Sintiendo el suave césped bajo sus manos, Isabel se puso un poco nostálgica.
Su familia amaba todos los tipos de plantas, en especial su madre y siempre trataban de tenerlas en casa.
No importa de que tipo sea, mientras sea una planta será del agrado de todos, es obvio que no pueden tenerlo todo en casa pero eso no quita el hecho de que amen cada trocito de esas bellezas.
No quería, pero cada cosa que ve o algo que siente le recuerda el gran agujero en su alma que la ausencia de su familia dejó.
Cerrando los ojos con fuerza, recuperó su estado mental anterior, necesitaba irse, ya perdió suficiente tiempo en el jardín, solo vino con la excusa de buscar algo que la ayude y las inofensivas plantas de este jardín no serían de mucha ayuda.
Regresó a su habitación en poco tiempo, el sol de la tarde ya comenzaba a caer y los últimos rayos anaranjados caían sobre la ventana de su habitación, dándole un aspecto muy agradable a la vista.
Haciendo una mueca, Isabel no se dio cuenta de que en realidad pasó horas en el jardín nada más que perdida en sus pensamientos.
Tomando una roja y apetecible manzana para calmar su hambre, esperó pacientemente la llegada de Ana, quien no debería de tardar mucho en volver para darle una respuesta.
No es fácil para ella confiar en Isabel, una completa extraña, ambas están en realidad haciendo una apuesta sobre la integridad de la otra.
La puerta se abrió suavemente y Ana entró con pasos lentos, pausados pero firmes.
Al parecer ya tomó su decisión.
Isabel dejó que la pequeña sirvienta de aspecto serio sea quien de el primer paso para abrir la conversación, darle un poco de sensación de control sobre la situación parece una buena idea.
- Isabel, lo pensé mucho y estoy dispuesta a ayudarte - por el aspecto serio de Ana y la firmeza de sus palabras, puede suponer que de verdad pensó mucho en su propuesta antes de venir a hablar con ella.
- Pero tengo una condición - Es normal que quiera poner condiciones, no es suficiente unas palabras de promesa, cualquier persona sin escrúpulos puede romperlas en un santiamén.
- Si no pagas el tratamiento de mi hermano tres días después de que salgas de aquí, le diré al señor de la mansión sobre tu paradero - dijo con mucha convicción, no dispuesta a retroceder en los términos que ella mismo impuso.
- Una semana - contraofertó Isabel, necesita algunos días para acomodarse antes de pagar su promesa.
-... Bien - Ana aceptó después de una pequeña meditación, el tiempo que propuso Isabel no es demasiado largo.
- ¿Cómo sabrás de mi paradero? - preguntó Isabel genuinamente curiosa, no recuerda haber dicho algo sobre su posible lugar estancia.
- Yo... Tú me lo dirás- su vacilación al principio le dijo a Isabel que la pequeña sirvienta no llegó a pensar en como hacer cumplir sus amenazas.
- En realidad no estoy segura de donde estaré después de salir de aquí- se sinceró.
Ana vio que Isabel decía la verdad y no pudo responder por mucho tiempo, hacer el plan que propuso le costó muchas células cerebrales y ahora que se le pide que piense en algo para remplazarlo, no puede hacerlo sin una profunda reflexión.
Un poco divertida por la cara confundida de Ana, Isabel decidió apiadarse un poco de ella.
- Lo único que se es que me mantendré en esta ciudad por varias semanas, quizá meses - esa es toda la información que le dará para que pueda usarlo contra ella si en caso no cumple con su parte del trato (cosa que no pasará).
- Bueno - Ana tomó lo que Isabel de buena gana le extendió sin quejarse, al menos ahora se siente un poco más segura sobre el 'trato' que tienen.
- Ahora que estás de acuerdo en ayudar, lo que tendrás que hacer es...- Las instrucciones de Isabel fueron lo más detallado posible para evitar fallos, lo haría esta misma noche ya no hay tiempo que perder.
El sol descendió por completo y los rayos de luna ya ingresaban por la ventana cuando terminó de darle las órdenes a Ana, quien se fue corriendo para traerle la cena y comenzar a preparar lo que Isabel le pidió.
......................
A las tres de la mañana, cuando casi todos dentro de la mansión estaban dormidos o aquellos pocos guardias aún despiertos cumplían su deber, una pequeña sirvienta se escabulle en la oscuridad de la noche.
Isabel ya estaba preparada con la vestimenta que le proporcionó Ana, solo debía esperar hasta que uno de los guardias que vigila su puerta se vaya a fumar como lo hizo esas dos noches que estuvo prestando atención a sus hábitos.
Lo hacía en medio de la madrugada y siempre por exactamente media hora, esa sería toda la ventana de tiempo que tendría para salir del lugar antes de que note que algo anda mal.
Respirando hondo para calmar sus nervios, Isabel se levantó de la cama y se envolvió con su manta para ocultar su apariencia, con pasos sigilosos se acercó a la puerta y la abrió lo más silenciosamente posible.
El único guardia que estaba ahora muy aburrido, se sorprendió cuando la puerta se abrió.
Pero viendo la expresión somnolienta de la chica y lo encantadora que se ve, hizo que bajara la guardia.
- ¿Qué sucede? - preguntó, debe de haber una razón para que se haya levantado de repente de la cama.
-Tengo mucha sed - dijo la joven mientras señalaba la jarra vacía que estaba justo al lado de la ventana, iluminada por los rayos de la luna.
- ¿Y quieres que te la vaya a buscar? - preguntó el hombre con cierta incredulidad, aparte de esa razón no es posible que haya otra.
- ¿Puedes hacerlo? - preguntó con la expresión más suave y lastimera que sus escasas habilidades de actuación le permite.
Pretender estar sin expresión es mucho más fácil que poner las microexpresiones en su rostro para hacer que su reacción sea más realista posible.
El hombre se encontró dudando, en primer lugar se supone que no debe dejar su puesto, lo haría, si no fuera porque su compañero tenía ese vicio al tabaco y necesitaba su dosis cada cierto tiempo (no había mejor momento que la madrugada cuando nadie puede reprocharle).
Segundo, es que en realidad tiene orgullo propio y no quiere servir a esta chica como si fuera su sirvienta.
- ... Entonces no lo harás- dijo Isabel con un poco de tos, para enfatizar el mal estado de su garganta.
- Si no puedes hacerlo, puedo ir por mi misma - dijo Isabel con confianza.
Viendo que seguía dudando, agregó:
- Si alguien ve que no estás en tu puesto puedes meterte en problemas, prometo que no tardaré - terminó con voz ronca, haciendo ver que hablar le costó mucha saliva.
-... No debes demorar mucho - dijo el hombre aún dudando pero decidiendo confiar en la chica que tiene delante (no fue la mejor decisión).
Isabel asintió antes de irse aún envuelta en la manta, como para cubrirse del frío.
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