartía postres navideños todos los años.
Las luces, el ruido en la calle, las fiestas, la música, los niños corriendo de casa en casa con sus cascabeles, las comidas preparadas al aire libre, los paseos al río… Todo, absolutamente todo, era diferente, porque mientras en el resto del mundo celebran Navidad y Año Nuevo, en su país están de fiesta durante todo el mes. Y eso no es algo que Isabela esté dispuesta a volverse a perder.
—Si las cosas se complican, no dudes en llamarme —dice su padre con una mirada seria—. Lo que sea que necesites, yo encuentro la forma de enviártelo.
—Papá… —sus palabras le hinchan el corazón y se le hace un nudo en la garganta.
—Promételo, Isabela. Júrame que no vas a pasar frío y hambre por puro orgullo. Si necesitas algo me llamas. Y en el momento que quieras volver solo me tienes que decir y te compro el primer pasaje que encuentre de vuelta. Tengo un dinerito separado específicamente para eso. Así que no te preocupes.
Isabela no tiene otra opción más que prometer lo que su padre le pide, porque no quiere darle más preocupaciones de las que ya tiene.
Gracias al tráfico, casi dos horas después, por fin llegan al aeropuerto. Entre lágrimas y abrazos se despide de sus padres, hermana y sobrina.
Sin mirar atrás, camina hacia la sala de abordaje y media hora después se sube al avión que la llevará directamente a la ciudad de Nueva York, donde la espera un nuevo comienzo.
Isabela cierra con fuerza los ojos y ruega al cielo que, en ese futuro que tanto añora, solamente haya cosas buenas, porque ella no puede soportar una desgracia más.
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Comments
Yoselin Diana Olivares
eso es lo que le está pasando al mundo más a los venezolanos que parten dejando a sus familiares para un mejor futuro
2024-10-18
0
Elide Rubio
ay que dolor 😭 dejar a su familia
2023-10-03
4
D M
de forma indirecta lo entiendo
2023-10-01
0