Capitulo 9

Desde aquel día, Reiner acudía a Alexander a la hora de las plegarias, ansioso por aprender bajo su tutela. Sin embargo, Alexander no solo le enseñaba lo que el joven esperaba; en secreto, planeaba una jugada silenciosa, con la que aseguraría el control definitivo del reino. Nadie sospechaba de esto, ni siquiera el joven Reiner, quien sin saberlo, era una pieza fundamental en el esquema de Alexander.

Había pasado ya un año desde que Reiner comenzó a vivir en el Palacio Real y a mantener contacto directo con el joven rey. Al principio, Reiner se mostraba salvaje y siempre a la defensiva en presencia de Alexander, pero con el paso del tiempo, las enseñanzas del monarca lograron suavizar su hostilidad.

—Lo estás haciendo bien. Si sigues así, terminarás antes de lo previsto.

—Gra-gracias...

Lo que quedó tras desvanecerse aquella actitud hostil fue un niño tímido, que recibía los cumplidos con nerviosismo. Alexander era el único que lo elogiaba. Los demás maestros, e incluso el Papa, lo trataban como a alguien inferior, y no ocultaban el desprecio en sus miradas.

Los consejos de Alexander lograron evitar parte del maltrato que Reiner solía recibir, pero no por completo. Todavía había ocasiones en las que era castigado de manera irracional, bajo la excusa de corregir las “torcidas costumbres” del sucesor.

Ese día, después de concluir su hora de estudio, Alexander propuso algo diferente. Invitó a Reiner a dar un paseo por los vastos terrenos del Palacio Real.

Alexander no conocía nada más allá del palacio, por razones obvias de seguridad y su juventud. Tampoco solía dar paseos con frecuencia, ya que siempre estaba ocupado en su preparación para el trono. Además, el hecho de que el palacio compartiera terreno con la corte y el consejo del rey hacía que siempre hubiera nobles rondando, lo que implicaba que, cada vez que salía, Alexander debía interactuar con ellos. Su intención era despejar su mente y descansar de la abrumadora rutina, pero hablar con personas tan complicadas y que lo miraban de arriba abajo no ayudaba a relajarse. Comentaban cosas sobre él como si no pudiera escucharlos, lo que le resultaba aún más exasperante.

A pesar de eso, Alexander decidió salir ese día, y con compañía, lo que atrajo aún más la atención.

Las damas que acompañaban a los nobles solían quedarse en los jardines o en la gran plaza frente al balcón desde donde el rey hacía sus comunicados. Era un día nublado y de cálida temperatura, ideal para pasear sin exponerse al sol, por lo que los jardines estaban llenos.

Todas las miradas se posaron en el extraño grupo que caminaba por los senderos del palacio. Alexander, con su máscara plateada que relucía a lo lejos, vestía su habitual atuendo que lo cubría por completo, incluso sus manos, enfundadas en guantes. Apenas sus ojos eran visibles. A su lado, caminaba Reiner, el sucesor, un plebeyo de los barrios bajos. Para la nobleza de Castilla, eso lo convertía en alguien “sucio”. Aunque debían inclinar la cabeza ante él, nunca lo respetaron realmente. Aprovechaban cada oportunidad para humillarlo públicamente.

Detrás de ellos iba Herman, el escolta de Alexander, otro blanco de los comentarios maliciosos. Bastardo de nacimiento, siempre fue despreciado, y nadie aprobaba que alguien de su origen ocupara un puesto tan cercano al rey. Se rumoreaba que había utilizado algún tipo de truco para ganarse la confianza del joven e inexperto monarca.

—¿Lo notan? Lástima, desprecio, asco… Están orgullosos de sus expresiones, no tratan de ocultarlas. ¿Por qué crees que lo hacen?

—No lo sé... Supongo que no les agradamos.

—No es eso, Sucesor. Lo hacen porque son personas miserables. Intentan dañar a otros para sentirse superiores. Son tan orgullosos de su modo de vida que se comparan con nosotros y se sienten mejor. "Pobre majestad, qué pena me da. Debe de ser horrible estar cubierto de pies a cabeza", "El sucesor viene de orígenes tan bajos, me compadezco del Papa que debe lidiar con un salvaje", "¿Y el caballero de su majestad? ¿Qué méritos tiene alguien de origen tan vulgar para estar donde está?". Estoy seguro de que ambos escuchan comentarios así. No hagan caso cuando los escuchen. Solo debería importarles la opinión de quienes valoran.

Un silencio siguió a las palabras de Alexander, pero entonces Herman, quien solía mantenerse en silencio, sorprendió a ambos con una propuesta inesperada.

—Majestad, si le molestan sus miradas, puedo deshacerme de ellos, o arrancarles los ojos, como prefiera.

Alexander se detuvo abruptamente y giró para mirar a Herman. Su escolta mantenía una expresión confiada, sin un ápice de arrepentimiento por lo que acababa de decir.

—Desde cuándo... Herman, tú has cambiado.—Pensó mientras una suave sonrisa, que nadie pudo ver, se dibujaba en su rostro—. No me gusta cómo me miran, pero es mi realidad. Es mi deber cambiar la mentalidad de estas personas. Te agradezco, Herman, pero desaparecer personas por algo tan superficial no sería lo correcto. Sigamos con el paseo.

Alexander continuó caminando, y tras unos segundos, Reiner, que se había quedado atrás pensando en lo que había escuchado, se apresuró para alcanzarlos.

—No lo entiendo… ¿Por qué es tan fácil para él ignorar esas situaciones? A cada paso que da, alguien murmura a sus espaldas, pero él sigue siendo tan amable. Esas personas no merecen su bondad, ningún desgraciado de esos la merece. Su realidad… ¿Qué puedo hacer yo para cambiar esa realidad? La única persona que me tendió la mano, que me trata como un igual y no como alguien inferior… Yo haré lo que sea necesario para ayudarlo.

Días después de ese paseo, llegó el cumpleaños número doce de Alexander. Algo ocurrió entonces que renovaría la atención de los nobles sobre el joven rey y demostraría por qué estaba más preparado que nadie para ocupar su lugar a tan temprana edad.

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