¡MAXIMILIANO REDFIELD VIVIRÁ!

La noche llegó y con eso Freya pudo organizar todo para el siguiente día de trabajo, para después sentarse a cenar con su hijo. El pequeño había tenido un leve ataque de asma hacía solo unas horas, después de que el decano y el médico se fueran, por lo que usando una droga que se debía inyectar en el torrente sanguíneo, logró controlarlo sin que tuviera que llevarlo a la clínica.

—Mami, Maxi no quiere—dijo separando su plato de avena.

Bajo la luz de la lámpara de gas, podía ver como su hijo, pálido como la nieve, con unas ojeras grandes, no podía ni siquiera comer algo de lo mal que se siente.

—Mi amor, lo sé—respondió tomando la cuchara—pero come así sea la mitad, ahora que la abuela se despierte, ¿Qué harás si ella no puede cargarte si te desmayas? Solo la mitad, sí.

Maxi asintió e intentó comer la mitad del plato, aunque solo pudiera ingerir cinco cucharada. Sintiéndose mal por su hijo, ni siquiera comió. En cambio, lo bañó y lo acostó en la cama, prometiéndole que en unos minutos su abuela vendría a cuidarlo.

Solo por unos minutos, asegurándose de que él estuviera bien, pendiente antes de que el reloj marcara las ocho de la noche, se encerró en su habitación y ya dentro de su habitación cayó de rodillas mientras empezaba a toser sangre negra.

El dolor que recorría cada centímetro de su ser era tan pero tan grande, que sus huesos crujían. Sus lágrimas, también de sangre, aumentaban con cada maldito segundo; sin embargo, recordando el pequeño que dependía de ella, lo único que pudo hacer era morder su bata de baño para evitar que sus gritos se escucharan.

—Una noche más de puro dolor—dijo una vez la transformación se detuvo.

Al levantarse del charco de sangre que estaba en el piso y verse en el espejo del baño, notó algo que si bien no era nuevo, seguía asustándola como si fuera la primera vez. Vio frente de ella una maldición que obtuvo desde que su hijo vino al mundo, y que para no ser tachada de bruja, debía esconder con la supuesta existencia de una abuela falsa.

—Bueno, al menos hoy fue más rápido—dijo al ver su cara arrugada.

Nadie, ni siquiera su hijo, sabía tan siquiera su verdadero ser deforme. Siempre se ocultaba en ropas cubiertas y estando en casa usaba un antifaz sencillo. En cambio, por las noches, acudiendo a la excusa que Freya estaba durmiendo, emergía la anciana Luna, una mujer que sirvió en el ejército como enfermera y que en un incendio quedó sin un ojo. Para todos que la conocían no era extraño y por su edad, ni siquiera la catalogaban como bruja debido a que era normal ver ancianos así.

Por la anterior razón no había querido volver a rehacer su vida sentimental, ni mucho menos aceptar los halagos de los clientes masculinos de su pastelería. Si ni siquiera el hombre que una vez la amó la quería siendo joven, aunque sin un ojo, menos habría un alma sobre la faz del mundo que la quisiera con la maldición de ser una anciana en las noches.

—¿Mami?—preguntó Maxi al sentir como alguien se acercaba con una vela.

—No mi niño, soy tu abuela—respondió la anciana al entrar—¿Cómo sigue Maxi? Mami me contó que cuando estaba yo dormida te sentiste mal.

—Maxi está mejor, Maxi extrañó a la abuela hoy—dijo levantándose de la cama—Maxi quiere abrazo de la abuela.

La anciana con una sonrisa apagó la vela y se acostó a dormir con su nieto, mientras este la abrazaba como si se tratara de un peluche. La noche pasó un tanto amena, ya que la lluvia de una tormenta, aunque fuerte, logró refrescar bastante el clima.

No obstante, mientras todos dormían, incluso eso, una batalla cerca de allí, en un río tormentoso, se estaba librando. Rosabell estaba luchando, junto con el orbe que salvó una vez al hijo de Luna Freya, contra un minotauro que había sido enviado para atacar la pastelería.

Cansada de la situación, sacando de su bolsillo mágico un báculo que enseguida transformó en una espada con una hoja rosa, asestó un rápido ataque donde no solo le rebanó las extremidades al ser, así como su cabeza, sino que provocó que un fuego negro consumiera su cuerpo, desapareciendo como si nunca hubiera existido.

—¿Cuántos más debemos de matar antes de que esos dos estén listos?—preguntó el orbe al ver como Rosabell guardaba su espada.

—Aun no ha llegado la hora, pero si queremos evitar algo peor debemos procurar el bienestar de ellos hasta entonces—respondió caminando y desapareciendo en la sombra de la noche tormentosa.

La mañana llegó y antes de poder ir a la casa de Lady Freya, primero debía ir a una reunión a primera hora con el concejo médico de la academia, donde no solo se le pondría al tanto de todos los instrumentos que llevaría para la prueba, sino que también se le daría las últimas recomendaciones.

—Creo que el decano Arthur ya le está sentando la edad como para mandar a Maximiliano Rosfield—dijo el director Méndez, uno de los fundadores de la academia—cuando el rey Anatole ordenó la creación de esta academia e institución, estuve de acuerdo, ¡Por fin la ciencia podría demostrar lo que vale y la época de la magia empezaría a desaparecer! Pero ahora que también le ha dado la oportunidad a los curanderos mágicos, dudo que la época en la que estamos pueda avanzar.

Maximiliano miró con frialdad al director, si bien era cierto que los curanderos mágicos aun eran usados, debido a los avances en la ciencia, estos estaban siendo relegados a mero parlanchines; sin embargo, ¿Qué podía hacer él ante eso? ¡No podía dar la vuelta y renuncia! ¡Menos en lo que espera el día fatídico en que moriría dentro de cinco años!

—¡Méndez!—habló sin tapujo el decano—yo no me meto con tus estudiantes ni con tus facultades a cargo, no te metas entonces con las mías, ¡Respeta mi trabajo y el de mis discípulos!

Arthur, antiguo Sir mágico, pese a tener un puesto inferior que el director Méndez, su poder e influencia era mucho más grande que el de este, por eso, aunque fueran decano y director, jamás permitiría que él pisoteara su trabajo.

—Lo juro—habló el hijo del duque Dante—juro por el nombre de mi familia que salvaré a ese niño, ¡Maximiliano Redfield vivirá!

Todos se callaron, ya que si un caballero juraba en nombre de su familia entonces era porque sus intenciones eran serias y si no su familia caería en desgracia; sin embargo, conociendo la reputación de sus padres, aquello era casi imposible. Ahora solo tenían que esperar a que el mes pasara y si al menos la condición del niño mejorara en más de un 50%, habría una victoria asegurada.

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