En el mundo de lo sueños, una horrorizada Atenea corría y corría en medio de un mar oscuro que parecía no tener fin.
Estaba tan sola, que lo único que la acompañaba eran sus lágrimas, las cuales aumentaban a medida que el sentimiento de soledad aumentaba.
“¡Selene!”
Otra vez gritó aquel nombre desconocido, ya que no conocía a alguna mujer llamada así. Sin embargo, siempre que pronunciaba aquel misterioso sueño, sentía su corazón partirse en mil pedazos.
“No hay que temer, Atenea. Yo estoy contigo”
Era la voz de Eos que volvía a ser acto de presencia, salvandola de la pesadilla. La diosa, cuyo cuerpo resplandeciente y cálido iluminaba la obscuridad más profunda, la envolvía en un fuerte abrazo que la calmaba.
“¿Qué es lo que más te gusta sentir en estos momentos?”
Preguntó la diosa mientras acariciaba la cabeza calva de Atenea.
“A Atenea le gusta que su cuerpo sea cubierto por el cuerpo del duque, a Atenea le gusta que el duque respire en su cuello. A Atenea le gusta que el duque le bese sus ojos y su mejilla”.
Empezó a contar todas las cosas que le gustaban del duque, haciendo que poco a poco la sensación de terror empezara a suavizarse.
“Recuerda eso entonces, te ayudará a sentirte mejor. El duque es tu cura”.
Dicho esto poco a poco comenzó a despertarse hasta tal punto que podía escuchar como el duque estaba intentando calmarla.
Y así era, ya que el duque había despertado, con los gritos y las lágrimas de Atenea, quién gritaba entre sueños extraños el nombre de Selene.
—¿Atenea?—preguntó avergonzado.
Estaba a un lado de ella apenado, de que el haber dormido encima de su frágil cuerpo la hubiera comenzado a asfixiar.
—Duque...Atenea quiere su cuerpo—dijo aun llorando—duque, duerma encima de Atenea.
Dante tuvo que respirar hondo, ya que aquello podría mal pensarse. Se suponía que en realidad lo que le gustaba a la joven mujer era sentir el calor de un cuerpo mientras la abrazaba y ella dormia.
—¡Shhh! ¡No llores!—dijo tocándole la mejilla.
Esa noche estaba tan sensible y como no sentía la misma cercanía con el duque, comenzó a llorar aun asustada por la pesadilla que había sentido.
Con el alma rota al verla en ese estado, el duque se sentó encima de ella, controlando un poco de su peso, y mientras sostenía con sus dos brazos, comenzó a besa los ojos de Atenea.
Primero fueron sus ojos, luego el río de lágrimas en sus mejillas, luego su cuello hasta llegar a sus brazos. Estaba comenzando a sentirse tan bien, que sintió como su entrepierna estaba dura.
Aquello provocó que en un segundo de pasión, le diera un ligero chupetón tanto en su pecho como en cuello. Debía controlarse para no lastimar la delicada piel de su segunda esposa.
La variación de la presión de los besos del duque, en esos dos chupetones, hizo que Atenea por fin se calmara y se quedara dormida.
No obstante, eso no calmó al duque, ya que aun tenía su virilidad a todo dar.
—¡Joder!—exclamó con la respiración entre cortada.
Sin poder aguantar más, se levantó de la cama y fue rumbo al baño para encerrarse. Encendiéndo de manera tenue una lámpara de aceite, se bajó el pantalón de su pijama y se sentó encima del sanitario.
Con su mano comenzó a estimular su entrepierna, mientras pensaba en la mujer que estaba dormida en su cama.
—¡Joder, Atenea!—dijo mientras aumentaba la presión—¿Qué me has hecho para sentirme así?
Fue hasta pasado media hora, en que logró llegar al climax. No obstante, aquello no era suficiente. Quería más, quería el triple de lo que estaba sintiendo.
Sacando de uno de los armarios un cofre, volvió a sentarse mientras abría aquel misterioso paquete.
Se trataba de un juguete íntimo que el había comprado, que se asemejaba a la intimidad de una mujer, y que había adquirido para evitar en lo posible no tocar en su tiempo a Giselle.
—Zorra—dijo refiriéndose a Giselle—¿Qué se siente que una mujer mejor que tu me encienda así?
Dicho eso, introduciendo el juguete en su intimidad, imaginando que era Atenea, comenzó a ser el movimiento natural en una relación.
—Atenea—dijo en la primera estocada.
—Atenea—dijo en la segunda estocada.
—Atenea—dijo en la tercera estocada.
—¡Atenea—dijo en la última estocada.
Tirando de lado el juguete, el cual contenía su semilla, dejó caer hacia tras su cabeza en lo que recuperaba el aliento.
Se sentía tan cansado, pero tan bien, que su vista estaba nublosa debido al sudor que empapaba su cuerpo.
Luego de lavar el juguete y esconderlo de nuevo, así como de asearse y refrescarse, con las piernas un poco temblorosas, se fue directo a la cama.
Como Atenea había dicho, volvió a colocarse encima de ella pero esta vez asegurándose de no aplastar sus pulmones de modo que ella respirara.
—¿Si te recuperas de salud, te gustaría estar con un hombre mayor como yo?—preguntó besando su frente, luego la punta de su nariz y para terminar con un casto beso en los labios—ni yo sé que es lo que siento, pero por primera vez me siento feliz con una mujer. ¿Qué opinarias si intentamos descubrir juntos esto que me haces sentir?
Le preguntó tímidamente y en el aire, a una Atenea que estaba profundamente dormida. Hundiendo de nuevo su nariz en el cuello de su segunda esposa, el también volvió a quedarse dormido mientras olía su fragancia.
Estaba tan cómodamente dormido, que su cuerpo no dejó de abrazar en ningún momento a Atenea, hasta sus piernas seguían firmemente entrelazadas a las de ella.
Luego, llegó el frío de la madrugada para ser sustituido por la calidez de la mañana. No fue sino hasta el calor del medio día que empezó a despertarse, aun con Atenea en sus brazos.
—¡¿Tanto dormí?!—dijo en voz alta viendo el reloj de péndulo.
Si su vista no fallaba y el reloj de péndulo estaba en lo correcto, había dormido un poco más de doce horas al lado de Atenea, la cual también seguía profundamente dormida.
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Comments
Gisela Vallín Tankian Spok
me dejo pensndo en una lámpara de aceite después un juguete que describe algo moderno
2025-01-07
0
Joselin Rigby
jajaja qué moderno
2024-03-05
2
Nancy Narvaez Banda
hermosa historia 🎁🎁🎁🎁🎁
2023-12-11
3