¡EL DUQUE SE HIZO PEQUEÑO!

Mientras el duque se dirigía en su caballo a la ciudad, con el fin de poder asegurar una cosa que podía ayudarlo a evitar su futuro, Atenea estaba en la mansión recibiendo uno de sus múltiples tratamientos.

Uno de los más agresivos era una terapia de químicos que ayudaría a regular su hemoglobina tan baja, que ni siquiera con la comida podía aumentarla; no obstante, aquello le provocaba un malestar diaria que la dejaba en cama casi medio día.

—Duele—dijo respirando hondo.

No solo su presión estaba baja, sino que tenía escalofríos y había vomitado casi toda su comida. Aunque aquel tratamiento era necesario para su recuperación, era igual de doloroso.

—¿Está bien si Maxi entra?—preguntó Maximiliano.

El hijo mayor del duque había pasado todo la mañana haciendo manualidades con su niñera, ya que era una de las pocas actividades que podía hacer desde que su padre había prohibido que saliera de la mansión y siguiera con sus clases normales.

—¡Claro que sí!—dijo su joven niñera morena—¡El duque dijo que podía ver a la segunda señora! ¡También el médico en jefe nos dijo que no había problema!

Su niñera lo animo a entrar en la habitación mientras sostenía una rosa de fomi que había hecho como un pin para la ropa.

—¿Mi señora?—preguntó su niñera.

Una vez dentro del cuarto del duque, Maxi caminó hasta la enorme cama de su padre donde un fuerte olor a medicina provenía. En esta cama, arropada a más no poder, estaba el cuerpo de lo que parecía ser una niña delgada sin cabello, durmiendo con dificultad.

—¿Mamá?—preguntó con timidez.

Ya que su papá le había dicho que ella quería ser su mamá y él quería conocerla, intentó llamarla por ese nombre. No obstante no, no fue hasta que le acarició su mejilla que Atenea abrió los ojos.

Al principio la joven pensó que se trataba del duque, ya que aquel tacto era igual de calido que el de su esposo; si. embargo, al ver mejor, se quedó impresionada por lo que veía en frente suyo.

—¡El duque se hizo pequeño!—exclamó al ver a Maxi.

Sin saber que se trataba del hijo mayor de Dante, lo único que pudo pensar era que su esposo se había encogido, ya que era la viva copia de su padre.

—Maxi no es papá—dijo timido—¡Maxi es Maxi!

Respondió muy avergonzado, ya que quería presentarse de mejor manera con su mamá buena.

—Maxi trajo un regalo—dijo extendiendole el pin de ropa que hizo.

Atenea, aun con el malestar, sonrió muy grande al ver al pequeño.

—Atenea le gusta—dijo con la respiración entrecortada—pero a Atenea le cuesta moverse, ¿Maxi puede ayudar a Atenea?

—¡Maxi ayudará a mamá!—dijo alegre refiriéndose a Atenea.

El pequeño de cinco años se subió a su cama y con cuidado le puso el pin en la camisola.

—¡Atenea le gusta Maxi!—dijo bastante pálida—¡Atenea tiene un hijo muy bonito! ¡Más bonito que el duque! ¡Será nuestro secreto!

Maxi, sonrojado y con las mejillas hinchadas, asintió bastante feliz de que su mamá buena lo llamara bonito.

—Mamá buena se siente mal—dijo viendo el rostro demacrado de Atenea—Nanita dice que los abrazos ayudan a sanar, ¿Mamá buena quiere un abrazo de Maxi?

—¡Abrazo!—dijo entusiasmada aun en su debilidad.

El pequeño niño, quien se habia bañado de acuerdo a las instrucciones del médico en jefe para poder visitar a su mamá buena, se acostó y la abrazó, colocando su cabeza en su pecho.

—Maxi quiere que mamá buena sea su mamá y de Virgilio también—dijo bastante somnoliento—¿Mamá quiere a Maxi y a Virgilio como a sus hijos?

—Atenea quiere ser su mamá, Atenea será su mamá—respondió también con sueño.

Sin darse cuenta, ambos se quedaron dormidos a los ojos de la señora Eliana y la niñera de Maxi, quienes los veían conmovidos ya que por fin podían ver un futuro bonito para el heredero del duque.

—¿Cree que la señora Giselle no vuelva más?—preguntó Nanita, la niñera de Maxi.

—Lo más probable es que vuelva, en especial cuando se acabe su dinero—respondió con amargura—aun el duque no me ha encarado por haberle ocultado lo que sucedió hace un mes, pero creo que lo hará pronto. Así que por experiencia propia te digo, que la maldad de la duquesa no tiene límites.

Ambas mujeres se lamentaron en silencio antes de salir de la habitación. Sino fuera porque Giselle había amenazado con seguir torturando a Maxi en secreto, ya el ama de llaves hubiera dicho todo al duque; sin embargo, en vista de todo lo que estaba ocurriendo, se arrepentía por haberse quedado callada.

A lo lejos, el duque por fin logró llegar a la ciudad. El sol del medio día empezaba a suavizar su intensidad, por lo que pudo confirmar, gracias a su reloj de bolsillo, que ya cesi eran las tres de la tarde.

—Veamos el show en primera fila—dijo con una sonrisa.

De acuerdo a uno de sus espías, había visto como Giselle se dirigía en secreto a un spa el cual ofrecía servicios de hombres. Por lo que si su plan había salido a la perfección, el comandante dejaría al descubierto aquel secreto.

—¡Perra!—gritó el comandante.

El hombre de mediana edad sacó arrastrando a su única hija del cabello, para arrojarla casi desnuda a la calle. Aunque estaba vestida con una bata, empezaba a ser la comidilla del ojo publico.

—¡Padre!—gritó entre llantos—¡Soy inocente!

El descaro de su hija era tan grande, que negaba lo que el había visto con sus ojos. Aunque el hecho de que su hija fuera una mujer adultera lo avergonzaba, la ira de haber descubierto que en efecto le estaba robando a su propio padre superaba todo lo anterior.

—Escucha, maldita perra—dijo en un susurro a su oído—que esta humillación pública te quede como lección por haber cometido la idiotez de robarme. Así que si no me haces caso, preparate para que te haga cosas peores que esta.

Tomando de nuevo a su hija por el cabello, la cual estaba con las rodillas magulladas, la obligó a subirse a su carruaje rumbo a su mansión.

—Espero poder tener más tiempo con esto—dijo tomando un poco de limonada.

El duque, quién estaba tomando un poco de limonada en la terraza del restaurante de al frente, veía con satisfacción lo que había ocurrido. Si bien quedaría el como un esposo con cuernos, al menos la humillación publica obligaría a Giselle esconderse un tiempo y posponer cualquier plan que estuviera en su contra.

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