Los recuerdos de Isabel sobre aquellos días felices y su primer encuentro con Mark fue interrumpido por el sonido de algo metálico siendo arrojado dentro de la habitación.
Ya acostumbrada, Isabel no le tomó importancia, solo levantó la cabeza después se cerrara la pequeña abertura que tenía la parte baja de la puerta.
Para evitar que los empleados entraran y terminaran de alguna forma manipulados por los cautivos, el señor de la mansión ordenó hacer la puerta con una apertura solo lo suficientemente grande para meter un plato y nada más.
Arrastrándose lentamente por el piso de manera lamentable, Isabel logró llegar frente al oxidado y desgastado plato de metal que acaban de arrojar.
Dentro de este había unas cuantas verduras cocidas al vapor, un poco de arroz batido y un trozo de pollo.
A pesar de que era una prisionera, nunca la habían tratado de manera injusta al momento de las comidas, siempre se le daba lo suficiente para calmar el hambre pero no satisfacerlo, también sabía que las comidas estaban hechas de modo que no le faltaran los nutrientes que necesita para no enfermarse pero no lo suficiente para darle energías extra.
Fue algo cuidadosamente pensado y ella estaba al tanto de quien estaba detrás de esto.
Sin mostrar ninguna expresión, Isabel se alimentó en silencio mientras volvía a enterrarse en sus recuerdos.
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Sucedió dos días después de su décimo séptimo cumpleaños.
Era un día miércoles, cuando todos ya esperaban con ansias el viernes para poder descansar o en el caso de otros, salir a fiestas en el fin de semana.
Ella creció como una hermosa jovencita, siendo la envidia de muchas debido a su buena apariencia, personalidad y antecedentes.
Sus padres la educaron muy bien y ella nunca fue arrogante ni presumida, sino una persona amable y tranquila.
Debido al estatus que da su padre a la familia, ella nunca logró confiar de todo corazón en otras personas, eso es lo que su madre le inculcó desde muy joven.
Es algo triste pero necesario para mantener su seguridad y la de su familia.
Las personas solían acercarse a ella siempre con otras intenciones y con el tiempo se fue acostumbrando a ello, pero también hizo que ella tuviera un aura que hacía pensar a las personas que era inaccesible, entonces poco a poco la fueron dejando en su tranquila soledad.
Habiendo nacido durante las vacaciones de fin de año, Isabel siempre pasaba sus cumpleaños rodeada de su familia y en esa ocasión no fue una excepción.
Como siempre lo hacía se levantó muy temprano en la mañana, un hábito que se formó debido a que siempre debe levantarse con tiempo suficiente para alistarse y llegar a la preparatoria.
Aunque ya no sería necesario de ahora en adelante, al fin se graduó de la preparatoria y estaba estudiando duro todos los días sin falta para poder pasar el examen de ingreso a la universidad, cuando logre ingresar tomará el horario de la tarde.
Bajando al comedor con una sonrisa por lo que le esperaba, Isabel llegó y vio a su familia.
Allí estaban ellos con ridículos gorros de cumpleaños, soplando lengüetas y tirando confetis cuando la vieron entrar.
-¡Sorpresa! - dijeron los tres al unísono, aún sabiendo que Isabel estaba al tanto de sus preparativos.
Prepararon un suntuoso desayuno con todo tipo de postres y masillas, además de un gran pastel que no acabarían de comérselo en al menos una semana (por eso es que siempre lo compran tan grande, toda la familia es golosa).
Las paredes estaban decoradas con globos dorados y con serpentinas colgando del techo, además de un gran cartel que decía:
...♡ FELIZ CUMPLE N.º 17 QUERIDA BELL ♡...
Por la sonrisa tonta y con una expresión de pedir elogios de su hermano, Isabel dedujo que él hizo el cartel y esperaba que ella lo felicitara.
- Gracias por la sorpresa, me encanta - dijo Isabel con una gran sonrisa llena de afecto y los ojos brillando de alegría.
Se sentía muy afortunada de tener una familia que la amara tanto como ella los ama.
- Toda sea por nuestra Bell - dijo su madre mientras la jalaba a un fuerte abrazo de oso.
- Cada día te haces más vieja Bell, dentro de poco estarás tan arrugada como doña Martina, esa señora solo tiene treinta años y ya parece de cincuenta - suspiró su hermano con fingido pesar.
Dejándose felizmente asfixiar por su madre, Isabel no tomó en serio las palabras de su hermano, a ese tipo le gustaba hacerse el tonto.
Sintiendo unos brazos fuertes rodeando a ella y a su madre, supo que era su padre uniéndose a ellas.
- Siempre serás nuestra pequeña Bell, aunque seas una vieja arrugada y amargada como la señora Martina - dijo su padre con voz llena de risa.
Por el rabillo del ojo vio a su hermano haciendo pucheros por ser el único fuera del abrazo, antes de poner una expresión traviesa y correr hacia ellos en estampida.
Gimiendo de dolor cuando sintió el impacto, Isabel se quejó para sus adentros que su hermano a pesar de tener diecinueve años (casi veinte) nunca madurará.
Y al parecer sus padres pensaron lo mismo que ella cuando los escuchó suspirar por las travesuras de su hijo mayor.
Se quedaron abrazados por un buen tiempo, antes de que Lucas arruinara el momento diciendo que le hacía calor e iba a sudar.
Poniendo los ojos en blanco todos se separaron y se prepararon para darse un festín con el desayuno que había en la mesa.
Pasaron el día haciendo actividades en familia, fueron al área verde cerca de su ciudad para dar un paseo y explorar, almorzaron junto al río y volvieron a casa justo antes del anochecer, llevando pizzas para completar el día con una noche de película.
Cuando todo se terminó ya eran pasadas la medianoche, su madre los arreó amenazándolos con una pantufla después de que ella y su hermano se negaran a levantarse del cómodo y mullido sofá.
Todos en el vecindario se fueron felizmente a dormir, sin esperar la tragedia que le sucedería a esa pequeña pero armoniosa familia.
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