La Misión De Iris

La Misión De Iris

Capitulo 1

Desde que era una niña, tuve que aprender y comprender la misión de los Valer. A medida que crecía, fui relacionando los aspectos de esta tarea que me correspondía desempeñar: acompañar a los muertos hacia el portal de la siguiente vida. No era una misión que muchos desearan y, para ser sincera, no era algo que me agradara. Buscar el cuerpo de alguien recién fallecido, rastrear su alma, asegurarme de que no escapara, hacerle entender que había muerto y luego guiarlo hacia el portal de Orbel, eran tareas que requerían habilidades especiales. En nuestra familia, éramos de los ojos que poseíamos los ojos de Vendinti, aquellos que podían ver las almas de los muertos.

En cada ocasión en que alguien moría, mi familia realizaba pequeños rituales. Los familiares del fallecido ofrecían tributos, mayormente en forma de dinero, para garantizar que la persona cruzara el portal hacia su siguiente destino. Quizás debido a esta práctica, éramos vistos por los demás como una especie de deidades y, tal vez, eso llevaba a que mi familia se considerara superior al resto. Pero para mí, solo significaba una cosa: anhelaba ir al pueblo y que nadie me mirara con temor, como si fuera a robarles el alma. Deseaba tener amigos, muchos más de los que mi familia me permitía, y dejar de ser el extraño ser que todos señalaban.

Cuando era pequeña, nadie me había revelado mi habilidad especial. Sentía una profunda soledad y notaba que los otros niños del pueblo no me trataban con amabilidad. No fue hasta cumplir los ocho años que descubrí la verdad sobre mí misma.

Mis padres habían fallecido cuando aún era un bebé, por lo que no tuve la oportunidad de conocerlos. Fui criada por mi abuelo Luis, mi tía Emma y mi tía Beatriz, junto con mi hermano Cristol, quien me llevaba una década de edad.

En aquel entonces, mi tía Emma estaba por cumplir los cuarenta años y mi tía Beatriz los treinta y cinco. Emma era una mujer delgada, de nariz prominente y una mirada altiva que parecía considerar a todo ser inferior a ella, incluso el viento y las plantas. Siempre hablaba con desprecio, haciendo que los demás se sintieran inferiores. Su principal ocupación era manejar las finanzas familiares.

Por otro lado, mi tía Beatriz era completamente distinta. Era una mujer de espíritu alegre y un tanto excéntrico. Pasaba la mayor parte del tiempo en la cocina con los criados, preparando deliciosos platos y, de vez en cuando, causando alguna pequeña explosión. Siempre llevaba una sonrisa en su rostro y era la única que conseguía hacer sonreír a mi tía Emma.

Mi abuelo Abel tenía una personalidad similar a la de mi tía Beatriz, aunque en ocasiones mostraba un rostro serio y una leve incomodidad. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, me hacía cosquillas en las costillas para sacarme una risa. Tenía poco cabello y solía cubrir su calvicie con un sombrero negro que combinaba con su túnica del mismo color, que le llegaba hasta las rodillas.

Recuerdo claramente aquel día cuando tenía ocho años. Las ventanas amanecieron cubiertas de escarcha, como si el cristal estuviera a punto de congelarse, lo que me llevó a decidir levantarme un poco más tarde de lo habitual.

Alguien golpeó repetidamente la puerta de mi habitación, hablándome con dulzura desde el otro lado, por lo que no tuve más remedio que levantarme y abrir.

Me envolví con la manta y arrastré los pies hasta la puerta. Al abrirla, me encontré con mi abuelo, luciendo una sonrisa juguetona mientras metía las manos en los bolsillos de su túnica.

-Mi pequeña duraznito- dijo, dedicándome una sonrisa juguetona. -Vemos que tienes mucho frío, aunque un Valer puede tolerarlo-.

-¿Qué sucede, papá Luis?- pregunté, mientras me frotaba los ojos para deshacerme de las legañas.

-Ponte las pantuflas y acompáñame. Ya es mediodía y no deberías estar acostada- dijo mi abuelo con sinceridad.

Asentí y me di la vuelta para buscar mis pantuflas, luego seguí al abuelo por los pasillos de la mansión. Era una mansión un tanto antigua, más que las demás. La luz apenas penetraba debido a la falta de ventanas y algunos candelabros faltantes, lo que podía hacer fácil perderse en la oscuridad si no conocías bien el camino. Sin embargo, mi tía Emma se las arreglaba para conseguir dinero y pintarla de color púrpura cada tres años, además de mantener el jardín en buen estado.

-¿Sabes a qué nos dedicamos?- preguntó mi abuelo con ternura.

-Tenemos una funeraria- respondí.

-Así es- confirmó. -Llevamos los ataúdes al bosque de los muertos, donde los enterramos en ese extraño jardín. Aún recuerdo cuando te daba miedo-.

-Ya no me asusta- dije con una pequeña rabieta.

-Claro que no, ya eres una niña grande- dijo con orgullo. -Tienes la paciencia suficiente y el carácter necesario para soportar a esa mujer- agregó conteniendo la risa. -Debes tener paciencia y fortaleza para lo que estoy a punto de enseñarte, ya que eso cambiará todo lo que eres-.

Lo observé sin saber si debía tener miedo o sentirme orgullosa de sus palabras. Continué avanzando por los pasillos, cruzando uno tras otro, hasta llegar a la sala funeraria.

Fue la primera vez que vi a mi tía Beatriz vestida de negro, ya que generalmente optaba por colores claros. Mi tía Emma encendía las velas a los lados del ataúd y mi hermano Cristol estaba frente a él, inclinado y mirando hacia abajo.

Había más personas allí, habitantes del pueblo. Aunque no conocía a muchos, logré reconocer algunos rostros.

No comprendí plenamente la situación hasta que mi abuelo desapareció a mi lado, como el viento que sopla y extingue las llamas de las velas. Sin siquiera un susurro, comprendí lo que estaba sucediendo cuando vi a mi abuelo aparecer frente al ataúd, mirándome con una sonrisa cansada.

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Comments

Iris Davis

Iris Davis

voy a leer unos capítulos aver q tal es la historia

2024-03-13

0

Yulienb🌹

Yulienb🌹

Ay que mal, que triste el abuelito muriò y se fue a despedir de ella.

2024-03-08

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