Cuando salieron de la habitación, Isabel quedó un poco deslumbrada por la extravagancia del lugar.
Ahora que es de día, puede ver con claridad las lisas y pulcras paredes blancas sin ningún rastro de suciedad y un piso de mármol tan limpio que puedes ver tu reflejo en él.
Avanzaron por un largo pasillo donde había puertas metálicas como la suya, supone que hay más cautivos en ellas.
Cuando salieron del pasillo, se toparon de frente con un hermoso jardín de rosas rojas, que se notaban cuidadas con mucho esmero.
El jardín en sí no sólo tenía rosas, había algunos árboles florales y frutales distribuidos al azar y además había un pequeño arroyo artificial que dividía el jardín en dos, para cruzarlo se debe pasar por un puente de madera.
Las mariposas felizmente volaban sobre las flores y las aves piaban con alegría, dándole un aura de armonía al lugar.
No pudo ver más del jardín debido a que la estaban llevando a dirección contraria de este, pero no es difícil suponer que habrá más cosas hermosas dentro de ese pequeño paraíso.
Más que una mansión, este lugar se parece a una finca muy lujosa.
Es una pena que el dueño sea alguien como Boris.
Dejando de prestar atención a los detalles, Isabel se concentró solo en memorizar el camino.
Entraron por una puerta de madera que los conducía por otro pasillo, en las paredes colgaban cuadros de diferentes estilos de pintura, todos muy agradables a la vista.
No tardaron demasiado en llegar frente a una puerta donde les esperaban tres mujeres de igual vestimenta de sirvienta.
Una de ellas, la que parecía mayor dio un paso al frente cuando los vio llegar.
- Pueden dejarla e irse señores - dijo la mujer con autoridad.
- Lo haríamos... si no fuera porque esta chica no puede ni mantenerse en pie sola - respondió con burla el hombre que la cargaba.
Frunciendo los labios de disgusto por el tono del hombre, la mujer no respondió y solo les abrió la puerta de la habitación.
El hombre la dejó caer en la cama sin delicadeza y se fue sin dedicarle una segunda mirada.
Las sirvientas cerraron la puerta y se acercaron a ella.
La mujer mayor no mostró desdén ni pena por su situación, la trataba con indiferencia, les dio órdenes a las dos chicas más jóvenes para preparar la tina.
Ambas mostraron un poco de incomodidad por verla tan sucia y olorosa, pero una mirada de la mujer las puso en marcha de inmediato.
- Pronto te daremos un baño y te arreglaremos el cabello, no hagas nada estúpido - dijo la mujer mayor en tono de advertencia.
Isabel no respondió, solo se dejó desnudar y llevar al baño.
Tardaron alrededor de tres horas para convertirla en una persona prácticamente diferente.
Su cabello antes largo, ahora le llegaba a la barbilla en un corte bob, sus uñas fueron limpiadas y recortadas hasta el ras de la piel.
A pesar de su anormal palidez, su piel se veía muy bien y desprendía un suave olor a coco.
La vistieron con un vestido rosa pálido que le llegaba a las rodillas y la maquillaron para darle color a su piel y ocultar los rasguños recientes y antiguos.
Con todo el trabajo duro de las tres sirvientas, su hermosa apariencia salió a relucir después de mucho tiempo bajo capas y capas de suciedad.
Los hombres que la dejaron aquí horas antes volvieron y como era de esperarse, se sorprendieron por lo diferente que se veía.
Isabel se sentía asqueada por la forma en que la vestían para ver a su amo, quería desesperadamente quitarse ese vestido y quemarlo hasta que no quede nada más que cenizas.
Quería deshacerse ya mismo del olor a coco que ahora la cubre, que seguramente es el favorito de Boris.
Su estómago se revuelve de asco.
Respirando hondo, Isabel se calma y trata de despejar su mente de los pensamientos innecesarios.
Cuando los hombres se acercaron, ahora no tenían ningún problema de llevarla en brazos a su amo.
En realidad Isabel no está tan inválida que ni siquiera pueda caminar por su cuenta, se siente muy débil, si, pero no al punto de que necesiten cargarla para que se traslade de un punto a otro.
Pero Isabel no trató de corregir el malentendido, es mejor para ella si la subestiman.
Antes de que salgan de la habitación, Isabel logró captar la mirada de lástima que le dio una de las sirvientas más jóvenes.
Un pensamiento audaz cruzó su mente.
¿Podrá esa chica ser el peón que tanto ansiaba para ayudarla a llevar a cabo su plan?
Con los pensamientos girando rápidamente, Isabel no le perdió el tiempo en idear algo para convencer a la chica de que la ayude.
Principalmente, la necesita para obtener más información del lugar y quizá una pequeña ayuda, nada demasiado difícil.
Pero primero debe averiguar el porqué llegó a esta mansión a trabajar, dependiendo de la respuesta que le dé, Isabel la usará de manera que no la ponga en riesgo o la usará como cordero de sacrificio.
Bajo sus largas pestañas escondió una mirada fría.
No tendría ninguna piedad con aquellas personas que hacen daño a otras con la conciencia limpia, sin importar lo jóvenes que se vean.
Puede que ella misma tenga que mancharse las manos con sangre de sus enemigos, pero se asegurará de que todos ellos se merezcan su final y nunca le hará daño a personas inocentes que puedan resultar implicadas.
Isabel promete nunca convertirse en esa clase de gente, que es lo que más odia.
Los hombres la llevaron a un comedor, en el centro de la habitación estaba una mesa larga de madera, en la que 20 personas pueden sentarse sin problemas y aun tener espacio para moverse.
La mesa estaba repleta de todo tipo de platos, desde un gran pavo que estaba en el centro hasta frutas frescas de todo tipo y color.
Pero solo había dos sillas, una a la cabeza y otra a su lado derecho.
Los hombres la dejaron en la silla del lado derecho y se fueron en silencio.
Isabel los observó irse.
Hace bastante que se dio cuenta de que estos hombres no fueron entrenados, como máximo son algunos matones que Boris se encontró en la calle y los contrató como mano de obra, no costarían mucho.
Desde que ella era una niña conoció a personas que fueron entrenadas para servir a la patria, todos y cada uno de ellos tenían una forma de caminar muy especial.
Cuando le preguntó a su padre sobre eso, le sonrió con cariño y le dijo:
"Pequeña Bell, estas personas son militares. Los entrenaron para ser disciplinados aun cuando no hay necesidad de hacerlo."
En ese entonces se sintió asombrada pero a la vez un poco extraña, no entendía como esas personas pueden estar tan rígidos todo el tiempo.
Con el familiar escozor de ojos que siente cada vez que se sumerge en sus recuerdos felices, Isabel apartó la vista del lugar en que se fueron los hombres, justo a tiempo para ver la entrada de Boris, quien venía pavoneándose.
- Vaya, vaya... estos años le hicieron u gran favor a tu piel, querida - dijo Boris mientras la miraba de arriba a abajo.
- Después de todo... en una piel tan deliciosamente blanca, cualquier marca sería muy notoria - terminó mientras se relamía los labios
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