USTED ES MI ESPOSO, ASÍ QUE HARÉ LO QUE QUIERA CON SU CUERPO

Claire aún se encontraba acostada en el suelo, frente a la chimenea que terminaba de dar sus últimos resquicios de calor. Varias veces las mucamas intentaron entrar a la habitación para ayudar a la señorita; sin embargo, al no recibir respuesta alguna dejaron de insistir.

Solo había dos formas de entrar en las habitaciones, una era que las personas abrieran desde adentro o usar una de las llaves maestras que solo poseía Julieta. Pero, en vista que esta también estaba descansando, tenían los brazos atados sin poder hacer nada.

Poco a poco abrió los ojos cuando sintió que en su cara se posaba una rayo de luz que se filtraba de la gruesa cortina que tapaba la ventana. Al observar que ya era de día, intentó levantarse, pero sus esfuerzos eran en vano. Sabía que en esos momentos debía dejar que su cuerpo recuperara un poco de energía mágica, por lo que aplicó una de las cosas que Sir Arthur le había enseñado.

Extendió su mano unos centímetros más abajo del ombligo, lugar donde se encontraba su raíz mágica, y comenzó a respirar de manera controlada. Con cada respiro que daba, intentaba que su raíz mágica se calentara. Si lograba calentarse lo suficiente, esta "despertaría" y le daría fuerzas de manera gradual. Un ejercicio básico, quizás el más elemental que se le enseñaba a todos los magos, pero que muchas veces salvaba sus vidas.

Una vez dio un último suspiro, teniendo un poco más de fuerza, se levantó con mucha pesadez. Cada paso que daba era un dolor constante, como si caminara encima de vidrios con los pies descalzos.

Su meta era llegar a la cama, por lo que ni siquiera se percató que las cobijas que usaron para hacerla entrar en calor se cayeron. Solo tenía en mente, poder acostarse en algo cómodo. Cuando pudo llegar al borde de la cama, se dejó caer con brusquedad. Pero su cuerpo le agradeció aquella decisión, por primera vez en su vida podía sentir el placer de estar acostada en una cama de gente rica. Aquel colchón era como estar flotando en una nube, tan suave que la invitaba a dormir todo lo que podía. Y así lo hizo, se dejó llevar de nuevo por la llama de Morfeo.

—Sálvalo—escuchó decir a una mujer que estaba vestida de gala, mientras sostenía a un pequeño niño muy parecido a Henry—no dejes que muera.

—¡Despierta!—fue el grito que escuchó del general mientras estaba dormida.

Frente suyo, sentando y sosteniendo sus hombros, se encontraba el que había sellado con ella un enlace matrimonial.

—¿General?—preguntó mientras se levantaba de la cama—¿Cuánto he dormido?

—No mucho, pero tampoco es posible que los sigas haciendo—Henry se levantó y caminó a la puerta—ya he pedido a las mucamas que te ayuden a prepararte, el rey solicita tu presencia.

No tuvo tiempo de bañarse, solo se cambió por un vestido celeste con la capa de su torre mágica, se lavó la cara y bajó enseguida donde la esperaba el general junto al carruaje. La ventaja de no tener cabello le permitía ahorrarse mucho tiempo en arreglarse.

—¿Por qué su majestad me convoca ante su presencia y de manera tan repentina?—preguntó con la cabeza baja, intentando morder sus labios como método de resistir ante su malestar.

—Nos llegó una información muy inquietante del extranjero y necesita hablar con mi mago para poder solucionar ese problema—Henry observaba la palidez extrema de Claire, estaba seguro de que en cualquier momento ella se desmayaría—cuando lleguemos al batallón él te dará los detalles.

—¿Con qué su maga, eh?—Claire sonrió por lo bajo, de modo que su esposo no la viera—¿Cuánto tiempo durará el viaje hasta el batallón?

—Nos falta como cuarenta minutos de viaje—Henry empezaba a observar un leve cambio en su comportamiento—¿Ocurre algo?

Lo que jamás pensó fue que después de esa pregunta Claire lo observara con una mirada que solo los cazadores tenían. La mujer llevó suficiente energía mágica para trabar con seguro las puerta del carruaje e inmovilizar al general.

—¡¿Qué estás haciendo?!—la ira comenzaba a dominarlo, no le gustaba perder el control.

La chica aún débil, pero con paso decidido caminó hasta el asiento donde estaba el general y se sentó encima de el con las piernas envolviendo la cintura del hombre. Agarró con fuerza las mejillas de Henry y lo besó con tan necesidad que con cada segundo que pasaba el hombre sentía que le faltaba el aire.

Él muchas veces había besado mujeres, en especial aquellas prostitutas que visitaba en los burdeles para desahogarse. De modo que él conocía el ritmo de un beso marcado por la lujuria; sin embargo, el beso de la maga era pautado por otra necesidad.

No había lujuria, no había amor, solo había necesidad de vivir. Podía sentir como desde el centro de su pecho, una corriente caliente se transmitía a la chica desde su garganta y como Claire aspiraba esa corriente como si fuera un analgésico para su dolor.

No supo cuanto tiempo había durado la chica besándolo, solo que cuando ella se levantó sus ojos estaban muy empañados y lo poco que lograba ver de la maga es que sus mejillas estaban sonrojadas y su pecho brillaba de la misma forma que brillaba la mano de el cuándo ella entrelazaba sus dedos.

—Sí, esto era lo que necesitaba—dijo Claire llevándose las manos a su pecho.

El dolor que la había mortificado toda la noche poco a poco desaparecía y el frío infernal que le ocasionaba las runas malditas casi ni se sentía.

—¿Qué mierda hiciste? ¡Te ordeno que me sueltes!—gritó aún perturbado por la rara sensación que fue haber sido besado por esa enferma.

—¿Qué hice?—fue lo que dijo antes de llevar su mano a la nuca del general y enredar su cabello entre sus dedos, para luego halar su cabeza hacia atrás—¿Sabiendo que hace poco nos casamos, aún me pregunta qué fue lo que hice?, usted es mi esposo así que haré lo que quiera con su cuerpo.

—No confundas nuestro tipo de relación, solo tenemos un trato y nada más —aunque no podía moverse podía lastimarla con sus palabras.

—Oh, general. Estoy muy consciente de aquello, sé que nuestro matrimonio es solo por conveniencia mutua—ambos se miraban fijamente a los ojos—usted puede usarme, tratarme como su perro de guerra o ser un completo desgraciado conmigo, así como lo hizo ayer que ni siquiera tuvo la decencia de avisar que una chica débil iría a su mansión y necesitaría ser bien recibida.

—Tu misma me dijiste que no querías nada de mí, ¿Entonces?

—En efecto, no deseo nada de usted. Pero desde el principio le fui muy clara, lo único que busco es esa misteriosa calidez que me da su alma y me hace sentir bien en medio de mi dolor—dijo acariciando sus labios—así como yo estoy cumpliendo mi parte del trato, así espero que usted lo cumpla. Lo esperaré todas las noches para dormir conmigo en la misma cama y cuando se me dé la gana lo besaré, abrazaré o agarraré su mano. Puede quedarse tranquilo que no consumaremos el matrimonio, pero si empezaré a exigir mi pago por ayudarlo.

Claire liberó las puertas y antes del salir del carruaje, una vez llegó al batallón, le dijo de manera muy directa al hombre casi veinte años mayor que ella.

—Le aconsejo calmar su ira antes de bajarse y no tomar represalias en contra mía, ya que me necesita. Intentemos llevarnos bien por los intereses mutuos—con una dulce sonrisa salió del carruaje y liberó al hombre de su amarre.

Henry no podía creer lo que pasó, le costaba asimilar que una niña moribunda, horrenda, mucho más débil que él, lo había sometido de tal forma. Juró para sus adentros hacerle entender a su maga regordeta que con él nadie se mete.

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