ERES MI SOL, ATENEA

Movió un poco su cabeza, intentando despejar su lente y disfrutar de la tranquilidad del momento al lado de su hijo mayor, el cual había dormido con el ya que había tenido una pesadilla que lo dejó asustado toda la noche.

Al escuchar como lo llamaban afuera de su habitación, ya que requerían la ayuda de el en la habitación de Atenea, se dispuso a levantarse pero un fuerte dolor de cabeza lo derrumbó enseguida.

—¡No, duque!—escuchó la voz clara de Atenea en su mente.

Frunció el ceño pensando que había caído ya en locura, no solo eso, sino que vio como su nariz comenzaba a sangrar. ¿De verdad se estaba volviendo loco?

—¿Atenea?—preguntó en un susurro—¿Te estoy escuchando en mi mente?

—Si, duque—respondió tímida.

—¿Cómo es posible? ¿No se supone que estás en tu cuarto?—cuestionó limpiándose con su pañuelo la sangre.

—Atenea no sabe—respondió—Atenea ingresó al tratamiento y tenía mucho miedo, luego en oscuridad a Atenea le dio un fuerte dolor de cabeza y al cerrar los ojos vi a su hijo dormido.

—¿Me estás diciendo que puedes ver con mis ojos?—preguntó un poco más alto.

Con el corazón a mil, se acercó a su espejo para observar como en efecto, la marca del girasol dorado de Eos se mostraba sus pupilas.

“Creo que Eos me mandó otro mensaje”

Fueron las palabras que pensó en lo más profundo de su corazón, ya que si lo que pensaba era cierto, su poder solo podría usarlo mediante Atenea. Algo increíble viniendo de alguien que quedó ciega, pero siendo la diosa, lo más probable es que fuera un recordatorio de la importancia de Atenea en su vida.

—¿Por qué no quieres que vaya a tu habitación?—preguntó mentalmente.

El duque, quién estaba arropando con cuidado a Maximiliano el cual seguía aun dormido, observaba aun con la marca evidente del girasol en sus ojos.

—Es que la vista de su hijo calma a Atenea—respondió timida.

—Entiendo—dijo conmovido—Atenea, ¿Te molesta si antes reviso una cosa en mi despacho?

—¡No, claro que no!—respondió su segunda esposa.

Con su cuerpo pesado producto de toda la carga que tenía encima, fue a su despacho donde abrió su caja fuerte y sacó la carta anónima.

Pensó que si tocaba la carta, tendría alguna visión del remitente, pero fue en vano. No obstante, al momento de sacarla, varios documentos importantes se cayeron, entre los que estaba el registro de matrimonio de el y Giselle.

Al momento de agacharse para recogerlo, otra fuerte punzada sacudió su cabeza, tanto que tuvo que recostarse contra la pared para poder soportar el dolor; no obstante, fue con ese documento que tanto el como Atenea pudieron ver una visión en conjunto.

Aunque borrosa, siéndoles imposible ver al hombre que estaba con Giselle, tanto la duquesa como ese misterioso hombre estaban manteniendo relaciones sexuales.

Aquello, si tuviera pruebas físicas, sería suficiente para presentar una demanda de divorcio por infidelidad; no obstante, debido a su situación, debía mantenerse aun en las sombras hasta al menos poder evitar el día crítico que fue donde Giselle lo quemó vivo junto a su hijo mayor.

—¿Por qué la duquesa está besando a otro hombre?—preguntó pasmada Atenea.

—Porque me está siendo infiel—respondió con un bostezo—no solo soy esposo de una mujer sin corazón, sino que también infiel.

A Atenea le dolía ma situación, no por la duquesa, sino por Dante. Por alguna extraña razón, sentía en su corazón todos los sentimientos que estaban torturando y no lo dejaban respirar bien.

—¿El duque ama a la duquesa? ¿Por eso le duele?—preguntó miedosa de la respuesta que le daría.

—No, no la amo—respondió sin duda—la odio, la detesto, quisiera sacarla de mi vida lo antes posible, pero si no me muevo con cuidado y siendo que ella tiene cómplices, lo más probable es que tenga un problema con el emperador sumado al que ya tengo con ella.

—¿El duque tendrá problemas con el emperador?—cuestionó asustada.

Dante tragó con fuerza, no midió la cantidad de información que debía soltarle a Atenea. De verdad deseaba poder mantener al margen tanto como fuera posible todo lo que supiera su segunda esposa.

—Digamos que tengo unas cuantas diferencias de ideas con su majestad—mintió tanto como se le hizo posible—lo más importante es que primero muerto antes de dejar que Giselle se salga con la suya, por eso necesito alguna prueba o algo que me permita tener más tiempo. Si, eso es, lo que en realidad necesito es más tiempo.

Suspiró con tristeza al pensar en el tiempo, no quería volver a pasar por la sensación que tuvo de impotencia al ver como su hijo mayor moría a su lado, quemado vivo, mientras Giselle se llevaba a su hijo menor.

—¿Quieres saber algo?—dijo recostando su cabeza contra la pared.

—¿Qué cosa, mi duque?—preguntó curiosa.

—Eres mi sol, Atenea—aquellas palabras hizo que su corazón se acelerara—lo que realmente me ha dado esperanza de un futuro mejor y de saber que nuestros hijos aprenderán de alguien bueno como tu.

—¿Nuestros hijos?—volvió a preguntar.

—Si, Maximiliano y Virgilio, ellos serán también tus hijos, ¿No recuerdas que te lo dije hace un tiempo?—preguntó bostezando un poco, se sentía bien la frialdad de la pared.

—Atenea es mamá—dijo con emoción.

De inmediato al escucharla no pudo evitar imaginarse a su segunda esposa, sonrojada y con sus ojos grandes llenos de alegría. No obstante, aunque no pudiera darle amor como una esposa, si la querría como su más grande apoyo.

—Así que sé buena niña, ¿Lo prometes?—pregunto con una sonrisa.

Se sentía tan cansado, el estrés era tan grande y sin poder tener tantas horas de sueño, su cuerpo estaba pasándole factura de una forma muy agresiva.

—Duque, tengo sueño—dijo con una voz más apagada.

—Yo tambien—respondió levantándose del piso para acostarse en el sofá—durmamos juntos, aunque ahora sea solo de manera lejana.

Con el cuerpo dolido, cerró los ojos y se dejó llevar por el mundo de los sueños. Algo que también hizo Atenea, que logró que su cuerpo se relajara mientras estaba en la cámara obscura.

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