Al observar el cielo tan azul y despejado, propio de a hora, no le hubiera pasado jamás por la cabeza que hacía solo unas horas hubo tremenda tormenta que había comenzado antes de la madrugada se fuera por completo. Un viejo dicho decía, que si algo raro ocurría en tiempos normales, un mal estaba por suceder.
—¡Qué raro!—dijo Freya en un susurro—aun no es temporada de lluvias, ¿Por qué tendría que llover en mitad del verano?
Movió en negativa su cabeza, ya tenía mucho sobre lo que pensar como para sugestionarse más con ese adagio. No obstante, la preocupación hizo que detuviera por un momento su escoba. Después de que la tormenta acabara, aprovechando que estaba probando nuevos maquillajes para experimentar distintos looks, salió con un uniforme sencillo pero con la cabeza oculta gracias a su antifaz.
Debía hacerse cargo de limpiar todo el destrozo que dejó la lluvia en su terraza y en la acera de al frente.
—Creo que mamá está sensible en estos días—dijo concentrada en sus pensamientos.
Sonrió al notar que hablaba sola, cualquiera pudiera creer que estuviera loca; sin embargo, después de todo lo que sufrió, lo único que la mantenía aun en pie era procurar el bien de su hijo. El era lo único que hacía que lo mal que se sintiera se fuera de inmediato.
Al pensar en eso no pudo evitar analizar la situación de quien una vez fue su prometido, ya que si bien se había alejado de Aqua, este seguiría siendo el padre de su hijo hasta la muerte.
"¿De verdad no podré amar? Aun recuerdo los golpes y los insultos tanto de Aqua como Katherine...por más que intente empezar de cero, aun es difícil para mí"
Se dijo mentalmente mientras aguantaba las lágrimas, solo esperaba que el príncipe no la encontrara y la llevara o en el peor de los casos se robara a su hijo, como venganza por haber huido. Pero, ¿Qué podía haber hecho ella en esa situación?
La vergüenza de su estado, en conjunto con los celos que sentía hacia Katherine, hacía que para ella el mero hecho de estar allí se volviera una carga tanto para sí misma como para los demás. Pensando que era cuestión de tiempo para que dejaran de buscarla, la olvidaran y Katherine ascendiera al trono, lo mejor era estar escondida en las sombras.
Sobre todo, lo que más anhelaba era poder vivir en paz, sin que su deformidad o su mera existencia le trajeran problemas día y noche.
—¡No!—gritó al sentir como se resbala a causa de un charco con agua cubierto de hojas.
Para evitar que su antifaz se cayera, dejando en evidencia su deformidad, logró sostenerse de una de las rejas exteriores y voltear su cuerpo; no obstante, debido a su peso le estaba costando equilibrarse, haciendo que su tarea de evitar la caída fuera imposible.
"Si me dejo caer, puede que me vean. Prefiero lastimarme la espalda antes, ¡Vamos, Freya, tú puedes!"
Fueron las palabras que se decía mientras intentaba volverse a poner en pie, preocupada de poder entrar y revisar como seguía su hijo. Cuando estaba a punto de estallar en lágrimas, debido a que lo más probable es que cayera fuerte en el piso, las manos de lo que parecía un hombre detuvieron su cuerpo y la enderezaron.
Con el corazón a estallar a mil por hora, teniendo en su nariz el olor de un perfume familiar, volteó su mirada para observar a la persona que la había ayudado.
Maximiliano había terminado su reino con el consejo de médicos en la academia, y rumbo en un carruaje de la misma, con todos los implementos médicos, así como sus pertenecías, pudo ver en la esquina como lady Freya estaba por caerse. Sin comprender como fue tan rápido, detuvo el carruaje y se lanzó de inmediato para sostener a la mujer antes de que se lastimara su espalda con el borde de las escaleras de su pastelería.
Freya estaba anonadada, pero agradecida de que su antifaz y sombrero no se hubieran caído. Sin embargo, pensando que en realidad se trataba del príncipe, quien la salvó había sido el doctor. No entendía, era demasiado confuso, ¿Por qué Maximiliano tenía un aroma similar al príncipe Aqua?
—¿Se encuentra bien, Freya?—preguntó ayudándola a enderezarse—¿Se lastimó en alguna parte?
Freya tenía el ceño fruncido, pero no por el dolor, sino por la apariencia desordenada del doctor. Así mismo, porque era el primer hombre que veía que sus mejillas se sonrojaban.
—Si, estoy bien—fue lo único que dijo, mientras una extraña calidez en su pecho la sacaba de sí unos segundos.
—¡Maximi!—la voz del pequeño Maxi los sacó de su transe.
—¡Hola!—saludó colocándose al nivel del niño.
Maxi, al estar frente al hombre, bajó la cabeza con las mejillas hinchadas y rojos, moviendo sus pequeñas manitas.
—¿Púlpitos?—preguntó adivinando lo que él quería.
—Púlpitos—asintió con voz baja.
Con una sonrisa, cautivado por la ternura del pequeño, procedió hacer el hechizo especial de los púlpitos en el cabello.
En tanto que Maxi, quién sentía gusto ante el tacto de su doctor, comenzó a mover la cabecita siguiendo su mano, cómo si se tratara de un pequeño gatito.
—¡Arriba!—dijo cargándolo.
Aquello sorprendió a Maxi, era la primera vez que alguien lo cargaba. Enseguida pensó en los niños del parque y como jugaban con sus padres, en los picnics, luego de asistir a misa los domingos en la mañana.
Con el corazón acelerado, escondió su cabecita en el cuello de Maximiliano, dejando sin habla a Freya. Su hijo era muy tímido, no entendía como de solo conocerse un día ya estaba a gusto con el doctor.
—¡Ya llegaron!—dijo al ver al carruaje de su familia llegar.
—¿Llegaron?—preguntó curiosa al ver un segundo carruaje más lujoso.
Del carruaje descendió tanto el mayordomo de Maximiliano como la señora Elina, quienes traían dos cestas llenas de comida.
Mientras que los asistentes y Maximiliano ubicaban las cosas, así como sus pertenencias, Freya permitió que los empleados del doctor organizaran en la mesa la comida que trajeron.
Agradeciendo a todos por su trabajo, los dos carruajes partieron, dejando a los tres solos en la pastelería.
—Espero que no le moleste, he pedido que en estos días nos traigan comida nutritiva—dijo sentándose en la mesa con Maxi—primero desayunemos, estoy hambriento. Tuve una reunión que me hizo olvidar el comer algo antes de venir.
—No era necesario—dijo anonadada con el nivel de elegancia que estaba hecha la comida.
En definitiva era distinto el nivel de una comida hecha por gente de alto conocimiento que una comida casera.
—No era necesario, podía yo cocinar...—detuvo en seco sus palabras al ver la imagen frente de ella.
Maxi le había extendido la cuchara al doctor, recordando que había visto como papás le daban de comer a sus hijos, quería sentir como era ser alimentado por un papá.
No supo que decir, Freya estaba sin habla. Su hijo no había querido comer nada, en especial desde el día de ayer.
—¡Maxi tiene hambre!—dijo contento Maximiliano, tomando la cuchara para darle un poco de puré.
Freya, sin poder negarse más, se sentó para acompañarlos en el desayuno.
—¿Su madre no nos acompañará?—preguntó el doctor.
—Ella ya desayunó, se acabó de acostar, así que no se levantará hasta más tarde—mintió.
Sin sospechar más nada, siguió desayunando y dándole de comer a su pequeño paciente. Debía ponerlo bien fuerte para que pudiera afrontar su tratamiento con fuerza.
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