CALIDO ABRAZO EN MEDIO DE UNA PESADILLA

Se encontraba en medio de un mar oscuro, dónde la noche estaba en su alto apogeo y las olas la golpeaban con una fuerza imparable. Cada que intentaba salir para poder tomar aire, otra ola la arrojaba a la inmensidad del abismo profundo.

No tenía nada solido con lo que intentar flotar, estaba destinada a morir por la inclemencia de la tormenta. Cada que tenía sus crisis, en especial desde que el arca de Karmin había partido a un nuevo mundo, tenía la misma pesadilla.

Con algunas que otras variaciones, el terror y el dolor era el mismo. Cada que una ola la golpeaba, las voces de su pasado volvían a atormentarla. La principal le gritaba mil insultos. Era la voz de una mujer, que aunque podría transmitir dulzura, para Claire había sido uno de sus principales verdugos.

“¡No niegues tu destino, maldita bastarda!”

Aquella frase se le había dicho tantas veces que aún en su adultez recordaba los latigazos que le daban con cada palabra. Si una frase tenía 10 palabras, recibía 10 latigazos.

Cansada de ser arrastrada por la oscuridad de su pasado, de recordar todo lo que había sufrido con cada doloroso segundo de su vida, mientras las secuelas de su tortura la seguían después de tantos años, decidió dejar de luchar contras las olas.

Comenzó a descender más y más, a medida que sentía como un frío aterrador congelaba su cuerpo, como su cabeza se calentaba como una tetera y como el oxígeno le faltaba.

En sus últimos momentos, ya que sabía que moriría debido a que aquella pesadilla se sentía más intensa que las anteriores, se lamentaba de muchas cosas.

“Me hubiera gustado aprender a maquillarme”

“Me hubiera gustado vestir vestidos bonitos”

“Me hubiera gustado ser bonita y atraer las miradas de muchos, como las chicas hermosas lo hacían”

“¿Qué se sentiría llevar peinados bonitos?”

“Ojalá me hubiese sentido alguna vez una joven y no una anciana...no...anciana no...monstruo horrendo sería la palabra"

Cada lamento, cada anhelo, cada deseo surgía cuando se adentraba cada vez más en el abismo de su tristeza. Al menos podría morirse sabiendo que había sido utilidad para alguien, aunque no hubiese tenido una pizca calidad sincera de ese hombre al que todos llamaban general tirano.

Justo antes de dar su último aliento de vida, sintió como una calidez la envolvía por completo. Ella reconocía ese sentimiento, una sensación que era capaz de calmar las olas de su maldición y hacerla ascender para dar un respiro de alivio.

“¿Acaso el general aceptó mi suplica?”

Se preguntó a medida que veía como ascendía a la superficie y en esta se mostraba una luz enceguecedora. Le estaba costando creer que su esposo la hubiera auxiliado, con lo cruel que había sido al abandonarla en el despecho del rey.

Aunque una parte de su interior pensara que esos eran sus últimos momentos, le agradaba imaginar el hecho de que un hombre tan apuesto como el general le ayudara. Era como los cuentos donde el caballero rescataba a la princesa, sabía que nunca sería la princesa pero sonrió al pensar en la posibilidad de poder serlo.

Cuando la luz la encegueció por completo, comenzó a escuchar la voz de Sir Arthur que la llamaba a lo lejos. Al abrir los ojos se encontró acostada a la sombra de un frondoso árbol, que estaba en las cercanías de un lago de agua cristalina.

Se levantó y observó que tenía tanto su brazo como su pie, así mismo quiso ver si de pronto su antigua apariencia se había restaurado en lo que ella creía el mundo más allá de la muerte. Por lo que corrió mientras sonría, con la meta de llegar al lago y poder observar su reflejo.

Cada paso que daba, sentía una calida brisa que la llamaba a seguir corriendo. Por primera vez en su vida se sentía libre. Si, eso era lo que más deseaba.

Su anhelo, su mayor deseo y su lamento más profundo, era no poder tener al menos la libertad de morir como ella quisiera. De pasar al mundo de los muertos sin antes haber sido víctima de una cruel maldición tatuada de por vida en su pierna.

“¡Claire, vuelve!”

“¡Lucha!”

“¡No te rindas!”

Con cada palabra que escuchaba de Sir Arthur, sentía como una corriente eléctrica golpeaba su pecho. Aquella sensación hizo que ralentizara su paso hasta detenerse. Mientras veía como el reflejo de la luz se intensificaba cuando chocaba con el agua, una última voz se escuchó a lo lejos.

“No me dejes, Claire”

Esa fue la última palabra que provocó que todo comenzara a desaparecer a su alrededor, haciendo que la misma luz que la había enceguecido volviera.

“¿Esa fue la voz del general?”

Estaba anonadada, le costaba creer que ese hombre frio le dijera semejante frase. Sin embargo, no pudo seguir pensando en eso debido a que un fuerte empujón hizo que volviera al mundo de los vivos.

—¡Gracias a los dioses!—dijo Sir Arthur al ver como Claire volvía a respirar.

Su estimada aprendiz había pasado casi un mes en coma o como el llamaba “sueño profundo". Sabía muy bien que cuando un mago entraba en ese estado, era muy difícil que volviera. Desde su llegada, hacía casi tres semanas, estuvo intentando encontrar la manera de traerla de vuelta.

Se impresionó en la forma en como Henry ayudaba a estabilizar a Claire, y aunque estaba interesado en descubrir que era lo que tenía el alma del general que aliviaba el sufrimiento maldito de la maga, ahora debía estar concentrado solo en ella.

Por eso cuando observó que la chica había entrado en un paro cardíaco, su palidez fue mayor. Había llevado suficiente energía mágica a sus manos para generar una corriente capaz de reanimar su corazón; no obstante, fue solo cuando Henry susurró una palabras inaudibles para el, en el oido de la casi muerta, que Claire pudo reaccionar.

La chica poco a poco comenzó a abrir sus ojos, se sentía fatal. Como cuando le daba resfriados de joven y su cuerpo dolía, pero el agobio era 10 veces más grande. Con suma pereza abrió sus ojos, lleno de muchas lágrimas, buscando reconocer donde estaba.

Al principio no había reconocido nada, ni siquiera la decoración tan característica de la mansión de Henry;sin embargo, el primer rostro que pudo ver bien fue el de Sir Arthur.

—Bienvenida de vuelta, mi aprendiz—dijo el anciano mago con una enorme sonrisa—te estabamos esperando.

“¿Alguien más más me esperaba?”

Fue lo que pensó cuando escuchó a Sir Arthur, ¿Quién más la estaba esperando?

Su pregunta fue respondida cuando empezó a moverse en búsqueda de comodidad o por lo menos lo que su adolorido cuerpo la dejara. Lo primero que se dio cuenta es que no era la única en la cama, estaba acostada entre las piernas de lo que parecía ser un hombre mientras su cabeza estaba acostada en el pecho.

La respiración del hombre y los latidos de este la calmaban. Era tanta su debilidad que no asoció el brillo que cubría su cuerpo con la calidez del alma del general, hasta que subió su cabeza un poco y pudo ver quien era el hombre que la tenía entre sus brazos.

Henry tenía la barbilla apoyada en todo momento en la cabeza de Claire y no dejaba de abrazarla aún cuando Sir Arthur intentaba reanimar su corazón. Cuando sus ojos se encontraron con los de Claire, pudo presenciar el alma de una sobreviviente de las garras de la muerte.

Claire estaba impactada, aunque su debilidad no dejara demostrarlo, jamás pensó que un cálido abrazo en medio de una pesadilla le permitiría volver del mundo del más allá.

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