Dante Rosfield, duque de Nova Verona, esposo de Atenea Rosfield, señora del Olimpo, encontraba enfrentando una de sus más duras batallas.
Al frente suyo, aunque estuviera en un cuerpo pequeño, se encontraba la persona que más lucha le había dado.
—¿Estás seguro de que no quieres que te ayude?—preguntó su esposa.
Atenea no sabía si reírse o acercarse a ayudar, la situación era muy extraña viniendo del gran duque Dante.
—No—fue lo único que respondió.
Colocándose una nueva armadura, la cual consistía en un delantal limpio, y cubriendo su rostro, siguió limpiando las nalguitas de su hija menor, Irene.
—¿Bebé ayudará a papi y será buena?—preguntó untándole la pomada.
Sin embargo, su hija menor, nacida del último embarazo múltiple de su esposa, había heredado una maldad muy grande. Ya que apenas su padre comenzó a untarle la pomada, con una sonrisa, se orinó de nuevo en su cara.
—Creo que a Irene le gusta molestar a papá—dijo riéndose Atenea.
La duquesa tomó en brazos a su hija y la llevó para bañarla de nuevo, puesto que no solo se había orinado por tercera vez, sino que había hecho popó de paso.
El sonido de las risas de sus hermanos y de su madre, así como la voz de su padre, hicieron que se levantara con una pesadez muy grande.
Si no fuera por el extraño símbolo de la mano, propio de la medicina, de dos serpientes dándole la vuelta a una vara, jamás hubiera pensado que todo lo que pasó fuera cierto.
Deseando ver a su padre, su último familiar visto en vida antes de morir, se colocó la parte de arriba de su pijama y sin tan siquiera ponerse sus pantuflas salió a su encuentro.
—¿Maxi?—preguntó su padre al verlo—¿Ya estás mejor, hijo mío?
Maximiliano recordaba muy bien que día era aquel, ya que producto a una picadura de mosquito, había estado en cama durante más de un mes producto de la fiebre amarilla. Si no fuera por los magos de la torre mágica, en ese momento hubiera el pasado a mejor vida.
—¿Maxi?—volvió a preguntar, esta vez más preocupado, al sentir como su hijo lo abrazó con los ojos llorosos.
—Hueles a orín, papá—respondió con una sonrisa.
Recordando con un poco de vergüenza la batalla perdida contra su hija menor, invitó a su hijo, aun enfermo pero en mejor estado, a sentarse a compartir un poco del té de la mañana. Fue en ese momento, que ocultando la verdadera razón de su extraño comportamiento, le confesó a su padre su decisión.
—Hijo...—habló atónito—¿Estás seguro de querer renunciar a tu derecho de sucesión? ¿Qué te ha hecho llegar a esa decisión?
—Es porque quiero ayudar a las personas enfermas—dijo—siendo yo, enfermo de fiebre amarilla, pude salir gracias al peso de la familia y los magos de la torre mágica, ¿Cuántas personas, en peor estado, no pueden salir adelante? Quiero estudiar medicina mágica, padre.
Suponiendo que esa era la verdadera razón, su padre no sospecho de más; sin embargo, si bien era cierto que Maximiliano aun tenía tiempo para decidir realmente lo que quería, estaba un poco sacado de onda el hecho de que su primogénito fuera por otro camino.
—Hijo mío, yo más que nadie sé que el futuro muchas veces no es lo que planeamos y mucho menos que sea algo predecible—habló intentando consolarlo—pero si estás seguro de eso, yo te apoyaré. Hablaré con tu hermano, quien es el siguiente en la lista de sucesión, pero primero dime, ¿Todo está bien?
—Sí, padre—respondió con una leve reverencia—muchas gracias por su apoyo.
En esa época, en que los títulos nobiliarios por ley y tradición pasaban al primogénito o al primer varón, sería un escándalo el saber que este renunció a su derecho; no obstante, después de todo el dolor que tuvieron que pasar, él no actuaria como los típicos noble ni mucho menos oprimiría a su hijo.
Mientras tanto, a lo lejos de allí, entre la frontera de los últimos terrenos que le quedaban al imperio y de uno de los aliados de este, se encontraba atravesando el último control fronterizo un carruaje de gran detalle. Se trataba del carruaje real del reino de Ymittos, el cual transportaba a dos jóvenes mujeres.
El reino de Ymittos, siendo gobernado por un monarca mujer, decidió seguir apoyando las fuerzas del emperador Aberlado I, si este aceptaba que sus dos princesas más jóvenes entraran como parte del harem del príncipe heredero, Aqua de Azuri.
En realidad el emperador aceptó fue porque estaba en apuros debido a su debilidad militar; sin embargo, no le complacía hacer negocios con una reina. No obstante, conociendo la fama tan mala que se ganó la mayor de las dos princesas, la cual había nacido no solo sin un ojo, sino que también, a causa de un incendio, la mitad de su rostro y cuerpo habían sido quemados, provocando que fuera catalogada como "la princesa más fea", decidió que esta fuera la concubina mientras que la menor fuera la esposa oficial.
Luna Freya, de tan solo 17 años de edad, una vez fue vista por su abuela como alguien hermoso; sin embargo, tras su accidente, era como si nunca existiera. Los focos solo estaban sobre su hermosa y angelical prima, Katherine. Recordando incluso el trato de su abuela, la reina, aun sentía un dolor muy grande en su corazón. Aunque quisiera, los recuerdos del día en que partió de su ciudad natal, la capital, seguía atormentándola.
Un reino milenario protegido por un domo mágico, se extendía en la mitad de un subcontinente, protegiendo a todos sus habitantes del reino.
La mañana anhelada por todos en la realeza y el pueblo del reino de Ymittos había llegado, apenas el sol dio sus primeros rayos de luz, un carruaje estaba listo para llevar a las princesas Katherine y Luna Freya al imperio de Azuri.
—¡Ve con la bendición de los dioses, mi niña!—dijo su abuela, la reina regente de Ymittos.
—Así será, su majestad—respondió Freya con timidez, haciendo una inclinación, pero siendo ignorada por su abuela.
—No se preocupe, mi querida abuela—dijo su prima Katherine—haremos que es enorgullezca de nosotras y me aseguraré de que nadie se moleste por la condición mi querida prima.
La reina, quien no asociaba esas palabras con nada malicioso, solo sonrió dándole un abrazo a su amada Katherine, pero dándole una mirada de asco y odio a su otra nieta.
—Espero que cuando estemos en eventos públicos, escondas tu horrorosa cara—dijo Katherine una vez estuvieron en el carruaje, dándole un pellizco en su brazo—no sé como a nuestra abuela se le ocurrió enviarte a ti también como prometida; sin embargo, te lo advierto, por tu bien no nos avergüences.
Un poco adolorida, sintiendo su piel irritada, tras aquel duro pellizco, Freya, quien escondía su rostro con una capa, solo asintió para separarse de ella y colocarse en un rincón del carruaje. Intentando dormirse, solo esperaba que el resto del viaje su prima no le dijera nada, por eso su mejor solución era siempre estar callada.
—Pobre del príncipe Aqua—dijo Katherine agregando más sal a la herida—ser comprometido con un monstruo como tú, sabes bien que aunque sean amigos de la infancia él no te va a aceptar. Así que por tu bien, procura evitarlo para asquearlo.
Intentando apartar aquellas dolorosas memorias, recostó su cara en la puerta del carruaje, escondiéndose aun más en su capa, esperando por fin llegar para al menos dormir de manera cómoda en una cama.
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Comments
Isa Moreno
hasta aquí dejó la historia, lo siento mucho autora pero por lo menos hubieras cambiado los nombres para los que leímos la anterior y en mi caso no estar comparando una con la otra. suerte en este proyecto
2023-09-09
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Isa Moreno
Autora me cambiaste la historia del Príncipe infertil por esta🤦♀️🤦♀️🤦♀️
2023-09-09
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Barbarasl73 🇨🇱
ajajajjajaja ternurita 😍😍😍.
2023-09-08
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