¡DEJA DE SER TAN DESGRACIADO!

El Rey Anatole se encontraba conversando con varios miembros del consejo de seguridad, quienes eran los encargados de contactar a todos los tenientes coronel que se hacían cargo de los distintos batallones. Si todo salía bien, de acuerdo a las indicaciones de Claire, deberían tener todo listo para el ataque a más tardar medio día antes de la "Hora cero".

—¿Oye, Henry, tu maga no comerá algo?—preguntó un poco preocupado su majestad, después de haber acabado la reunión y de estar solo con su amigo, ya que veía demasiado pálida a la chica.

—No lo sé—fue lo único que se limitó a decir mientras estaba sentado en una mesa un poco alejada de Claire.

—¿Cómo que no sabes? ¡Por los dioses, Henry, dentro de poco nochera y ella no ha comido nada!—dijo el rey bastante escandalizado, con una seña le indicó a varios sirvientes que se acercaran a la maga y le ofrecieran comida—esto te lo diré como tu amigo y no como tu rey, ¡Deja de ser tan desgraciado!

El monarca se fue bastante ofuscado con el general, llevaba casi toda su vida conociendo a Henry, así que había soportado hasta cierto punto su comportamiento. Muy en el fondo sabía que, aunque era un patán en todo el sentido de la palabra, al menos su amistad era la más sincera y leal que tenía. Podía confiarle su vida sin ninguna duda, pero cuando se trataba de los demás, Green se había ganado el apodo de tirano por desgraciado y no culpaba a quien se lo había dado por primera vez.

—Señorita Claire, yo di la orden que se le trajera algo de comer—dijo una vez se acercó a la maga, en vista que ella se estaba negando al ofrecimiento de los sirvientes—necesita comer, ha pasado un día entero sin un bocado de agua o comida.

Claire se levantó de la mesa e hizo un reverencia al monarca, quien la veía con ojos de lástima. Estaba temblando, no tanto por la debilidad o por no haberse alimentado, sino por el miedo que tenía por lo que sucediera cuando materializara tanto el portal como los espejos amplificadores.

—Su majestad, mi rey, perdone mi ofensa—respondió a punto de arrodillarse en frente de Anatole, pero este la detuvo y coloco su mano en la barbilla para alzarle la mirada.

—¡Ey, tranquila!, no tienes que disculparte. Deseo tener esa consideración contigo, en especial por tu estado de salud. De hecho tengo problemas con Henry en algunas ocasiones porque dice el que tiendo a pasarme de la raya y que los demás pueden aprovecharse—le sonrío a la chica mientras le daba unas palmadas en sus hombros a modo de calmarla—así que no es ninguna ofensa, supongo que cada uno tiene sus formas de hacer las cosas.

—Mi rey, he estado trabajando en culminar los detalles para poder materializar todo antes de la media noche de hoy. Por eso no he podido comer, usted perdóneme—argumentó bajando de nuevo la cabeza.

Respiró a profundidad mientras seguía observando a la maga, era imposible en esos momentos intentar reconfortarla o hacerla alzar la mirada. Se había prometido, por la memoria de su padre, ser un rey que pudiera ayudar a su pueblo, pero a veces cuando la gente se negaba a ser ayudado no se podía hacer mayor cosa.

—Debes comer algo—su voz se tornó un poco más seria—no solo por tu salud, sino porque de tu bienestar dependerá el éxito de este contraataque. Te ordeno que comas lo que te traigan los sirvientes.

Luego de pedir que le trajeran algo ligero para cenar y que estuvieran pendientes de cualquier cosa que ella necesitara, se marchó después de que esta volviera a hacer una reverencia. Un poco enojado empezó a caminar hasta la mesa donde estaba Henry, el cual solo se había limitado a terminar su cena mientras observaba la escena.

—Hablemos—fue lo único que dijo antes de salir de la cafetería.

La maga siguió trabajando aún después de quedarse sola en el lugar, pero agradeció poder comer un plato de sopa caliente sin la mirada de otros encima de ella. Mientras se llevaba la sopa a la boca, no pudo dejar de pensar en las palabras que su majestad le había dicho. Con sus recuerdos una pequeña sonrisa se le escapó, acompañada de algunas lágrimas.

—Sería lindo que un hombre como el rey hubiese sido mi esposo...—dijo en un pequeño susurró que calló enseguida, con la vergüenza a mil.

Se quería reír por la incoherencia que había pensado, pero se detuvo cuando su vista se nubló y una lágrima cayó a la sopa. Se llevó una mano a los ojos, para esconder su malestar todo lo posible. Era un milagro que el general hubiera aceptado el trato, no podía imaginar tan siquiera habérselo ofrecido a alguien tan importante como el rey. No negaba que sería lindo poder ser tratada de esa manera amable por alguien como él; sin embargo, el trato había sido con Henry y ya estaba sellado.

Se limpió con fuerza sus lágrimas y se comió de un sorbo todo lo que le quedaba de sopa. No iba a pensar más en la actitud malparida del general, aunque fuese agradable que él la tratara con consideración, siendo que se podría considerar que era de las pocas aliadas que él tenía, si dejaba que su actitud la siguiera afectando no podría rendir lo suficiente. De ella dependía que todo saliera bien para salvar la vida de millones de argelinos y el peso de saber aquello por lo menos la distraería de su maldita existencia.

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