MAXIMI NO, PAPI SI

Maximiliano prácticamente estaba corriendo, era tal su enojo con Rosabell, así con los desgraciados que atacaron a su hijo, que supero por creces la torpeza tan característica de él. De acuerdo a varios de los sirvientes, el pequeño Maxi había sido llevado a su antigua habitación mientras era tratado, por lo que fue fácil ubicar al niño.

Al llegar vio las blancas cortinas de su habitación desplegadas, ondeando con el suave viento. Si no fuera por el olor de las medicinas, aquel lugar fuera por completo un ambiente ameno para descansar; sin embargo, justo cuando estaba por seguir adentrándose, la voz de su madre lo sacó de su trance.

La segunda esposa de su padre, la mujer que había decidido adoptarlo, luego de que su madre biológica lo hubiera abandonado, no solo era su madre en todo el sentido de la palabras, sino que también el ángel que sacó de la oscuridad a su padre.

Esta se encontraba sentada en una esquina, justo entre la chimenea y un ventanal, parecía estar hablando a alguien que se encontraba escondido entre las cortinas.

—¿Madre?—saludó dando un abrazo a la madre de sus quince hermanos.

Atenea, al escuchar la voz de su hijo mayor, se levantó y con una sonrisa le dio un abrazo. Aquel gesto fue correspondido por el mayor del duque, quien hacía meses no visitaba su casa familiar.

—¡Nos has dado un nieto tan bonito! ¡Nuestro primer nieto!—dijo besando su mano—¡Felicidades!

Maximiliano, un poco avergonzado, ya que era la primera vez que sabía que tenía un hijo, se acercó con cuidado a su antigua cama, donde vio como su hijo dormía placidamente mientras tenía algunos vendajes productos de unas magulladuras a causa del forcejeo que tuvo.

Al ver a su hijo enfermizo así herido, la ira invadió su corazón, si no fuera por la alegría de saber que ese tierno niño era producto de su sangre, ya hubiera hecho caso omiso a su juramento médico y hubiera salido a matar a los responsables.

Colocando la mano que tenía la marca, entendiendo que esta brillaba a causa de su conexión con el niño, comenzó a recitar una serie de cánticos en latín, que hacían que sus heridas se aliviaran. Aunque solo funcionaba esos rezos en personas sanguíneas, en personas políticas como Freya no surtían efecto.

Por esa razón es que había decidido estudiar medicina mágica, de modo que su don también pudiera ayudar a personas no relacionas consaguineamente a él.

—¿Maximi?—preguntó el niño al despertarse un poco.

El corazón de Maxi enseguida dio un vuelco, mientras una sensación calida lo invadía. Era la primera vez que alguien lo miraba de esa forma como Maximi lo estaba haciendo, era como si se tratara de un padre viendo a su hijo. Le recordaba mucho a los padres que veía jugando con sus hijos en el parque.

—Maximi no, papi sí—respondió el doctor—¿Puedes llamarme papi?

—Pero mi papi está en el cielo—respondió confundido.

—Así es, estaba en el cielo—dijo en parte verdades a medias—pero Dios me permitió volver para estar al lado de tuyo.

—¡Papi malo!—dijo apartando la mano de Maximiliano—¡¿Por qué dejaste solo tanto tiempo a Maxi?! ¡Maxi quería un papá! ¡Maxi quería ir al parque a jugar caballitos! ¡Maxi quería ser como los demás niños con un papi! ¡Papi malo!

Maximiliano abrazó a su hijo, hundiendo su cabecita en su pecho, mientras el pequeño desahogaba su tristeza; sin embargo, mientras aquello ocurría y el poder de su padre inspeccionaba si algo mal estaba en su cuerpo, se dio cuenta de que la zona enferma que le ocasionaba el asma severo se había desvanecido.

El ex heredero del ducado abrió con sorpresa sus ojos, no entendía como. Apenas el tratamiento estaba empezando a surtir efecto; sin embargo, pasarían años inclusive para llegar al nivel de avance que tenía su hijo. No entendía como de la noche a la mañana su pequeño se había curado.

A lo lejos, escondida detrás de una cortina, agachada como un perro asustado, se encontraba Luna Freya observando todo lo ocurrido. Tenía un nudo muy grande en su garganta, haciendo que llorara con amargura. Estaba feliz de tener a su hijo y que él estuviera bien, así como el hecho de que el príncipe no fuera su padre; sin embargo, ¿Cómo era eso posible?

Lo último que recordó era haber amanecido en la cama con el príncipe, así como el hecho de ver la mancha de sangre, producto del robo de su virginidad, en las sabanas. Todo indicaba que él era el nieto del emperador, aunque, con confusión, agradecía por lo menos saber que aquello era erróneo.

Se mordió los labios preguntándose también sobre Maximiliano, estaba segura de que apenas lo conocía, en ningún momento se encontró a alguien remotamente parecido a él, entonces, ¿Qué fue lo que realmente pasó?

—¿Y Freya?—preguntó a su madre.

La mujer suspiró con fuerza, ayudando a levantar a la madre de su nieto, para llevarla al pequeño salón de té, donde ambos hablarían con más calma sin molestar el descanso del pequeño. Fue allí mismo donde vio a Rosabell, quien estaba sentada, tomando un poco de té, observándolos con una sonrisa.

—¿Freya?—preguntó a la pastelera.

La madre de su hijo, escondiéndose aun más en su capa, no respondió nada. Solo se apartó de él, yendo a la esquina del sofá, mientras mantenía su cabeza gacha. Fue allí que pensó en la abuela del niño, la señora Luna, imaginándose que la señora pereció, pensó que por eso ella estaba aun mal.

—¿Y bien?—preguntó Maxi de nuevo—¿No es momento ya de que hables, Rosabell?

La mujer que una vez lo ayudó cuando era un alma muerta, emisaria del Gran Padre, e hija de uno de los aliados de su padre, se encontraba con una sonrisa socarrona observándolo.

—¿Explicar qué?—preguntó cómica.

—¡Rosabell!—reprendió Atenea al ingresar—¡Entiendo que por tu cercanía al Gran Padre no puedas hablar! Pero para ya, ¡Habla de una vez!

—Todo a su tiempo, su majestad—saludó a la reina de los dioses—pero preguntenme y responderé hasta donde se me permita hacerlo.

Fue así que comenzó un interrogatorio donde Luna Freya sería la protagonista de la ocasión.

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