VENGANZA ABSOLUTA
Dentro de una oscura habitación, en uno de los pocos lugares intransitados por los sirvientes y los señores de la mansión, se encontraba Isabel.
Habiendo pasado años desde la última vez que vio la luz del día, sus ojos se acostumbraron totalmente a la penumbra que la rodeaba. Con la cabeza apoyada en la pared, Isabel, que estaba sentada en una esquina, contó por enésima vez las pequeñas grietas de la pared frente a ella, tratando de mantener su mente activa para evitar volverse loca.
Aunque piensa que una parte de su cordura ya se desvaneció hace mucho tiempo.
Ella no puede permitir que su mente se fracture antes de que haya matado a esa persona. Esa determinación fue la que mantuvo su mente tan cuerda como fuera posible mientras el tiempo transcurría lentamente.
Teniendo todo el tiempo del mundo, Isabel, luego de haber sido encerrada, trató de hallar una manera de escapar, aun sabiendo que eso sería prácticamente imposible debido a que la ubicación de la habitación está estratégicamente cerca de las habitaciones de los leales sirvientes, que apenas notaran alguna anormalidad informarían a su amo y además de que estaría bien protegida por los guardias.
Pero lo último que perdería Isabel en todo ese tiempo es la esperanza de salir de ese lugar, entonces con una fuerza de voluntad que no cualquiera puede tener, buscó incansablemente una forma de escapar.
No tuvo suerte.
Esa habitación fue fuertemente sellada para evitar escapes, la única entrada es una puerta de metal sólido y las tuberías de desagüe, descartando la segunda opción, lo único que quedaba era salir por la puerta frente a ella.
Contando que hay exactamente mil setecientas treinta y cuatro grietas en la pared frente a ella, exactamente lo mismo desde que entró a esa habitación.
Pasándose una mano huesuda y pálida por su largo cabello lleno de enredos, soltó un suspiro y apoyó su cabeza en sus rodillas. Recordó nuevamente como llegó a un estado tan lamentable.
Ella es Isabel Ajax, hija menor de un influyente político. Los recuerdos de su infancia fueron siempre llenos de risa y felicidad, era amada por su madre, su padre y su hermano mayor. Eran una pequeña familia de cuatro que a pesar de tener riqueza nunca vivieron una vida extremadamente lujosa, sino con el pensamiento de tener solo lo necesario y no despilfarrar el dinero sin sentido.
Su madre se quedaba en casa a cuidarla a ella y a su hermano mayor, que apenas le llevaba dos años de diferencia, mientras su padre trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer para mejorar el país, o al menos eso es lo que siempre les decía su madre cuando le preguntaban.
En resumen, eran felices juntos.
Todo comenzó cuando por casualidad se encontró con un niño en un parque cerca de su casa.
Ese día le tuvo que rogar a su madre para que la dejara ir a jugar por su cuenta y logró obtener su aprobación después de mucho esfuerzo y el hecho de que su hermano no estuviera en casa influyó en eso, después de todo, más que su padre y madre era su hermano el que era muy sobre protector con ella.
Feliz, Isabel corrió todo el camino al parque mientras se reía, apresurándose para disfrutar cada segundo de las dos horas que le permitió su madre.
Llegó en poco tiempo y junto con algunos niños conocidos del vecindario jugaron todo tipo de juegos, poco le pareció el tiempo que estuvo con ellos, pero no se atrevería a desobedecer a su madre, entonces con tristeza se despidió de sus amigos prometiéndoles volver al día siguiente e hizo su camino de retorno.
Esta vez caminó con tranquilidad debido a que todas sus energías fueron gastadas en los juegos de antes.
Mientras tarareaba una canción que escuchó cantar a su madre, pasó junto a un callejón, y un llanto fue lo que le llamó la atención, como la niña curiosa que es, no pensó demasiado antes de acercarse.
Allí, junto a unos botes de basura que desprendían un terrible olor, estaba un niño que parecía de su edad sentado mientras lloraba con mucha tristeza.
Con lentitud, Isabel se acercó para poder verlo mejor.
— Oye… ¿Por qué lloras? - preguntó Isabel con voz tímida y retorciéndose las manos con nerviosismo, después de todo, ella nunca había consolado a alguien que lloraba y no estaba muy segura de que hacer.
El niño se calló de inmediato e Isabel por fin pudo ver su apariencia. El hecho de que en realidad fuera un niño muy lindo la tomó desprevenida, porque con la ropa toda raída que trae puesto, ella creyó que sería como uno de esos niños mendigos que suele ver cuando sale con sus padres.
Mientras Isabel observaba la apariencia del niño, ese niño también la observaba a ella.
Isabel es una niña de apariencia muy adorable que tiene alrededor de siete años, o eso es lo que el niño pudo adivinar con un vistazo corto, se dio cuenta de que debe ser una de esas niñas de familia acomodada por la calidad de su ropa.
Con ese pensamiento en mente, cambió inmediatamente su semblante y las lágrimas que antes se detuvieron, volvieron a salir de sus brillantes ojos verdes, causando que quien lo viera tuviera una sensación de lástima.
Isabel, siendo la pequeña ingenua que era, pensó que de alguna forma comenzó a llorar de nuevo porque ella lo asustó, entonces se apresuró a intentar calmarlo.
— No llores, ¿Quieres que te ayude a buscar a tus padres? – Preguntó Isabel con voz suave, no queriendo asustar de nuevo al niño lloroso frente a ella.
— Yo… no tengo padres – dijo el niño con mucha tristeza y la cabeza gacha.
— Oh… entonces, ¿dónde vives? Puedo ayudarte a volver a casa – dijo Isabel un poco nerviosa, es la primera vez que conoce a un niño huérfano.
— Creo que me perdí – respondió el niño levantando la vista y dándole una mirada tímida.
Confundida sobre qué hacer para ayudar al niño frente a ella, a Isabel se le ocurrió que sus padres pueden tener la respuesta.
— Ven conmigo, seguro mi papi y mi mami te pueden ayudar – dijo mientras le extendía la mano al niño.
En silencio el niño miró la mano y luego a ella con cierta desconfianza, antes de tomarla y levantarse del sucio suelo.
Sacudiéndose el polvo de su vieja ropa, el niño miró a la niña frente a él, esperando que haga algo.
Dándose cuenta de eso, Isabel salió del callejón con el niño siguiéndola de cerca caminando en dirección a su hogar.
De vez en cuando se daba la vuelta para verificar si el niño aún la seguía antes de continuar. Pronto llegaron frente a una hermosa casa de tamaño mediano que tenía muchas flores y plantas de todo tipo en su jardín delantero, su familia los amaba.
Cerrando la reja del muro con rapidez, se apresuró a llamar a su madre.
— ¡Mami! ¡Mami! ¡Sal rápido! – gritó Isabel.
El niño a su lado se estremeció por el volumen de su voz, pero por lo demás no mostró más reacción.
Con paso apresurado salió una hermosa mujer rubia de alrededor de treinta años, que mantenía una muy buena figura, mientras se secaba las manos en un delantal de estampado de flores.
— ¿Qué sucede Bell? ¿Quién es tu amigo aquí? – preguntó mientras veía al niño que traía fachas de mendigo.
— Mami, tienes que ayudarlo, dice que no tiene papis y no sabe cómo volver a su casa – explicó Isabel con ansiedad, tenía miedo de que su mami no quisiera ayudar al niño.
— Claro amor, llamaré a la policía y ellos sabrán qué hacer, pero primero quiero tú te bañes y te cambies de ropa – dijo mientras señalaba al niño, que realmente tenía un aspecto sucio.
— Entren, ambos – ordenó con voz dura, esa noche tendría una seria conversación con su niña sobre no confiar en extraños, aunque estos extraños sean niños, con lo mal que está el mundo, uno nunca sabe y más le vale inculcar a su hija a ser más cautelosa.
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