¿ELLA ES LA PERRA?

Con cuidado de no hacer enojar más a su señora, la doncella acompañó a la duquesa rumbo a la habitación donde se encontraba descansando la segunda esposa del duque.

—¿Dónde está mi esposo?—preguntó la duquesa.

—Durmiendo, mi señora—fue lo único que se limitó a decir la doncella.

Con una sonrisa en su rostro, ya que sabía muy bien que a su esposo no le daría tiempo alguno para poder intervenir en lo que planeaba hacer, abrió sin esperar a que fuera anunciada.

—¡¿Qué peste es esta?!—dijo tapándose la nariz con su pañuelo.

Si bien era cierto que toda la habitación olía a hierbas medicinales, lo que más se notaba era un olor muy grande a mierda.

—¿Duquesa?—preguntó su doncella.

La sirvienta la tomó por los brazos, de modo que no se desmayara, y la sentó en la mesa que había dentro de la habitación.

—Duquesa, perdónenos por no recibirla bien—le dijo el ama de llaves—no sabíamos de su presencia.

—Vine a ver a la amante de mi esposo—gritó con asco.

Aunque pudiera haber sido reconocida de manera extraoficial por el duque, ella jamás reconocería a esa mujerzuela como la segunda esposa. Siempre la tacharía de amante.

Atenea, quien estaba sentada en su cama, debido a la debilidad que sentía tras que el médico le sacara varias muestras de sangre, se quedó sorprendida ante la entrada tan dramática de aquella hermosa mujer.

No obstante, lo que más le llamaba la atención era la palidez de la mujer con la que había entrado, así como el temblor en el cuerpo del ama de llaves.

—¿Qué es una amante?—preguntó en su ingenuidad.

Aquella pregunta hizo que la duquesa fijara su atención en ella, que hasta en ese entonces había permanecido en total silencio.

Por un momento jamás asoció que ella fuera la segunda esposa de Dante; sin embargo, al ver en su cuello el anillo que por tanto tiempo quiso, estalló en rabia.

—¿Quién...—preguntó con la respiración agitada—¿Ella es la perra?

Aquella pregunta se le salió de lo más profundo de su corazón, que sin importar que estuviera embarazada, arrojo la mesa al piso.

—¡¿Cómo mierda te atreves a tener mi anillo?!—preguntó aún más asqueada.

No podía entender que aquella mujer esquelética, sin pelo y con un olor a cerdo tan alto, que ni sus náuseas en el embarazo podían compararse.

De inmediato, sabiendo que algo malo estaba por pasar, el ama de llaves le hizo una seña a una de las enfermeras de la segunda señora para que fuera de inmediato a informar al duque de lo que estaba pasando.

"Solo espero que no pase a mayores, pero ya que la señora está embarazada, solo el duque puede reprenderla de forma directa"

Si bien al tener la orden directa del duque, ella podía actuar de forma inmediata, al ser la primera señora la que estaba ocasionando problemas donde realmente no los había, le preocupaba de sobre manera. En especial porque si algo le pasaba teniendo al segundo hijo de su señor, las consecuencias serían muy graves para todos los presentes.

Apenas la enfermera pudo llegar, después de escabullirse, sin aliento a la puerta de la habitación del duque, donde era custodiada por dos de sus soldados.

—Por favor, ayuda—dijo faltándole el aire—la segunda señora, corre peligro.

Los soldados, extrañados por lo ocurrido, tenían la orden de despertar al duque y así lo hicieron. Este, quien había tenido un sueño con la diosa Eos mientras sudaba y su cuerpo era atacado por una alta fiebre, se levantó despavorido debido al escándalo que estaba ocurriendo.

Lo que vio al momento de entrar a la habitación de Atenea lo dejó helado, tanto que sintió por primera vez el escalofrío de la muerte misma la noche en que su propia esposa lo había ejecutado antes de volver en el tiempo. Vio como, una mujer embarazada quien no debía tener la oportunidad de concebir vida debido a su alma tan podrida, estaba dándole latigazos a Atenea.

—¡Mi señora!—intentó moverse la anciana ama de llaves—déjeme levantarme.

—No—dijo Atenea mientras escupía sangre—Atenea la salvará, Atenea no dejará que nadie más sufra lo que ella pasó.

La impotencia que sentía el ama de llaves era alta, no podía moverse debido al golpe que sufrió en su cadera a causa de la caída; sin embargo, le dolía ver como una enferma terminal estaba usando su cuerpo como escudo para defender a una anciana.

En cambio, para Atenea, quien ya estaba acostumbrada a recibir latigazos en la mansión del comandante, no decía nada y solo aceptaba los golpes. Prefería sufrirlos ella a que alguien más lo hiciera, en especial el ama de llaves quien había sido tan especial con ella.

—Si llego a vivir—dijo antes de desmayarse—me gustaría probar un pastel de chocolate.

Con una sonrisa se quedó inconsciente, tras el último latigazo, que fue cuando Dante detuvo la mano de Giselle. Todos los presentes, hasta la propia doncella de la duquesa, estaban impactados no solo por la crueldad de la mujer embarazada, sino porque era la primera vez que el duque le daba una mirada tan frívola.

—¡Detente Giselle!—gritó tan fuerte que todos brincaron del susto.

—¡Defiendes a esta pordiosera!—dijo quitando su mano del agarre de Dante—¡Me humillaste dándole el anillo de la duquesa a esa Cerda!

En realidad ella no quería mancharse sus manos con aquella sucia sangre que recorría por las venas de la perra; sin embargo, al ver como esta mordió a su doncella quien le había ordenado quitarle el anillo, no tuvo de otra más que actuar a la fuerza.

—Esa perra, vale más que tú y yo juntos—respondió agarrándole el brazo con fuerza y susurrando a su oído—sino quieres que revele que le has estado robando dinero a tu propio padre, más te vale que te largues de acá. Agradece que estas embarazada, de lo contrario no sería suave contigo.

Pálida a más no poder, ya que no sabía como se había enterado de aquello, dejó su látigo en el piso y pidió a su doncella que la ayudara a ir de nuevo a su habitación. ¿Cómo había acabado las cosas así? ¿Por qué Dante, quien antes le dejaba hacer lo que quisiera, había cambiado tan radicalmente?

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