La celebración se extendió hasta el amanecer. Cantaron y bailaron todos, desde el miembro más pequeño, hasta el más longevo. Ahora, los títulos de los líderes estaban más que claros. La manada sería liderada por un lobo de rango Beta y su Luna, no sería otra que una loba Alpha. Algo completamente inusual, pero como ellos siempre decían, harían sus propias tradiciones y costumbres. Prado Verde fue creciendo de forma escalonada. Sus cosechas eran abundantes y muy requeridas en el mercado. Eran verduras y frutas completamente orgánicas. Los tejidos naturales que producían, eran otro de sus grandes ingresos económicos, también lo era la ganadería. Seguían exportando todo junto con los productos que producía la manada Lago Azul, luego de hablarlo bastante, Jay y Akela, sintieron que lo mejor era seguir en el anonimato y dar una vida tranquila y pacífica a sus miembros, quienes ya habían pasado por mucho. La manada también había crecido, cada tanto, algún pícaro solitario o incluso, familias enteras, daban con Prado Verde. Cuando por alguna razón no podían encontrar el camino, pero Akela percibía sus aromas a través del viento, emprendía el recorrido hacia ellos y los invitaba. Por lo general, las personas llegaban con miedo, sin esperanzas y creyendo que solo sería una parada por un plato de sopa o una noche para dormir, pero nadie se iba de Prado Verde una vez que llegaba. De alguna forma, entrar a aquellas tierras, les devolvía la vida al alma, el fuego al corazón, los hacía sentir parte de algo.
Así habían pasado dos años, en los cuales todo había sido perfecto. Caius era un hermoso niño de dos años, extrovertido y simpático, lleno de amigos en la manada. Hati disfrutaba salir a correr y llevarlo montado en su lomo, aún no podía hablar con su hermano Sköll, pero podía percibirlo, su aroma estaba allí, su esencia estaba ahí, cuidando de su cachorro. Y ella moría de amor por el niño. Mery, tal cual lo había vaticinado Hati, tuvo un hermoso y fuerte niño, al cuál llamaron Ethan. Tuvo un trabajo de parto tranquilo al principio y muy doloroso al final, la pobre había sufrido tanto que olvidó la idea de tener más hijos, aunque no por mucho tiempo. A Ethan se sumaba otro niño de seis meses, Ossian. El parto de Ossian no había sido tan duro como lo fue el primero, quizás fue eso o verse en el papel de madre y sentirse a gusto, pero Mery estaba nuevamente embarazada. Le preguntaba a Hati por su bebé, quería saber si al fin tendría una niña, pero estaba de pocas semanas y Hati aún no podía percibir su aroma. Ezra no podía más de contento, era todo lo que siempre había querido. Una vida pacífica, hogareña, tranquila y feliz. No tenía el estrés de los problemas que siempre había en Niebla Invernal, ni cargar con muchas responsabilidades. Disfrutaba su trabajo, lo hacía a gusto. Entrenaba a todos en la manada, hombres y mujeres por igual, era una decisión que habían tomado en conjunto Akela y Jay, todos debían saber defenderse ante cualquier eventualidad. Ezra entrenaba a cada uno, Chad, el hijo de Melissa, había demostrado grandes aptitudes como guerrero, convirtiéndose en un gran ayudante. Luego de una larga jornada, Ezra amaba llegar a su hogar, apenas abría la puerta, podía sentir los piecitos de Ethan correr hacia él desesperado y a Ossian intentando gatear. Abrazaba a sus cachorros y los llenaba de besos y luego abrazaba a su mujer. Mery había decidió que esté sería su último embarazo, pero ambos sabían que eso no era cierto.
De alguna forma todos fueron encontrando amor y paz en la manada. Jay cumplía la función de líder y Beta, Akela ocupaba su puesto como Luna y lo necesario como Alpha. Ezra era el Delta de la manada y el encargado del entrenamiento y la seguridad. Melissa, aquella madre que habían encontrado desahuciada por el hambre intentando proteger a sus hijos, había encontrado a su segunda oportunidad. No fue otro que Tony, el profesor de la manada. Incluso esta nueva Luna llena la encontraba gestando un embarazo productor de ese amor. Sus niños eran pequeños felices y alegres y Chad tenía una excelente relación con Tony. Joan, aquella madre viuda que llegó con sus cinco hijos, ayudaba a Megan la doctora de la manada y a su vez, se formaba como enfermera estudiando en la manada Lago Azul. Cuando ella se dirigía a la facultad, solía quedarse en la manada vecina algunos días a la semana, y sus pequeños quedaban al cuidado de Paul y Victoria, quienes se habían convertido en los abuelos postizos de todos los pequeños cachorros de Prado Verde. El matrimonio de ancianos disfrutaba cuidar a los pequeños, no podían evitar la nostalgia de pensar en sus hijos, en sus nietos que habían sido cruelmente asesinados y en cómo estarían hoy día si aún estuvieran con vida. Era por todo eso, que compartir en comunidad, los hacía sentir contenidos. La hora de la merienda era sagrada en su casa y siempre había niños que corrían allí para tomar los ricos chocolates calientes que preparaba Paul y las deliciosas galletas caseras que horneaba Victoria.
Henry tenía doce años y después de mucho trabajo y paciencia, al fin había logrado integrarse al grupo. Jay lo adoraba como a un hijo, solía entrenar con el niño y al llegar a la casa, jugaban en el jardín con Caius, quien moría de amor por Henry y lo esperaba ansioso para jugar. Akela quería al niño como un hijo más y así lo trataban. No habían querido forzar la charla, pero cuando Henry estuvo listo, simplemente lo contó. Había formado parte de una pequeña manada, que sucumbió en la última guerra. Le había tocado ver como guerreros de otra manada entraban a su casa y mataban a su padre frente a sus ojos, cuando esté intento defenderlos a costa de su vida. La madre presa de un dolor horrible al sentir el vínculo con su mate romperse, intento proteger al niño y correr con él, buscando esconderse en el bosque, pero no llego demasiado lejos. Estaba doblegada por el dolor que la surcaba, al sentir que su alma se rompía en mil pedazos, al punto de que parecía faltarle el aire. Un dolor desgarrador la atravesó, su pareja había muerto, el vínculo ya no estaba allí. En ese estado no podía ayudar a su hijo, solo sería un estorbo. Le dijo a Henry que corriera, que ella luego lo alcanzaría, que corra al bosque y se suba al árbol más alto. Henry no quiso, pero las súplicas de su madre lo hicieron asentir. Él corrió y se adentró en el bosque y desde allí se quedó esperando por ella, cuando su madre quiso seguirlo, la tropa de guerreros la encontró y la rodearon, formando un círculo a su alrededor. Él observó todo y quiso ir, pero su madre, que lo halló con su vista, le hizo un pequeño gesto con la cabeza, una última sonrisa a su hijo y luego los guerreros empezaron a. golpearla con saña. Uno por uno le propinaron un fuerte golpe a la mujer, hasta que cayó al piso y allí le destruyen la cabeza a patadas. Todo a la vista de Henry que miraba bañado en lágrimas como le daban fin a la vida de su madre. Preso del pánico y la tristeza, vago por el bosque, deseando la muerte, la cual no llegaba. Hasta que decidió que sus padres habían dado su vida por él y no podía rendirse fácil. Hizo todo por subsistir solo como pícaro, viviendo los árboles como su madre le había dicho. Cuando dió con el grupo, sintió miedo. Hasta ese entonces siempre se había escondido de la gente, sean pícaros o no, no tenía confianza en nadie, pero por alguna razón Akela y Jay le habían despertado cierta curiosidad. Fue así como se acercó de a poco y se dió cuenta de que no eran malos, aunque aún no podía confiar del todo. La paciencia y el amor que la pareja había tenido con él desde un inicio, fue lo que hizo que terminara formando parte de la familia. Elizabeth y James tenían una pequeña niña y Tommy, era un orgulloso hermano mayor que cuidaba de ella y jugaba en las tardes con Caius y Ethan. Y a quien quisiera oír, no dudaba en decirle que era el mejor amigo de Akela, la Luna de la manada.
Fue así, como con el tiempo, todo se fue acomodando. Las familias fueron creciendo, sumando nuevos integrantes. La manada se fue llenando de cachorros, sanos y fuertes. Nuevas casas se fueron construyendo para los nuevos integrantes. El pequeño hospital, ahora era una construcción de dos pisos, que contaba con nuevos equipos de última tecnología. La escuela, ahora tenía dos maestras más, y a la gran llegada de bebés, se había sumado un kínder. La manada, haciendo gala de su nombre, estaba llena de verde, rodeada de un gran y hermoso Prado Verde. Las casas eran pintorescas y se perdían como adornos en el hermoso paisaje campestre. Un río los surcaba por un lateral, lo que daba un hermoso sonido de manantial por las mañanas. El bosque espeso y profundo, los rodeaba alrededor, brindando protección y seguridad. Aquella mañana, Jay estaba en el despacho que tenía en su casa y estaba terminando de organizar las últimas ventas para dirigirlas a Lago Azul, cuando Akela llego al lugar. Él sintió su aroma cuando ella estaba a algunos metros y ya la esperaba con la vista en alto.
- Buenos días, amada mía.- Saludo con su característica sonrisa y su cara de enamorado. Akela sonrió y se apoyó en el marco de la puerta.
- Buenos días mí Beta. Mucho trabajo?.
- No, estoy terminando de organizar los productos para embarcarlos. Solo eso.
- Mmm...
- Pasa algo?.
- Pensaba ... En como ha prosperado la manada. Como hemos crecido.- Akela hablaba pensativa mientras veía el paisaje que le regalaba la vista del ventanal en el despacho. Jay la miraba y sonreía.
- Lo hemos hecho, hemos crecido gracias al esfuerzo de todos.
- No solo eso, hay muchos niños. Nuevas camadas de cachorros.- Jay regreso su vista a los papeles y asintió.
- Es verdad, no han perdido tiempo, pero bueno.. Es nuestra escencia también. Fue una buena decisión la construcción del kinder, habrá muchos cachorros el año que viene allí.
- Si.
- Caius mismo irá el próximo año.
- Y dentro de alguno años, este cachorro también irá.
- Claro.- Jay respondió siguiendo la conversación y sacando cuentas y luego de unos segundos se dió cuenta. Dejo el bolígrafo quieto y levanto su cabeza de a poco, para ver a Akela con una de sus manos en su vientre.- No me digas qué...
- Si, al parecer... Nosotros tampoco perdimos tiempo.- Akela respondió risueña y Jay no pudo evitar sonreír tan feliz y lleno de dicha, que apenas le entraba la sonrisa en el rostro. De un brinco se puso de pie y se acercó a ella con velocidad para rodearla con sus brazos y darle un suave beso en los labios. Unió sus frentes, como aquel bello gesto de amor que siempre habían tenido, cuando tenían prohibido besarse, y acaricio el vientre de Akela.
- Me has hecho un hombre muy feliz Akela. Más de lo que hubiera esperado. Un nuevo cachorro.- Jay acariciaba el vientre de Akela con dicha.
- Cachorra.
- Qué?!.
- Hati está segura de que será una niña - Los ojos de Jay se abrieron grandes y se iluminaron.
- Una niña?!! Una niña!! Una princesa que será mí consentida.- Jay abrazo a Akela y le dió un pequeño giro, preso de la felicidad y ella solo pudo reír.
Pero mientras todo era felicidad en Prado Verde, en otro extremo de la región, los cambios se anticipaban. Una máquina empezaba a pitar con más fuerza y sincronía y entonces, unos feroces ojos azules de abrieron. El alpha más despiadado, vil y cruel, Kyle Kinnaman, regresaba a la vida.
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Comments
Josefina Ramirez
se vienen los problemas para pardo verde
porque ya desperto el demonio 😖😖😖
2024-09-05
2
Carmen Gonzalez
la nueva manada estará lista?????
2024-06-26
0
Jessika
Nooooooooooooo
2024-02-09
1