Creo que la mete

En el momento en que el juicio terminó, Christopher abordó su jet privado y comenzó una intensa gira de negocios. Su mente ha estado enfocada completamente en el trabajo. Se prometió a sí mismo recuperar todo lo que Jennifer le robó y en cuestión de cuatro meses lo logró triplicar.

Su éxito ha estado en boca de toda la sociedad, pero a él eso es lo que menos le importa, por el contrario, es algo que lo disgusta profundamente. Odia que las mismas personas querían verlo revolcándose en la miseria, ahora lo alaben como si fuera una especie de dios.

Detectar la hipocresía en la gente se volvió su superpoder. Dejó de confiar y de creer en las buenas intenciones que dicen tener la gente que se le acercan, sobre todo en el mundo de los negocios en donde se mueve. Allí todos quieren algo a cambio. Son ambiciosos, mentirosos y manipuladores; iguales a su ex prometida. Christopher se entrenó mentalmente a sí mismo y levantó una muralla alrededor de su corazón. Solo su familia y un par de amigos, entre ellos Mark, son dignos de cruzar las puertas de dichos muros e interactuar con la poca paciencia y amabilidad que aún le quedan. El resto del mundo solamente recibe de él malas miradas o indiferencia total, sobre todo cuando se trata de mujeres.

Los hombres son calculadores e hipócritas cuando se trata de negocios. Él mismo reconoce que se ha comportado de forma moralmente dudosa cuando se trata de dinero, pero las mujeres son crueles y manipuladoras. Se apoderan de la mente de los hombres y los convierten en unos peleles dispuestos a morir por ellas si es necesario… Son unas malditas brujas. Decidió no confiar más en ellas y únicamente busca de vez en cuando a alguna que satisfaga sus necesidades masculinas a cambio de dinero, para así evitar malos entendidos.

Un par de noches atrás, de regreso a su habitación de hotel, recibió una llamada de su padre que ni siquiera lo saludó cuando él respondió el teléfono.

—¡Mañana, te subes en ese maldito avión y vas a volver! —gritó Arnold al otro lado de la línea.

—Todavía tengo cosas que hacer —respondió su hijo, ignorando por completo el tono enojado de su voz.

—Ya lograste más de lo que te proponías. Y no te estoy hablando como tu padre. Que no se te olvide que por más CEO que seas, sigo siendo tu jefe y te quiero en la empresa a más tardar en dos días, Christopher King. ¡Es una orden! —y colgó.

Chris se quedó viendo la pantalla del celular y suspiró exhausto. Aflojó su corbata y se quitó los lentes correctores de vista que se vio obligado a comenzar a usar desde hace un par de meses. Los dejó en la mesa al lado de la cama y se acostó masajeando cada lado de su cabeza.

“La migraña me va a matar.” Piensa agotado, porque es consciente de que ya no puede seguir evitando su regreso.

Por más que desee hacerlo, es inevitable y la llamada de su padre solo sirve para recordarle lo que por meses ha tratado de ignorar. El tiempo se le está acabando.

Aunque su progenitor no lo mencionó, sabe perfectamente por qué lo obliga a volver.

Dos días después, llega a Nueva York y en el momento en que baja del avión siente un sabor amargo en la garganta. Toda su historia ha transcurrido en esta ciudad y aunque hay muchos recuerdos agradables, los malos pesan más y siente un fuerte deseo de pedirle al piloto que trace una ruta a cualquier lugar, con tal de que sea lejos de allí. “Acabemos con esto de una vez.” Christopher inhala y exhala con fuerza. Recobra la tranquilidad y se fuerza a caminar hacia su auto para ir a enfrentar su realidad. Conduce para salir del aeropuerto y a la primera persona que decide llamar es a Mark.

—¡Pero qué milagro! —saluda emocionado su amigo al otro lado de la línea— Pensé que unas supermodelos rusas te tenían secuestrado y que nunca ibas a volver a escuchar tu hermosa voz.

—Déjate de estupideces —responde serio porque no tiene tiempo para sus bromas—. Necesito un favor.

—Pues claro que lo necesitas, ¿para qué otra cosa llamarías a tu amigo? —responde Mark exagerando su supuesta indignación.

—No te quejes, pareces novia celosa. Esto es serio y necesito que te concentres.

—¿Qué pasa ahora? —por fin Mark nota que Chris no está de ánimos para sus juegos y sabe perfectamente que es mejor no presionarlo.

—Mi cumpleaños se acerca. —lo dice pensando que es obvio lo que quiere decir, pero el idiota que dice ser su abogado no entiende el mensaje.

—¿Y quieres una fiesta sorpresa o…?

—¡Imbécil! —grita exasperado— Que cumplo 33 y el tiempo se me acaba. Necesito una esposa.

—¡Carajo!... Lo había olvidado.

“Ojalá yo lo hubiera olvidado.” -piensa Chris mientras la migraña comienza a apoderarse de él.

—Yo traté. Pensé en dejarlo pasar y quedarme con mis acciones y las de mi padre. Pero he trabajado muy duro estos cuatro meses para entregarle la empresa al inservible de Liam.

Mark guarda silencio por un momento y medita si es buena idea contarle a Chris un rumor que ha estado rondando desde hace unos días, o esperar a que llegue a la empresa y que sean otros los que soporten su mal genio, pero sabe que si luego se entera de que él sabía todo y no se lo contó, le va a ir peor, así que se arma de valor y dice: —Chris, no sé si lo sepas, la verdad es que yo lo escuché ayer y aún no sé si sea verdad, pero hay un fuerte rumor en la compañía… Dicen que Liam se casó.

—¡¿Qué?! —Chris queda en shock con la noticia de su amigo y su dolor de cabeza empeora.

“No lo puedo creer. ¿Por qué nadie me lo dijo?” Piensa y no puede evitar sentirse nervioso.

—Según escuché, sucedió hace una semana. El inútil se fue con sus amigos a Las Vegas y llegó con esposa nueva.

—¡¡Maldita sea!! —Chris desahoga su rabia golpeando el volante del auto y su audífono cae al piso. Intenta recuperarlo para continuar con la llamada y por un par de segundos deja de mirar el camino y cuando vuelve a prestar atención, aparece de la nada una mujer que intenta cruzar al otro lado. Es demasiado tarde para intentar frenar y el auto termina golpeándola, haciendo que su cuerpo caiga con violencia en el asfalto.

—¡Chris, ¿qué pasa?! —pregunta Mark asustado.

—Creo… que la maté.

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